El hilo del que pende Ariel Sharon
Ana Carbajosa, El País
Las esculturas, las hileras de árboles no consiguen mitigar el aire frío e impersonal de las ciudades-hospital. En la de Tel Hashomer, a las afueras de Tel Aviv, yace Ariel Sharon, el ex primer ministro israelí que durante décadas modeló el presente y esbozó el futuro de Oriente Próximo. Lleva cuatro años y medio postrado en una cama, alimentado a través de un tubo, desde que una hemorragia cerebral lo dejara en coma. Eso fue en enero de 2006. Desde entonces, vegeta en su vida-limbo. "Esto es una tragedia griega. Su legado político ha quedado secuestrado", se lamenta un antiguo amigo y admirador de Sharon que todavía le visita.
Los médicos no le auguran una mejora. "No hay ningún cambio en el estado del señor Sharon", indicaban esta semana desde Tel Hashomer en un escueto correo electrónico. A pesar de los pronósticos hospitalarios poco alentadores, la familia del que en otros tiempos simbolizara el espíritu guerrero israelí, se aferra a la esperanza y se niega a dejarle morir. Dicen que abre los ojos, que podría recobrar la consciencia.
"Esperamos y creemos que la situación mejorará. Mantenerlo alimentado artificialmente es una decisión que tomamos sus familiares", explica por teléfono Omri, uno de los hijos de Ariel Sharon que acude a Tel Hashomer con frecuencia. Su hermano Gilad visita a su padre casi a diario. La esperanza es de lo poco que le queda a la familia Sharon, que no atraviesa su mejor momento. Años después de que Omri se viera obligado a dejar su escaño en la Knesset y de su paso por la cárcel debido a un escándalo de corrupción, la policía israelí recomienda ahora la acusación formal de ambos hermanos, por el presunto cobro de sobornos de hasta tres millones de dólares. El dinero se ingresó supuestamente en la cuenta de su padre.
Una nuera de Sharon, su antiguo chófer y algún amigo completan el círculo íntimo de visitantes. Raanan Gissin es uno de ellos. Fue asesor personal y portavoz de Sharon durante sus 10 últimos años de vida política. A veces va a visitarle con el chófer, pero últimamente ya ni entra en la habitación. "Es un vegetal. No me gusta verle así". Explica Gissin que Sharon respira por sí mismo, pero que por la noche le suelen poner algo de oxígeno. Que las enfermeras le mueven y le sientan para evitar que se formen llagas. Sostiene que su amigo es muy fuerte por naturaleza -cita graves heridas de guerra que superó hace años- y piensa que otro cuerpo distinto del de Sharon no aguantaría en las circunstancias actuales. El de Arik el Terrible, con 82 años, resiste.
Gissin asegura que, como amigo, no desea la muerte de Sharon. Metido en su papel de asesor, este ferviente admirador del hombre que llevó a Israel a la guerra con Líbano en la que se produjeron las masacres de Sabra y Chatila piensa que el legado político de Sharon habría gozado de mayor reconocimiento de haber muerto el día que sufrió la hemorragia cerebral.
En Israel, más allá de la agresividad que el antiguo primer ministro desplegó en el campo de batalla, de su papel desencadenante de la segunda Intifada o de la brutalidad de la Operación Escudo Defensivo que ordenó, se le recordará como el padre del movimiento colono, quien poco antes de caer en coma sorprendió al ordenar la evacuación de los asentamientos de Gaza en 2005. "Tardó unos años, pero al final se dio cuenta de que si Israel quería mantener los asentamientos en el resto de los territorios palestinos y contar con el apoyo de EE UU, tenía que retirarse de Gaza. Siempre me decía: 'Vamos a quedarnos con lo mejor y a deshacernos del resto", recuerda Gissin.
La retirada unilateral de Gaza suscitó muchas críticas a izquierda y a derecha, pero para el reputado analista Shlomo Avineri este es precisamente el mayor legado político de Sharon, "porque demostró que los asentamientos se pueden desmantelar. Rompió el tabú de las evacuaciones sin mayores consecuencias".
El movimiento colono no lo ve así. Se sintieron traicionados cuando el hombre que en el pasado les había enviado a levantar más de 100 asentamientos ilegales, ordenaba después a los soldados evacuar Gaza. Muchos de ellos piensan que el coma en el que vegeta Sharon no es más que un castigo divino por haber desalojado a judíos de lo que ellos consideran la tierra prometida. Lo proclaman incluso algunos rabinos de la corriente nacionalista religiosa.
Menachen Friedman, experto en asuntos religiosos de la Universidad de Bar Ilan, considera este tipo de especulaciones peligrosas, "porque podrían abrir la puerta a buscar explicaciones religiosas a catástrofes como el Holocausto". Preguntado acerca de si la halajá, la ley judía, influye en el hecho de que casi nadie en Israel se plantee poner fin a la alimentación artificial de Sharon, Friedman sostiene que a pesar de que de en principio el judaísmo prohíbe la eutanasia, en realidad en este caso la decisión está exclusivamente en manos de la familia.
Las esculturas, las hileras de árboles no consiguen mitigar el aire frío e impersonal de las ciudades-hospital. En la de Tel Hashomer, a las afueras de Tel Aviv, yace Ariel Sharon, el ex primer ministro israelí que durante décadas modeló el presente y esbozó el futuro de Oriente Próximo. Lleva cuatro años y medio postrado en una cama, alimentado a través de un tubo, desde que una hemorragia cerebral lo dejara en coma. Eso fue en enero de 2006. Desde entonces, vegeta en su vida-limbo. "Esto es una tragedia griega. Su legado político ha quedado secuestrado", se lamenta un antiguo amigo y admirador de Sharon que todavía le visita.
Los médicos no le auguran una mejora. "No hay ningún cambio en el estado del señor Sharon", indicaban esta semana desde Tel Hashomer en un escueto correo electrónico. A pesar de los pronósticos hospitalarios poco alentadores, la familia del que en otros tiempos simbolizara el espíritu guerrero israelí, se aferra a la esperanza y se niega a dejarle morir. Dicen que abre los ojos, que podría recobrar la consciencia.
"Esperamos y creemos que la situación mejorará. Mantenerlo alimentado artificialmente es una decisión que tomamos sus familiares", explica por teléfono Omri, uno de los hijos de Ariel Sharon que acude a Tel Hashomer con frecuencia. Su hermano Gilad visita a su padre casi a diario. La esperanza es de lo poco que le queda a la familia Sharon, que no atraviesa su mejor momento. Años después de que Omri se viera obligado a dejar su escaño en la Knesset y de su paso por la cárcel debido a un escándalo de corrupción, la policía israelí recomienda ahora la acusación formal de ambos hermanos, por el presunto cobro de sobornos de hasta tres millones de dólares. El dinero se ingresó supuestamente en la cuenta de su padre.
Una nuera de Sharon, su antiguo chófer y algún amigo completan el círculo íntimo de visitantes. Raanan Gissin es uno de ellos. Fue asesor personal y portavoz de Sharon durante sus 10 últimos años de vida política. A veces va a visitarle con el chófer, pero últimamente ya ni entra en la habitación. "Es un vegetal. No me gusta verle así". Explica Gissin que Sharon respira por sí mismo, pero que por la noche le suelen poner algo de oxígeno. Que las enfermeras le mueven y le sientan para evitar que se formen llagas. Sostiene que su amigo es muy fuerte por naturaleza -cita graves heridas de guerra que superó hace años- y piensa que otro cuerpo distinto del de Sharon no aguantaría en las circunstancias actuales. El de Arik el Terrible, con 82 años, resiste.
Gissin asegura que, como amigo, no desea la muerte de Sharon. Metido en su papel de asesor, este ferviente admirador del hombre que llevó a Israel a la guerra con Líbano en la que se produjeron las masacres de Sabra y Chatila piensa que el legado político de Sharon habría gozado de mayor reconocimiento de haber muerto el día que sufrió la hemorragia cerebral.
En Israel, más allá de la agresividad que el antiguo primer ministro desplegó en el campo de batalla, de su papel desencadenante de la segunda Intifada o de la brutalidad de la Operación Escudo Defensivo que ordenó, se le recordará como el padre del movimiento colono, quien poco antes de caer en coma sorprendió al ordenar la evacuación de los asentamientos de Gaza en 2005. "Tardó unos años, pero al final se dio cuenta de que si Israel quería mantener los asentamientos en el resto de los territorios palestinos y contar con el apoyo de EE UU, tenía que retirarse de Gaza. Siempre me decía: 'Vamos a quedarnos con lo mejor y a deshacernos del resto", recuerda Gissin.
La retirada unilateral de Gaza suscitó muchas críticas a izquierda y a derecha, pero para el reputado analista Shlomo Avineri este es precisamente el mayor legado político de Sharon, "porque demostró que los asentamientos se pueden desmantelar. Rompió el tabú de las evacuaciones sin mayores consecuencias".
El movimiento colono no lo ve así. Se sintieron traicionados cuando el hombre que en el pasado les había enviado a levantar más de 100 asentamientos ilegales, ordenaba después a los soldados evacuar Gaza. Muchos de ellos piensan que el coma en el que vegeta Sharon no es más que un castigo divino por haber desalojado a judíos de lo que ellos consideran la tierra prometida. Lo proclaman incluso algunos rabinos de la corriente nacionalista religiosa.
Menachen Friedman, experto en asuntos religiosos de la Universidad de Bar Ilan, considera este tipo de especulaciones peligrosas, "porque podrían abrir la puerta a buscar explicaciones religiosas a catástrofes como el Holocausto". Preguntado acerca de si la halajá, la ley judía, influye en el hecho de que casi nadie en Israel se plantee poner fin a la alimentación artificial de Sharon, Friedman sostiene que a pesar de que de en principio el judaísmo prohíbe la eutanasia, en realidad en este caso la decisión está exclusivamente en manos de la familia.