Zidane y el desierto
José Samano, Johannesburgo, El País
Siempre hubo futbolistas que marcaron época antes y después de su retirada, jugadores de tanto peso directo en los éxitos como indirecto en los fracasos posteriores. Se jubilan y sus equipos se sienten extraviados, las transiciones resultan un camino tortuoso, no hay quién cubra el vacío. El último caso es el de Zinedine Zidane, cuya ausencia ha dejado a Francia al desnudo, despeñada y sin brújula cuatro años después del subcampeonato de 2006. De Zizou no solo sacaban provecho sus compañeros, sino que a su rueda se desnortaba el altivo Raymond Domenech. Sin su mesías, las vanidades del seleccionador se chamuscan en la hoguera. Una vez más, el fútbol es de los futbolistas.
El ejemplo de Zidane no es singular. Su huella amplifica el valor que han tenido los grandes iconos de este deporte. Del fin de Pelé (1970) al europeizado Brasil de Romario (1994) pasaron 24 años; de la última Argentina de Maradona (finalista en 1990) a quién sabe si la albiceleste de Messi han pasado dos décadas. La Holanda sin Cruyff solo perduró un Mundial más (subcampeona en 1978) y en Inglaterra el socavón de Bobby Charlton se ha perpetuado desde 1966. Entre Meazza y Rossi, Italia capituló durante 44 años. De Eusebio a Cristiano Ronaldo, a Portugal le llevó 40 repetir una semifinal.
La desertización sin un gran líder también ha ocurrido en equipos de menor rango, pero que tuvieron su momento de éxtasis en los Mundiales: sin Obdulio Varela se apagó Uruguay; sin Puskas se espantó Hungría; sin Lato se desvaneció Polonia; sin Hagi no hay rastro de Rumania; sin Stoichkov languideció Bulgaria, y sin Suker, Croacia está penalizada. Por no hablar de España, que aún añora la voz de Matías Prats en el No-Do para rememorar aquel 2 de julio de 1950: Zarra, 1; Inglaterra, 0. Y qué decir de los 44 años de espera entre la Eurocopa de Luis Suárez y la de Fernando Torres. Solo Alemania y su extraordinaria capacidad de clonación, ya sean figuras de primer cartel o simples pretorianos, ha resistido el trasiego generacional. Para los alemanes no pasan los años, casi siempre están, pocas veces no vuelven, nunca desfallecen largo tiempo.
Francia no ha sabido, como en los casos citados, encontrar un relevo para Zidane. El chico predestinado era Gourcuff, cuya suplencia frente a México ayer mismo lamentaba Zizou.
Domenech no supo cómo mantener el mecano. Primero quiso entregarse a Henry, que le llevó de la mano al Mundial, pero luego, llegado a Sudáfrica, se inclinó por un equipo postizo, sin faro, sin ruta, sin líderes, de perfil bajo. Ahora le tocará purgar a Laurent Blanc, futuro seleccionador. Es el fin de la escuela de ilustrados de Clairefontaine, la que alumbro a los triunfadores de 1998: Gérard Houllier, Aimé Jacquet, Roger Lemèrre, Jacques Santini y Raymond Domenech. Llegada la capitulación, Francia se pone ahora en manos de un técnico que aún tiene sangre de futbolista. Menos académico, dirán algunos, pero más terrenal.
Mientras les bleus buscan la linterna, el Mundial sudafricano ofrece, por ahora, una pista curiosa: África deja paso a América. Donde se esperaba la confirmación del fútbol africano ya han sucumbido Nigeria y Sudáfrica, los dos mayores países del continente. Por contra, América está en alza: solo Honduras, y porque se medía a Chile, ha patinado hasta la fecha. A los meritorios empates de Estados Unidos y Paraguay con Inglaterra e Italia, respectivamente, se han sumado la más que previsible clasificación de Uruguay y México, la exhibición chilena, el paso firme de Argentina y Brasil. En Europa, descarrila Francia, tiembla España, titubean Portugal e Italia y, desde ayer, se angustian Alemania e Inglaterra.
Siempre hubo futbolistas que marcaron época antes y después de su retirada, jugadores de tanto peso directo en los éxitos como indirecto en los fracasos posteriores. Se jubilan y sus equipos se sienten extraviados, las transiciones resultan un camino tortuoso, no hay quién cubra el vacío. El último caso es el de Zinedine Zidane, cuya ausencia ha dejado a Francia al desnudo, despeñada y sin brújula cuatro años después del subcampeonato de 2006. De Zizou no solo sacaban provecho sus compañeros, sino que a su rueda se desnortaba el altivo Raymond Domenech. Sin su mesías, las vanidades del seleccionador se chamuscan en la hoguera. Una vez más, el fútbol es de los futbolistas.
El ejemplo de Zidane no es singular. Su huella amplifica el valor que han tenido los grandes iconos de este deporte. Del fin de Pelé (1970) al europeizado Brasil de Romario (1994) pasaron 24 años; de la última Argentina de Maradona (finalista en 1990) a quién sabe si la albiceleste de Messi han pasado dos décadas. La Holanda sin Cruyff solo perduró un Mundial más (subcampeona en 1978) y en Inglaterra el socavón de Bobby Charlton se ha perpetuado desde 1966. Entre Meazza y Rossi, Italia capituló durante 44 años. De Eusebio a Cristiano Ronaldo, a Portugal le llevó 40 repetir una semifinal.
La desertización sin un gran líder también ha ocurrido en equipos de menor rango, pero que tuvieron su momento de éxtasis en los Mundiales: sin Obdulio Varela se apagó Uruguay; sin Puskas se espantó Hungría; sin Lato se desvaneció Polonia; sin Hagi no hay rastro de Rumania; sin Stoichkov languideció Bulgaria, y sin Suker, Croacia está penalizada. Por no hablar de España, que aún añora la voz de Matías Prats en el No-Do para rememorar aquel 2 de julio de 1950: Zarra, 1; Inglaterra, 0. Y qué decir de los 44 años de espera entre la Eurocopa de Luis Suárez y la de Fernando Torres. Solo Alemania y su extraordinaria capacidad de clonación, ya sean figuras de primer cartel o simples pretorianos, ha resistido el trasiego generacional. Para los alemanes no pasan los años, casi siempre están, pocas veces no vuelven, nunca desfallecen largo tiempo.
Francia no ha sabido, como en los casos citados, encontrar un relevo para Zidane. El chico predestinado era Gourcuff, cuya suplencia frente a México ayer mismo lamentaba Zizou.
Domenech no supo cómo mantener el mecano. Primero quiso entregarse a Henry, que le llevó de la mano al Mundial, pero luego, llegado a Sudáfrica, se inclinó por un equipo postizo, sin faro, sin ruta, sin líderes, de perfil bajo. Ahora le tocará purgar a Laurent Blanc, futuro seleccionador. Es el fin de la escuela de ilustrados de Clairefontaine, la que alumbro a los triunfadores de 1998: Gérard Houllier, Aimé Jacquet, Roger Lemèrre, Jacques Santini y Raymond Domenech. Llegada la capitulación, Francia se pone ahora en manos de un técnico que aún tiene sangre de futbolista. Menos académico, dirán algunos, pero más terrenal.
Mientras les bleus buscan la linterna, el Mundial sudafricano ofrece, por ahora, una pista curiosa: África deja paso a América. Donde se esperaba la confirmación del fútbol africano ya han sucumbido Nigeria y Sudáfrica, los dos mayores países del continente. Por contra, América está en alza: solo Honduras, y porque se medía a Chile, ha patinado hasta la fecha. A los meritorios empates de Estados Unidos y Paraguay con Inglaterra e Italia, respectivamente, se han sumado la más que previsible clasificación de Uruguay y México, la exhibición chilena, el paso firme de Argentina y Brasil. En Europa, descarrila Francia, tiembla España, titubean Portugal e Italia y, desde ayer, se angustian Alemania e Inglaterra.