Uribe sí tiene un sucesor
Maite Rico, Bogotá, Agencias
Cuando, el pasado febrero, la Corte Constitucional de Colombia puso freno a la segunda reelección de Álvaro Uribe, parecía que nadie sería capaz de llenar el vacío de este presidente ubicuo, que deja el cargo después de ocho años con una popularidad del 75%. La realidad, sin embargo, se ha encargado de disipar los temores y hoy los colombianos elegirán a su sucesor entre dos candidatos de alto nivel y de perfiles contrapuestos, que han brindado una de las campañas electorales más interesantes y dinámicas que se recuerdan.
Es cierto: Juan Manuel Santos, economista y abogado, exitoso ministro de Comercio, Economía y Defensa en diferentes Gobiernos, tiene la victoria en la mano. Pero también es cierto que Antanas Mockus, matemático y filósofo, exitoso alcalde de Bogotá, ha revolucionado la política colombiana con un reclamo de honestidad y legalidad que, sea cual sea el resultado en las urnas, no podrá ser ignorado.
La suerte quedó echada ya en la primera vuelta, el 30 mayo, en la que Santos, heredero de Uribe, sacó 25 puntos de ventaja. Las encuestas, que entonces confundieron ilusión con intención de voto y dieron a Mockus un triunfo prematuro, otorgan ahora al candidato oficialista más del 60% de los sufragios, el doble que su rival del Partido Verde. La efervescencia inicial, los mítines coloristas y la explosión de las redes sociales de Internet a favor de Mockus han dejado paso a una campaña más íntima, centrada en el debate de ideas.
Esos cara a cara, puntualmente televisados, han ofrecido el mejor retrato de los candidatos. Ambos comparten una excelente formación, completada en universidades europeas y estadounidenses, y una vocación de servicio público. Ambos, también, se escapan de las etiquetas ideológicas. Pero difieren en todo lo demás.
Santos es de los Santos de toda la vida: la familia de abolengo que ha dado desde presidentes (su tío abuelo, sin ir más lejos) a directores de periódicos. Y Mockus, hijo de emigrantes lituanos, suele reivindicar medio en broma medio en serio su origen "bastardo". Santos es un hombre de acción. Mockus, un pensador. Santos siempre se ajusta a los cánones. Mockus siempre los rompe. Cuando en una ocasión, por ejemplo, les preguntaron en televisión cómo mitigaban el cansancio de la campaña, todos los candidatos dieron respuestas convencionales, salvo Mockus, que reconoció, en voz bajita, que no había nada "como dormir desnudo y acompañado".
En esta segunda vuelta el matemático ha intentado superar su imagen de indecisión mostrándose más agresivo con su rival, pero no le ha acabado de salir, porque no va con su carácter. Además, los debates televisados juegan siempre en contra de Mockus. El tiempo cronometrado y las preguntas tajantes no son el mejor formato para alguien que reflexiona al mismo tiempo que habla y que te va haciendo partícipe de sus dudas, en lo que el escritor Jaime Bayly ha definido como "un strip-tease intelectual" propio de un profesor honesto, pero muy inadecuado para un político en campaña. Frente a ello, Santos se ha mostrado contundente y seguro, con un dominio absoluto en los temas más cruciales.
Los debates, en suma, han confirmado a Mockus como el hombre de la cruzada moral para terminar con la corrupción y "la cultura del atajo", y a Santos como el político pragmático y concertador.
Las divergencias entre ambos programas se centran sobre todo en la economía. Comparten objetivos (luchar contra un paro del 12% y reducir la informalidad laboral), pero mientras el equipo de Mockus se arriesga a proponer una subida de impuestos, Santos asegura que se puede ampliar la base de recaudación sin elevar los tributos. En materia de seguridad hay consenso, y ambos son taxativos en su rechazo a negociar con la guerrilla de las FARC la liberación de los secuestrados.
Suele decirse en Colombia que en la primera vuelta se vota por amor, y en la segunda por odio. No parece ser el caso ahora. Todo el mundo reconoce las cualidades de ambos contrincantes, que han acabado por rebasar las fronteras. Si Mockus tuvo el espaldarazo de una veintena de académicos internacionales, entre ellos Jürgen Habermas, Santos acaba de recibir el apoyo de varios intelectuales, como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. De hecho, esta campaña ha disipado la crispación de los últimos tiempos, agudizada por las pretensiones reeleccionistas de Uribe, y parece anunciar una nueva etapa de consenso en la vida política colombiana.
Cuando, el pasado febrero, la Corte Constitucional de Colombia puso freno a la segunda reelección de Álvaro Uribe, parecía que nadie sería capaz de llenar el vacío de este presidente ubicuo, que deja el cargo después de ocho años con una popularidad del 75%. La realidad, sin embargo, se ha encargado de disipar los temores y hoy los colombianos elegirán a su sucesor entre dos candidatos de alto nivel y de perfiles contrapuestos, que han brindado una de las campañas electorales más interesantes y dinámicas que se recuerdan.
Es cierto: Juan Manuel Santos, economista y abogado, exitoso ministro de Comercio, Economía y Defensa en diferentes Gobiernos, tiene la victoria en la mano. Pero también es cierto que Antanas Mockus, matemático y filósofo, exitoso alcalde de Bogotá, ha revolucionado la política colombiana con un reclamo de honestidad y legalidad que, sea cual sea el resultado en las urnas, no podrá ser ignorado.
La suerte quedó echada ya en la primera vuelta, el 30 mayo, en la que Santos, heredero de Uribe, sacó 25 puntos de ventaja. Las encuestas, que entonces confundieron ilusión con intención de voto y dieron a Mockus un triunfo prematuro, otorgan ahora al candidato oficialista más del 60% de los sufragios, el doble que su rival del Partido Verde. La efervescencia inicial, los mítines coloristas y la explosión de las redes sociales de Internet a favor de Mockus han dejado paso a una campaña más íntima, centrada en el debate de ideas.
Esos cara a cara, puntualmente televisados, han ofrecido el mejor retrato de los candidatos. Ambos comparten una excelente formación, completada en universidades europeas y estadounidenses, y una vocación de servicio público. Ambos, también, se escapan de las etiquetas ideológicas. Pero difieren en todo lo demás.
Santos es de los Santos de toda la vida: la familia de abolengo que ha dado desde presidentes (su tío abuelo, sin ir más lejos) a directores de periódicos. Y Mockus, hijo de emigrantes lituanos, suele reivindicar medio en broma medio en serio su origen "bastardo". Santos es un hombre de acción. Mockus, un pensador. Santos siempre se ajusta a los cánones. Mockus siempre los rompe. Cuando en una ocasión, por ejemplo, les preguntaron en televisión cómo mitigaban el cansancio de la campaña, todos los candidatos dieron respuestas convencionales, salvo Mockus, que reconoció, en voz bajita, que no había nada "como dormir desnudo y acompañado".
En esta segunda vuelta el matemático ha intentado superar su imagen de indecisión mostrándose más agresivo con su rival, pero no le ha acabado de salir, porque no va con su carácter. Además, los debates televisados juegan siempre en contra de Mockus. El tiempo cronometrado y las preguntas tajantes no son el mejor formato para alguien que reflexiona al mismo tiempo que habla y que te va haciendo partícipe de sus dudas, en lo que el escritor Jaime Bayly ha definido como "un strip-tease intelectual" propio de un profesor honesto, pero muy inadecuado para un político en campaña. Frente a ello, Santos se ha mostrado contundente y seguro, con un dominio absoluto en los temas más cruciales.
Los debates, en suma, han confirmado a Mockus como el hombre de la cruzada moral para terminar con la corrupción y "la cultura del atajo", y a Santos como el político pragmático y concertador.
Las divergencias entre ambos programas se centran sobre todo en la economía. Comparten objetivos (luchar contra un paro del 12% y reducir la informalidad laboral), pero mientras el equipo de Mockus se arriesga a proponer una subida de impuestos, Santos asegura que se puede ampliar la base de recaudación sin elevar los tributos. En materia de seguridad hay consenso, y ambos son taxativos en su rechazo a negociar con la guerrilla de las FARC la liberación de los secuestrados.
Suele decirse en Colombia que en la primera vuelta se vota por amor, y en la segunda por odio. No parece ser el caso ahora. Todo el mundo reconoce las cualidades de ambos contrincantes, que han acabado por rebasar las fronteras. Si Mockus tuvo el espaldarazo de una veintena de académicos internacionales, entre ellos Jürgen Habermas, Santos acaba de recibir el apoyo de varios intelectuales, como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. De hecho, esta campaña ha disipado la crispación de los últimos tiempos, agudizada por las pretensiones reeleccionistas de Uribe, y parece anunciar una nueva etapa de consenso en la vida política colombiana.