Obama: "No podemos esperar para poner fin a la adicción al petróleo"
Antonio Caño, Washington, El País
Barack Obama ha abordado anoche finalmente (hora de Washington) el vertido de petróleo en el golfo de México como la gran crisis política en la que se ha convertido y se ha puesto cara a cara frente a la nación desde el Despacho Oval, como en las más célebres ocasiones, para asegurarle que los daños causados serán reparados , que las víctimas serán compensadas y que Estados Unidos debe aprovechar esta lección para diseñar una nueva estrategia energética.
La máxima de esta Administración ha sido siempre, por consejo del jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, la de no perder ocasión de convertir una crisis en una oportunidad. Se aprovechó la crisis económica para lanzar las reformas sanitaria y financiera. Se quiere aprovechar ahora la marea negra para acelerar la reforma de la energía. "Esta es la hora de asumir una política de energías limpias. No podemos esperar más para poner fin a la adicción al petróleo", dijo Obama.
Para cumplir ese objetivo, el presidente tiene que recuperar antes al menos parte del crédito perdido desde el accidente de la plataforma de BP. Para eso recurrió a la inusual comparecencia nocturna.
Los discursos desde el Despacho Oval (lee aquí el texto íntegro, en inglés) tienen, hasta en su puesta en escena, un dramatismo especial. El hombre que dirige los destinos del país se sitúa, desde la soledad de su escritorio de trabajo, frente a la cámara por la que se asoman millones de compatriotas en busca de orientación. La mayor parte de los presidentes utilizan ese método en momento de particular gravedad. George Bush habló desde el Despacho Oval tras los atentados del 11-S. John Kennedy lo hizo en medio de la crisis de los misiles de 1962. Ronald Reagan, tras el accidente del Challenger. Richard Nixon anunció desde el Despacho Oval su dimisión por el escándalo del Watergate.
En opinión de Obama, esta es la primera vez en su año y medio de ejercicio en que se enfrenta a una crisis que merece un tratamiento similar. Su presidencia está, ciertamente, en suspenso mientras no se le encuentre una solución al vertido; toda su gestión puede verse comprometida si no consigue salir airosamente de esta catástrofe.
Obama tiene medios limitados para lograrlo. Tecnológicamente está en manos de los ingenieros de BP , los únicos que disponen de los sistemas para reparar la ruptura de su plataforma. Políticamente, sin embargo, el presidente pretende poner en marcha medidas para recuperar la iniciativa.
Obama ha defendido el desarrollo de energías alternativas que reduzcan la fuerte dependencia que EE UU, el mayor importador del mundo, tiene del petróleo. La razón última del accidente de BP es esa adicción. Es la demanda creciente de combustible la que obliga a incrementar las explotaciones y llevar las prospecciones a reservas más profundas y más arriesgadas.
Ese es el marco en que se explica este desastre y la solución última al problema. Pero antes, Obama se ha visto también impelido a ofrecer respuesta a los problemas inmediatos de los pescadores, los hosteleros y toda la población de los Estados del golfo de México que se han visto afectados económicamente por el vertido. Para ello, exigió a BP la creación de un fondo de compensación administrado de forma independiente, sin participación de la empresa, y de una cuantía suficiente como para responder a las reclamaciones más evidentes.
Horas antes de su discurso, en un nuevo recorrido por las playas que esperan la llegada de la mancha de petróleo, Obama prometió que todas esas costas quedarán mejor de lo que estaban antes del accidente. Será una prueba de su credibilidad. Bush prometió lo mismo después del Katrina y nadie le creyó. ¿Creerán esta vez los norteamericanos a Obama? Las señales actuales no son muy optimistas. EE UU eligió un presidente cerebral, desapasionado, frío y ahora quiere a un presidente teatral, cálido, visiblemente afectado por el dolor ajeno. EE UU eligió un presidente que inspiraba a una nación y ofrecía profundas transformaciones y ahora reclama esa inspiración y esa audacia. La respuesta está en manos de Obama.
Barack Obama ha abordado anoche finalmente (hora de Washington) el vertido de petróleo en el golfo de México como la gran crisis política en la que se ha convertido y se ha puesto cara a cara frente a la nación desde el Despacho Oval, como en las más célebres ocasiones, para asegurarle que los daños causados serán reparados , que las víctimas serán compensadas y que Estados Unidos debe aprovechar esta lección para diseñar una nueva estrategia energética.
La máxima de esta Administración ha sido siempre, por consejo del jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, la de no perder ocasión de convertir una crisis en una oportunidad. Se aprovechó la crisis económica para lanzar las reformas sanitaria y financiera. Se quiere aprovechar ahora la marea negra para acelerar la reforma de la energía. "Esta es la hora de asumir una política de energías limpias. No podemos esperar más para poner fin a la adicción al petróleo", dijo Obama.
Para cumplir ese objetivo, el presidente tiene que recuperar antes al menos parte del crédito perdido desde el accidente de la plataforma de BP. Para eso recurrió a la inusual comparecencia nocturna.
Los discursos desde el Despacho Oval (lee aquí el texto íntegro, en inglés) tienen, hasta en su puesta en escena, un dramatismo especial. El hombre que dirige los destinos del país se sitúa, desde la soledad de su escritorio de trabajo, frente a la cámara por la que se asoman millones de compatriotas en busca de orientación. La mayor parte de los presidentes utilizan ese método en momento de particular gravedad. George Bush habló desde el Despacho Oval tras los atentados del 11-S. John Kennedy lo hizo en medio de la crisis de los misiles de 1962. Ronald Reagan, tras el accidente del Challenger. Richard Nixon anunció desde el Despacho Oval su dimisión por el escándalo del Watergate.
En opinión de Obama, esta es la primera vez en su año y medio de ejercicio en que se enfrenta a una crisis que merece un tratamiento similar. Su presidencia está, ciertamente, en suspenso mientras no se le encuentre una solución al vertido; toda su gestión puede verse comprometida si no consigue salir airosamente de esta catástrofe.
Obama tiene medios limitados para lograrlo. Tecnológicamente está en manos de los ingenieros de BP , los únicos que disponen de los sistemas para reparar la ruptura de su plataforma. Políticamente, sin embargo, el presidente pretende poner en marcha medidas para recuperar la iniciativa.
Obama ha defendido el desarrollo de energías alternativas que reduzcan la fuerte dependencia que EE UU, el mayor importador del mundo, tiene del petróleo. La razón última del accidente de BP es esa adicción. Es la demanda creciente de combustible la que obliga a incrementar las explotaciones y llevar las prospecciones a reservas más profundas y más arriesgadas.
Ese es el marco en que se explica este desastre y la solución última al problema. Pero antes, Obama se ha visto también impelido a ofrecer respuesta a los problemas inmediatos de los pescadores, los hosteleros y toda la población de los Estados del golfo de México que se han visto afectados económicamente por el vertido. Para ello, exigió a BP la creación de un fondo de compensación administrado de forma independiente, sin participación de la empresa, y de una cuantía suficiente como para responder a las reclamaciones más evidentes.
Horas antes de su discurso, en un nuevo recorrido por las playas que esperan la llegada de la mancha de petróleo, Obama prometió que todas esas costas quedarán mejor de lo que estaban antes del accidente. Será una prueba de su credibilidad. Bush prometió lo mismo después del Katrina y nadie le creyó. ¿Creerán esta vez los norteamericanos a Obama? Las señales actuales no son muy optimistas. EE UU eligió un presidente cerebral, desapasionado, frío y ahora quiere a un presidente teatral, cálido, visiblemente afectado por el dolor ajeno. EE UU eligió un presidente que inspiraba a una nación y ofrecía profundas transformaciones y ahora reclama esa inspiración y esa audacia. La respuesta está en manos de Obama.