Máxima alerta en la península coreana
Antonio Caño, Agencias
Con el apoyo explícito y rotundo de EE UU, cuyas fuerzas militares han recibido órdenes de responder convenientemente, Corea del Sur ha anunciado represalias por la presunta responsabilidad de su vecino del Norte en el hundimiento de un barco de guerra . Toda la región entró inmediatamente en estado de alerta ante la alta explosividad de un conflicto que ha tomado derroteros impredecibles.
"La situación es extremadamente precaria", ha advertido la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en Pekín, donde trataba de presionar a China, el único país con influencia real sobre Corea del Norte, para que contribuya a contener a su aliado. La Casa Blanca emitió en la madrugada un comunicado de pleno respaldo a Corea del Sur, mientras que la propia Clinton advirtió que el apoyo estadounidense a la defensa de ese país es "inequívoco".
Se vive uno de los momentos de mayor tensión en la península coreana desde la guerra de tres años que finalizó en 1953. El hundimiento, el 26 de marzo, del buque Cheonan, en el que murieron 46 miembros de la tripulación, es la peor pérdida sufrida por Corea del Sur desde el armisticio. Una comisión de investigación culpó la semana pasada del hecho a Corea del Norte , y el presidente surcoreano, Lee Myung-bak, ha acudido al monumento que recuerda aquel terrible conflicto para anunciar que, en esta ocasión, su gobierno había decidido responder a "la brutalidad constante" con la que actúan sus vecinos.
"Ahora las cosas son diferentes", ha dicho, "esta vez Corea del Norte pagará el precio correspondiente por sus actos de provocación". Lee ha comunicado a continuación la suspensión de todo el comercio con el régimen comunista, la prohibición a que sus barcos utilicen puertos surcoreanos y la solicitud de sanciones por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. El Ministerio de Defensa, por su parte, ha informado de la reanudación inmediata de los altavoces desde los que se envía al Norte propaganda sobre el sistema del Sur.
Barack Obama ha aplaudido esas medidas y ha dado instrucciones a sus jefes militares en la región para coordinar con el Ejército surcoreano las acciones que sean necesarias a fin de "asegurar la puesta a punto y detener una agresión". Estados Unidos está considerando diferentes iniciativas adicionales, como la celebración de maniobras militares conjuntas con las fuerzas surcoreanas y otras de carácter político y diplomático que, por el momento, prefiere no revelar. El Pentágono cuenta con algo más de 28.000 soldados asentados en la península de Corea.
La crisis resulta particularmente alarmante por la naturaleza secretista del régimen de Pyongyang. Después de muchos meses de rumores sobre estado de salud y su firmeza en el poder, es difícil de saber si el presidente norcoreano, Kim Jong-il, está dirigiendo los hilos de esta crisis. El Gobierno norcoreano ha advertido que, si su vecino reanudaba el envío de propaganda, respondería con el cierre de fronteras y con la destrucción por su artillería de los altavoces y los carteles.
No existen indicadores suficientes para prever si el régimen norcoreano podría estar interesado en una escalada militar pese al estado ruinoso de su economía o, precisamente, como respuesta desesperada a esa situación. La suspensión del comercio con el Sur puede suponer la eliminación del 15% de todas las transacciones norcoreanas con el exterior. El cierre de los puertos surcoreanos, además, dificulta y encarece esas transacciones puesto que obliga a más largos recorridos.
Si a esto se suma pronto la adopción de nuevas sanciones en la ONU, Corea del Norte puede quedar en tal estado de precariedad como para provocar una división en su régimen o forzar a sus líderes a una negociación o una huida hacia adelante.
Aunque haya puesto en marcha su dispositivo militar, la Administración norteamericana confía todavía en una solución negociada. Un conflicto armado no sólo haría correr la sangre en la península de Corea, sino que representaría una amenaza para Japón y, obligatoriamente, generaría un clima de rivalidad entre EE UU y China. Es un escenario que Washington no tiene el menor interés de provocar, pero al que se puede ver abocado si, movido por su propio cálculo, es Corea del Norte el que lo provoca.
La opción todavía preferida por el Gobierno de Obama es la de que, con ayuda de China, Corea del Norte regrese a la mesa del diálogo a siete naciones que precisamente estaba a punto de reanudarse poco antes del hundimiento del Cheonan. También parece esta la solución preferida por China, que no quiere añadir a la incertidumbre de la economía mundial la gigantesca sombra de una guerra en Corea. Pero sigue siendo un misterio cuál es la salida preferida por Pyongyang.
Con el apoyo explícito y rotundo de EE UU, cuyas fuerzas militares han recibido órdenes de responder convenientemente, Corea del Sur ha anunciado represalias por la presunta responsabilidad de su vecino del Norte en el hundimiento de un barco de guerra . Toda la región entró inmediatamente en estado de alerta ante la alta explosividad de un conflicto que ha tomado derroteros impredecibles.
"La situación es extremadamente precaria", ha advertido la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en Pekín, donde trataba de presionar a China, el único país con influencia real sobre Corea del Norte, para que contribuya a contener a su aliado. La Casa Blanca emitió en la madrugada un comunicado de pleno respaldo a Corea del Sur, mientras que la propia Clinton advirtió que el apoyo estadounidense a la defensa de ese país es "inequívoco".
Se vive uno de los momentos de mayor tensión en la península coreana desde la guerra de tres años que finalizó en 1953. El hundimiento, el 26 de marzo, del buque Cheonan, en el que murieron 46 miembros de la tripulación, es la peor pérdida sufrida por Corea del Sur desde el armisticio. Una comisión de investigación culpó la semana pasada del hecho a Corea del Norte , y el presidente surcoreano, Lee Myung-bak, ha acudido al monumento que recuerda aquel terrible conflicto para anunciar que, en esta ocasión, su gobierno había decidido responder a "la brutalidad constante" con la que actúan sus vecinos.
"Ahora las cosas son diferentes", ha dicho, "esta vez Corea del Norte pagará el precio correspondiente por sus actos de provocación". Lee ha comunicado a continuación la suspensión de todo el comercio con el régimen comunista, la prohibición a que sus barcos utilicen puertos surcoreanos y la solicitud de sanciones por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. El Ministerio de Defensa, por su parte, ha informado de la reanudación inmediata de los altavoces desde los que se envía al Norte propaganda sobre el sistema del Sur.
Barack Obama ha aplaudido esas medidas y ha dado instrucciones a sus jefes militares en la región para coordinar con el Ejército surcoreano las acciones que sean necesarias a fin de "asegurar la puesta a punto y detener una agresión". Estados Unidos está considerando diferentes iniciativas adicionales, como la celebración de maniobras militares conjuntas con las fuerzas surcoreanas y otras de carácter político y diplomático que, por el momento, prefiere no revelar. El Pentágono cuenta con algo más de 28.000 soldados asentados en la península de Corea.
La crisis resulta particularmente alarmante por la naturaleza secretista del régimen de Pyongyang. Después de muchos meses de rumores sobre estado de salud y su firmeza en el poder, es difícil de saber si el presidente norcoreano, Kim Jong-il, está dirigiendo los hilos de esta crisis. El Gobierno norcoreano ha advertido que, si su vecino reanudaba el envío de propaganda, respondería con el cierre de fronteras y con la destrucción por su artillería de los altavoces y los carteles.
No existen indicadores suficientes para prever si el régimen norcoreano podría estar interesado en una escalada militar pese al estado ruinoso de su economía o, precisamente, como respuesta desesperada a esa situación. La suspensión del comercio con el Sur puede suponer la eliminación del 15% de todas las transacciones norcoreanas con el exterior. El cierre de los puertos surcoreanos, además, dificulta y encarece esas transacciones puesto que obliga a más largos recorridos.
Si a esto se suma pronto la adopción de nuevas sanciones en la ONU, Corea del Norte puede quedar en tal estado de precariedad como para provocar una división en su régimen o forzar a sus líderes a una negociación o una huida hacia adelante.
Aunque haya puesto en marcha su dispositivo militar, la Administración norteamericana confía todavía en una solución negociada. Un conflicto armado no sólo haría correr la sangre en la península de Corea, sino que representaría una amenaza para Japón y, obligatoriamente, generaría un clima de rivalidad entre EE UU y China. Es un escenario que Washington no tiene el menor interés de provocar, pero al que se puede ver abocado si, movido por su propio cálculo, es Corea del Norte el que lo provoca.
La opción todavía preferida por el Gobierno de Obama es la de que, con ayuda de China, Corea del Norte regrese a la mesa del diálogo a siete naciones que precisamente estaba a punto de reanudarse poco antes del hundimiento del Cheonan. También parece esta la solución preferida por China, que no quiere añadir a la incertidumbre de la economía mundial la gigantesca sombra de una guerra en Corea. Pero sigue siendo un misterio cuál es la salida preferida por Pyongyang.