Geopolítica del fútbol
María Cristina Rosas*
Al fútbol se le considera el deporte más popular del mundo. Se calcula que unas 200 millones de personas lo practican en todas las latitudes. La Copa del Mundo es, a excepción de los Juegos Olímpicos, el suceso deportivo más importante del orbe, con la peculiaridad de que mientras en las Olimpiadas existen justas en diversas disciplinas, el Mundial se aboca únicamente a la pasión futbolera. Francia 98 es seguido atentamente por dos mil 500 millones de espectadores (casi la mitad de la población del planeta) en los estadios y en la televisión.
En Brasil, por ejemplo, los dueños de fábricas y empresas han estado de acuerdo con permitir que sus trabajadores sigan paso a paso el desenvolvimiento de su selección nacional y que, una vez terminados los partidos correspondientes, los empleados ya no regresen a laborar sino que se vayan a festejar (si los verde-amarillos ganan) o a deprimirse (si pierden). En México se calcula que la industria del país dejará de percibir 14 mil millones de pesos, debido a la virtual paralización de las actividades laborales por los aficionados que preferirán quedarse en casa a ver los partidos por televisión o que acudirán a bares y restaurantes a presenciarlo.1
Sí, el fútbol es entretenimiento, diversión y pasión, pero también es una actividad muy lucrativa tanto para las federaciones nacionales como para la máxima autoridad que las aglutina: la Federación Internacional de fútbol Asociación (FIFA). Asimismo, el futbol tiene implicaciones políticas, sociales y culturales muy amplias que serán revisadas a continuación.
Fútbol, sociedad y poder
Los analistas coinciden en definir al fútbol como un fenómeno político y social que entre otras funciones:
1. Opera como un mecanismo de identidad nacional;
2. Posibilita la manipulación de la sociedad en aras de afianzar el status quo, disuadiendo el cambio social; y
3. Ha fungido como instrumento de ciertas élites con el fin de mitigar el descontento popular.
Respecto a la identidad nacional, el hecho de que hayan más selecciones nacionales en el seno de la FIFA que países en los organismos internacionales corrobora que el futbol es la continuación de la política por otros medios. Baste recordar que en la Copa del Mundo de Francia 98 están representados Inglaterra y Escocia, y que entre los socios de la FIFA figuran también Palestina (recientemente admitido) y Gales. No está lejano el día en que los kurdos integren un equipo de fútbol y busquen su incorporación al organismo de referencia.
Claro que el nacionalismo futbolero puede tener derivaciones bélicas, como se desprende de la experiencia vivida por Honduras y El Salvador en 1969, cuando un partido de fútbol fue la gota que derramó el vaso en las tensiones existentes entre las dos naciones, desencadenando un conflicto armado.
El fútbol también es percibido como un instrumento de identidad que posibilita integrar símbolos nacionales a partir, por ejemplo, del estilo de juego, el ritmo y los movimientos, que en última instancia reafirman el carácter nacional incluso en situaciones difíciles. Ahí está el caso de Costa Rica, país de tres millones de habitantes que, sin embargo, llegó a octavos de final en la Copa del Mundo de Italia 90, o bien Bolivia, considerado como un nación futbolísticamente débil y que a pesar de ello calificó para la Copa del Mundo de EEUU 94. En el caso de potencias futboleras como Brasil o Argentina, tradicionalmente se han exaltado las virtudes comparativas, la disciplina y la capacidad de adaptación de esas naciones.
Respecto al fútbol como mecanismo para mantener el status quo hay algunos simbolismos que merecen ser acotados. Se recuerdan las acciones desarrolladas por el gobierno italiano en 1990 para contener el ingreso de refugiados albaneses, quienes fueron confinados en el estadio de fútbol de Bari. Esta acción evidenció la distinción que hacen los miembros de la Unión Europea (a la cual pertenece Italia) entre “ellos” (los excluidos) y “nosotros” (los socios comunitarios). A pesar de que para ese año la cortina de hierro ya era parte de la historia, rápidamente esta fue remplazada por la “fortaleza europea” que restringe el flujo de inmigrantes musulmanes, buscadores de asilo, indocumentados, etcétera.
En El Salvador, el estadio nacional de fútbol fue usado durante la guerra civil e incluso antes, para efectuar asesinatos contra adversarios políticos; estos acontecimientos fueron transmitidos por televisión a todo el país. Fue en un estadio de fútbol donde el cantante Víctor Jara fue asesinado por instrucciones de Augusto Pinochet. El Estadio Nacional y el Estadio de Chile fueron los lugares donde los prisioneros del régimen pinochetista eran torturados y masacrados.2 De manera que así como los estadios pueden ser escenarios de diversión, también pueden operar como campos de concentración en determinadas circunstancias y afianzar el status quo.
Finalmente, por cuanto hace al fútbol como instrumento para mitigar el descontento popular, existen múltiples ejemplos. En la etapa más crítica de la década perdida, México se comprometió a organizar la Copa del Mundo de 1986, luego de que las autoridades colombianas declinaran hacerlo. A pesar de la magnitud de la crisis económica, de la virtual moratoria en el pago de la deuda externa y del devastador terremoto de septiembre de 1985, la Copa del Mundo se llevó a cabo y operó como amortiguador social ante la caída brutal del nivel de vida de los mexicanos.
En la Argentina de Jorge Videla, en 1978, un dudoso marcador de 6-0 sobre Perú en semifinales posibilitó que por diferencia de goles la selección albiceleste superara a la de Brasil y disputara la final con Holanda. En esa ocasión, el triunfo argentino fue una forma de legitimación del régimen militar. Varias décadas antes un fenómeno similar se había producido en la Italia de Mussolini en 1934. El general Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de fútbol, recibió del Duce la siguiente encomienda: “¡General: Italia debe ganar el Mundial!” porque Vaccaro ya había aceptado con anterioridad que “la finalidad del torneo es demostrar que el deporte del fascismo tiene la calidad del ideal.” Y como Italia ganó a Checoslovaquia por 2 a 1, Mussolini se legitimó ante los italianos.
Sin embargo, además de lo que afirman los sociólogos y psicólogos que revisan continuamente el papel del fútbol en la sociedad, hay que reconocer que estas justas deportivas también han operado como catalizador de la violencia. Ahí está el caso de los hooligans: en vez de comportarse como espectadores pasivos de los juegos, se convierten en protagonistas creando su propio espectáculo, ejerciendo la violencia sobre la que, irónicamente, el Estado (en el estilo más antiweberiano) no tiene el monopolio. De ahí que al fútbol se le considere un fenómeno metastásico.
Por otro lado, el futbol considerado como manipulador de las masas es a su vez manipulado por intereses políticos. Cuando Carlos Saúl Menem se convirtió en Presidente de Argentina, en 1989, apareció en el estadio nacional de fútbol vestido con el uniforme de la selección nacional de su país.
En Ecuador, la caída del Presidente Bucaram “el Loco” (como a él mismo le gustaba que lo llamaran) es percibida, entre otras razones, como resultado del fracaso de la selección nacional para calificar en la Copa del Mundo de Francia. En 1996, Nelson Mandela asistió al estadio nacional para celebrar la victoria de la Sudáfrica multirracial frente a Túnez en la final de la Copa Africana de Naciones. En ese mismo año, el controvertido Jean Marie Le-Pen, líder del Partido frente Nacional (FN) de derecha de Francia, criticó, durante la celebración de la Eurocopa de Naciones en Inglaterra, que muchos de los integrantes de la selección francesa de fútbol no conocieran el himno nacional debió a que eran “extranjeros” incapaces de cantar “La Marseillaise” con el mismo vigor y la pasión con que lo harían los “verdaderos franceses.”
Asimismo, el ascenso del empresario Silvio Berlusconi como Presidente de la República Italiana habría sido imposible sin sus vínculos y propiedad de las redes nacionales de información y del club Milán. En 1996 cuando el equipo de futbol de Nigeria obtuvo la medalla de oro en las Olimpiadas de Atlanta, el régimen militar de esa nación decretó una fiesta nacional.
Por último, el Primer Ministro de Jamaica, P. J. Patterson, también auspició una fiesta nacional cuando los reggae boys calificaron para la Copa del Mundo de Francia. Es natural que las figuras políticas aprovechen el impacto del deporte más popular para “llevar agua a su molino.”3
La FIFA y sus secuaces
Blatter, Weber, Havelange
En la jefatura de la FIFA habían predominado figuras europeas hasta 1974, cuando asumió la dirigencia de esa organización el dictador brasileño Joao Havelange. El primer presidente de la FIFA fue el francés Robert Guérin (quien estuvo a cargo de la institución de 1904 a 1906), seguido del inglés Daniel Burley Woolfall (1906-1918). Jules Rimet, también francés, presidió a la organización de 1921 a 1954 (y en ese último año fue designado presidente honorario de la FIFA). De 1954 a 1955 el belga Rodolphe William Seeldrayers presidió a la organización para ceder el lugar a Arthur Dewry de Inglaterra de 1955 a 1961. Otro inglés, Sir Stanley Rous estuvo a cargo de 1961 a 1974 (y en ese último año fue designado presidente honorario).
Así, Havelange y al ahora occiso Guillermo Cañedo, vinieron a romper con la hegemonía europea sobre la lucrativa FIFA. Sin embargo, el deceso de Cañedo dejó un vacío que rápidamente fue ocupado por los europeos, y ahora que Havelange ha anunciado su retiro el suizo Joseph Blatter ha vuelto a establecer el predominio del viejo continente en el proceso de toma de decisiones de la institución.
El nuevo presidente de la FIFA, sin embargo, es el hombre de confianza de Havelange y esa sombra le pesará en el cargo. Al brasileño muchos lo consideran la figura que logró la globalización del futbol (ya que, incluso, en 1994, la Copa del Mundo se llevó a cabo en un país donde este deporte es deliberadamente impopular,4 pero donde las grandes transnacionales dejaron sentir sus influencias con el fin de capitalizar la justa a favor de sus intereses, situación parecida a lo ocurrido con los Juegos Olímpicos del centenario celebrados en Atlanta, sede de Coca-Cola y Delta Airlines, cuando lo lógico habría sido efectuarlos en Grecia, donde se iniciaron las justas olímpicas de la era moderna en 1896).
Una de las grandes críticas de que ha sido objeto Havelange es que apoyó mucho al futbol como espectáculo y como fuente generadora de ingresos millonarios para ciertos consorcios transnacionales. En cambio, soslayó el factor humano y la situación de servilismo a la cual son sometidos los jugadores por parte de los clubes que los contratan y los transfieren. De ahí que Blatter, en su primera aparición como presidente de la FIFA, se comprometiera a revisar la situación emanada del traspaso de jugadores. Pero para ello deberá desprenderse de la línea marcada por Joao Havelange, tarea nada fácil.
Al igual que los Juegos Olímpicos, la Copa del Mundo es un acontecimiento claramente occidental con gran preponderancia europea, lo cual es más visible en el caso de la FIFA. Esta nació en 1904 y sus creadores fueron países exclusivamente europeos (Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, España, Suecia y Suiza) que asistieron a la reunión fundacional en París. Al paso del tiempo, nuevos equipos se fueron adhiriendo a la institución hasta llegar en la actualidad a 199 selecciones nacionales,5 que superan la membresía de la ONU, integrada por 186 estados.
Sin embargo, en la actualidad la preeminencia europea sigue siendo muy marcada. De todas las confederaciones que aglutina la FIFA, la Unión de Asociaciones Europeas de fútbol (UEFA) es de las que más miembros tiene al lado de la Confederación Africana de fútbol (CAF), con 51 selecciones la primera y 52 la segunda, por encima de la Confederación de fútbol de Oceanía (OFC, diez selecciones), de la Confederación Sudamericana de fútbol (CONMEBOL, diez selecciones), de la Confederación de Asociaciones de fútbol de América del Norte, Central y el Caribe (CONCACAF, 33 selecciones) y de la Confederación Asiática de fútbol (AFC, 43 selecciones). De 16 Copas del Mundo celebradas hasta hoy, nueve se han efectuado en países de Europa Occidental (con Italia y Francia que organizaron dos justas cada uno en distintas épocas), una en EU, y seis en países en desarrollo (siendo México el único, entre el Tercer Mundo, que la ha organizado dos veces –en 1970 y 1986- en parte gracias a la influencia de Guillermo Cañedo en la FIFA). Todas las Copas del Mundo han sido llevadas a cabo en los continentes europeo y americano y todavía parece lejano el día en que África u Oceanía organicen una justa deportiva de esas dimensiones.
La primera Copa del Mundo se llevó a cabo en Uruguay con 13 participantes en 1930 y la primera Copa que se transmitió por televisión fue la celebrada en Suecia, en 1958 (la sexta), estableciéndose la estratégica relación entre la FIFA y las televisoras con los correspondientes derechos de transmisión. Ahora en Francia 98 participan 32 selecciones sin que ningún país de Oceanía hay logrado su pase a esta jornada.
¿Por el bien del juego?
En el emblema oficial de la FIFA puede leerse el emblema “Por el bien del juego.” Empero, el juego en sí no parece ser el principal estímulo de las autoridades de la institución para organizar una Copa del Mundo. Estas personas insisten en el hecho de que las finanzas de la FIFA son sanas y que las Copas del Mundo “generan ingresos sustanciales (…) a través de la venta de boletos, los derechos de transmisión, los patrocinadores y la mercancía alusiva.” También señalan que “los beneficios fluyen a los equipos finalistas, mientras que la FIFA retiene únicamente los fondos que necesita para financiar sus costos administrativos y las actividades centrales para el siguiente período de cuatro años.”6
Esto llevaría a pensar que efectivamente la FIFA está más preocupada por las competencias futboleras que por el lucro. A pesar de ello, recientemente se dio a conocer que tan sólo por la venta a las televisoras del mundo, de los derechos de transmisión de los partidos, la FIFA recibiría, en principio, la bagatela de de 400 millones de dólares. ¿Cuánto requiere la institución para “financiar sus gastos administrativos”? Esa información seguramente sólo la posee un selecto grupo de autoridades de la organización.
Una forma de evaluar la manera como opera la FIFA es a través de la revisión de las selecciones nacionales que se ubican (según el ranking de la propia FIFA y la transnacional Coca-Cola –ojo-) entre las 20 mejores del mundo. En el cuadro anexo puede observarse la lista que encabezan Brasil, Alemania, república Checa, México e Inglaterra.
La selección argentina (bicampeona del mundo) es relegada al sexto lugar; Italia, tricampeona, se localiza en el lugar 14. México, que jamás ha ganado ninguna Copa del Mundo (y lamentablemente es improbable que lo logre en Francia 98) y ha mostrado un mediocre desempeño en las eliminatorias previas para la Copa del Mundo 98, está en cuarto lugar.
Muchos han calificado a México como “el gigante de la CONCACAF”, aunque no hay que olvidar que en el reino de los ciegos el tuerto es rey. La pregunta obliga entonces es: ¿qué ocurre? ¿Qué criterios son ponderados para ubicar a México en esa posición? Y ¿por qué selecciones nacionales con más méritos no se ubican en las posiciones que les corresponderían?
La respuesta, naturalmente, no reposa en la “capacidad futbolística” de México (si es que algo de eso existe en la selección nacional), sino en su influencia para generar ingresos a los intereses transnacionales patrocinadores del equipo mexicano. Piénsese, por ejemplo, en Coca-Cola, que tiene en México a su segundo mercado consumidor, sólo superado por EU. O analícese el caso de Brasil.
Sin negar que se trata de un equipo ganador de cuatro títulos mundiales, el hecho de que Joao Havelange sea brasileño se considera que ha influido para que la selección nacional carioca ocupe el primer lugar de la clasificación mundial, con todo y que no ha tenido el desempeño que todos esperaban, al menos en los juegos de preparación.
Así las cosas, el fútbol aparece hoy como nunca ligado a los intereses de las grandes empresas transnacionales, justo en momentos en que se habla de la crisis del Estado-nación y posiblemente se busca a través de selecciones “nacionales” (en la práctica financiadas por transnacionales), establecer nuevos mecanismos de identidad nacional en concordancia con la globalización y la interdependencia crecientes. Una alerta en este sentido es la desaparición de los futbolistas amateurs en las justas olímpicas. En adelante, todo parecería indicar que las transnacionales decidirán, los Estados callarán y la FIFA será el bróker entre unos y otros.
Al fútbol se le considera el deporte más popular del mundo. Se calcula que unas 200 millones de personas lo practican en todas las latitudes. La Copa del Mundo es, a excepción de los Juegos Olímpicos, el suceso deportivo más importante del orbe, con la peculiaridad de que mientras en las Olimpiadas existen justas en diversas disciplinas, el Mundial se aboca únicamente a la pasión futbolera. Francia 98 es seguido atentamente por dos mil 500 millones de espectadores (casi la mitad de la población del planeta) en los estadios y en la televisión.
En Brasil, por ejemplo, los dueños de fábricas y empresas han estado de acuerdo con permitir que sus trabajadores sigan paso a paso el desenvolvimiento de su selección nacional y que, una vez terminados los partidos correspondientes, los empleados ya no regresen a laborar sino que se vayan a festejar (si los verde-amarillos ganan) o a deprimirse (si pierden). En México se calcula que la industria del país dejará de percibir 14 mil millones de pesos, debido a la virtual paralización de las actividades laborales por los aficionados que preferirán quedarse en casa a ver los partidos por televisión o que acudirán a bares y restaurantes a presenciarlo.1
Sí, el fútbol es entretenimiento, diversión y pasión, pero también es una actividad muy lucrativa tanto para las federaciones nacionales como para la máxima autoridad que las aglutina: la Federación Internacional de fútbol Asociación (FIFA). Asimismo, el futbol tiene implicaciones políticas, sociales y culturales muy amplias que serán revisadas a continuación.
Fútbol, sociedad y poder
Los analistas coinciden en definir al fútbol como un fenómeno político y social que entre otras funciones:
1. Opera como un mecanismo de identidad nacional;
2. Posibilita la manipulación de la sociedad en aras de afianzar el status quo, disuadiendo el cambio social; y
3. Ha fungido como instrumento de ciertas élites con el fin de mitigar el descontento popular.
Respecto a la identidad nacional, el hecho de que hayan más selecciones nacionales en el seno de la FIFA que países en los organismos internacionales corrobora que el futbol es la continuación de la política por otros medios. Baste recordar que en la Copa del Mundo de Francia 98 están representados Inglaterra y Escocia, y que entre los socios de la FIFA figuran también Palestina (recientemente admitido) y Gales. No está lejano el día en que los kurdos integren un equipo de fútbol y busquen su incorporación al organismo de referencia.
Claro que el nacionalismo futbolero puede tener derivaciones bélicas, como se desprende de la experiencia vivida por Honduras y El Salvador en 1969, cuando un partido de fútbol fue la gota que derramó el vaso en las tensiones existentes entre las dos naciones, desencadenando un conflicto armado.
El fútbol también es percibido como un instrumento de identidad que posibilita integrar símbolos nacionales a partir, por ejemplo, del estilo de juego, el ritmo y los movimientos, que en última instancia reafirman el carácter nacional incluso en situaciones difíciles. Ahí está el caso de Costa Rica, país de tres millones de habitantes que, sin embargo, llegó a octavos de final en la Copa del Mundo de Italia 90, o bien Bolivia, considerado como un nación futbolísticamente débil y que a pesar de ello calificó para la Copa del Mundo de EEUU 94. En el caso de potencias futboleras como Brasil o Argentina, tradicionalmente se han exaltado las virtudes comparativas, la disciplina y la capacidad de adaptación de esas naciones.
Respecto al fútbol como mecanismo para mantener el status quo hay algunos simbolismos que merecen ser acotados. Se recuerdan las acciones desarrolladas por el gobierno italiano en 1990 para contener el ingreso de refugiados albaneses, quienes fueron confinados en el estadio de fútbol de Bari. Esta acción evidenció la distinción que hacen los miembros de la Unión Europea (a la cual pertenece Italia) entre “ellos” (los excluidos) y “nosotros” (los socios comunitarios). A pesar de que para ese año la cortina de hierro ya era parte de la historia, rápidamente esta fue remplazada por la “fortaleza europea” que restringe el flujo de inmigrantes musulmanes, buscadores de asilo, indocumentados, etcétera.
En El Salvador, el estadio nacional de fútbol fue usado durante la guerra civil e incluso antes, para efectuar asesinatos contra adversarios políticos; estos acontecimientos fueron transmitidos por televisión a todo el país. Fue en un estadio de fútbol donde el cantante Víctor Jara fue asesinado por instrucciones de Augusto Pinochet. El Estadio Nacional y el Estadio de Chile fueron los lugares donde los prisioneros del régimen pinochetista eran torturados y masacrados.2 De manera que así como los estadios pueden ser escenarios de diversión, también pueden operar como campos de concentración en determinadas circunstancias y afianzar el status quo.
Finalmente, por cuanto hace al fútbol como instrumento para mitigar el descontento popular, existen múltiples ejemplos. En la etapa más crítica de la década perdida, México se comprometió a organizar la Copa del Mundo de 1986, luego de que las autoridades colombianas declinaran hacerlo. A pesar de la magnitud de la crisis económica, de la virtual moratoria en el pago de la deuda externa y del devastador terremoto de septiembre de 1985, la Copa del Mundo se llevó a cabo y operó como amortiguador social ante la caída brutal del nivel de vida de los mexicanos.
En la Argentina de Jorge Videla, en 1978, un dudoso marcador de 6-0 sobre Perú en semifinales posibilitó que por diferencia de goles la selección albiceleste superara a la de Brasil y disputara la final con Holanda. En esa ocasión, el triunfo argentino fue una forma de legitimación del régimen militar. Varias décadas antes un fenómeno similar se había producido en la Italia de Mussolini en 1934. El general Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de fútbol, recibió del Duce la siguiente encomienda: “¡General: Italia debe ganar el Mundial!” porque Vaccaro ya había aceptado con anterioridad que “la finalidad del torneo es demostrar que el deporte del fascismo tiene la calidad del ideal.” Y como Italia ganó a Checoslovaquia por 2 a 1, Mussolini se legitimó ante los italianos.
Sin embargo, además de lo que afirman los sociólogos y psicólogos que revisan continuamente el papel del fútbol en la sociedad, hay que reconocer que estas justas deportivas también han operado como catalizador de la violencia. Ahí está el caso de los hooligans: en vez de comportarse como espectadores pasivos de los juegos, se convierten en protagonistas creando su propio espectáculo, ejerciendo la violencia sobre la que, irónicamente, el Estado (en el estilo más antiweberiano) no tiene el monopolio. De ahí que al fútbol se le considere un fenómeno metastásico.
Por otro lado, el futbol considerado como manipulador de las masas es a su vez manipulado por intereses políticos. Cuando Carlos Saúl Menem se convirtió en Presidente de Argentina, en 1989, apareció en el estadio nacional de fútbol vestido con el uniforme de la selección nacional de su país.
En Ecuador, la caída del Presidente Bucaram “el Loco” (como a él mismo le gustaba que lo llamaran) es percibida, entre otras razones, como resultado del fracaso de la selección nacional para calificar en la Copa del Mundo de Francia. En 1996, Nelson Mandela asistió al estadio nacional para celebrar la victoria de la Sudáfrica multirracial frente a Túnez en la final de la Copa Africana de Naciones. En ese mismo año, el controvertido Jean Marie Le-Pen, líder del Partido frente Nacional (FN) de derecha de Francia, criticó, durante la celebración de la Eurocopa de Naciones en Inglaterra, que muchos de los integrantes de la selección francesa de fútbol no conocieran el himno nacional debió a que eran “extranjeros” incapaces de cantar “La Marseillaise” con el mismo vigor y la pasión con que lo harían los “verdaderos franceses.”
Asimismo, el ascenso del empresario Silvio Berlusconi como Presidente de la República Italiana habría sido imposible sin sus vínculos y propiedad de las redes nacionales de información y del club Milán. En 1996 cuando el equipo de futbol de Nigeria obtuvo la medalla de oro en las Olimpiadas de Atlanta, el régimen militar de esa nación decretó una fiesta nacional.
Por último, el Primer Ministro de Jamaica, P. J. Patterson, también auspició una fiesta nacional cuando los reggae boys calificaron para la Copa del Mundo de Francia. Es natural que las figuras políticas aprovechen el impacto del deporte más popular para “llevar agua a su molino.”3
La FIFA y sus secuaces
Blatter, Weber, Havelange
En la jefatura de la FIFA habían predominado figuras europeas hasta 1974, cuando asumió la dirigencia de esa organización el dictador brasileño Joao Havelange. El primer presidente de la FIFA fue el francés Robert Guérin (quien estuvo a cargo de la institución de 1904 a 1906), seguido del inglés Daniel Burley Woolfall (1906-1918). Jules Rimet, también francés, presidió a la organización de 1921 a 1954 (y en ese último año fue designado presidente honorario de la FIFA). De 1954 a 1955 el belga Rodolphe William Seeldrayers presidió a la organización para ceder el lugar a Arthur Dewry de Inglaterra de 1955 a 1961. Otro inglés, Sir Stanley Rous estuvo a cargo de 1961 a 1974 (y en ese último año fue designado presidente honorario).
Así, Havelange y al ahora occiso Guillermo Cañedo, vinieron a romper con la hegemonía europea sobre la lucrativa FIFA. Sin embargo, el deceso de Cañedo dejó un vacío que rápidamente fue ocupado por los europeos, y ahora que Havelange ha anunciado su retiro el suizo Joseph Blatter ha vuelto a establecer el predominio del viejo continente en el proceso de toma de decisiones de la institución.
El nuevo presidente de la FIFA, sin embargo, es el hombre de confianza de Havelange y esa sombra le pesará en el cargo. Al brasileño muchos lo consideran la figura que logró la globalización del futbol (ya que, incluso, en 1994, la Copa del Mundo se llevó a cabo en un país donde este deporte es deliberadamente impopular,4 pero donde las grandes transnacionales dejaron sentir sus influencias con el fin de capitalizar la justa a favor de sus intereses, situación parecida a lo ocurrido con los Juegos Olímpicos del centenario celebrados en Atlanta, sede de Coca-Cola y Delta Airlines, cuando lo lógico habría sido efectuarlos en Grecia, donde se iniciaron las justas olímpicas de la era moderna en 1896).
Una de las grandes críticas de que ha sido objeto Havelange es que apoyó mucho al futbol como espectáculo y como fuente generadora de ingresos millonarios para ciertos consorcios transnacionales. En cambio, soslayó el factor humano y la situación de servilismo a la cual son sometidos los jugadores por parte de los clubes que los contratan y los transfieren. De ahí que Blatter, en su primera aparición como presidente de la FIFA, se comprometiera a revisar la situación emanada del traspaso de jugadores. Pero para ello deberá desprenderse de la línea marcada por Joao Havelange, tarea nada fácil.
Al igual que los Juegos Olímpicos, la Copa del Mundo es un acontecimiento claramente occidental con gran preponderancia europea, lo cual es más visible en el caso de la FIFA. Esta nació en 1904 y sus creadores fueron países exclusivamente europeos (Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, España, Suecia y Suiza) que asistieron a la reunión fundacional en París. Al paso del tiempo, nuevos equipos se fueron adhiriendo a la institución hasta llegar en la actualidad a 199 selecciones nacionales,5 que superan la membresía de la ONU, integrada por 186 estados.
Sin embargo, en la actualidad la preeminencia europea sigue siendo muy marcada. De todas las confederaciones que aglutina la FIFA, la Unión de Asociaciones Europeas de fútbol (UEFA) es de las que más miembros tiene al lado de la Confederación Africana de fútbol (CAF), con 51 selecciones la primera y 52 la segunda, por encima de la Confederación de fútbol de Oceanía (OFC, diez selecciones), de la Confederación Sudamericana de fútbol (CONMEBOL, diez selecciones), de la Confederación de Asociaciones de fútbol de América del Norte, Central y el Caribe (CONCACAF, 33 selecciones) y de la Confederación Asiática de fútbol (AFC, 43 selecciones). De 16 Copas del Mundo celebradas hasta hoy, nueve se han efectuado en países de Europa Occidental (con Italia y Francia que organizaron dos justas cada uno en distintas épocas), una en EU, y seis en países en desarrollo (siendo México el único, entre el Tercer Mundo, que la ha organizado dos veces –en 1970 y 1986- en parte gracias a la influencia de Guillermo Cañedo en la FIFA). Todas las Copas del Mundo han sido llevadas a cabo en los continentes europeo y americano y todavía parece lejano el día en que África u Oceanía organicen una justa deportiva de esas dimensiones.
La primera Copa del Mundo se llevó a cabo en Uruguay con 13 participantes en 1930 y la primera Copa que se transmitió por televisión fue la celebrada en Suecia, en 1958 (la sexta), estableciéndose la estratégica relación entre la FIFA y las televisoras con los correspondientes derechos de transmisión. Ahora en Francia 98 participan 32 selecciones sin que ningún país de Oceanía hay logrado su pase a esta jornada.
¿Por el bien del juego?
En el emblema oficial de la FIFA puede leerse el emblema “Por el bien del juego.” Empero, el juego en sí no parece ser el principal estímulo de las autoridades de la institución para organizar una Copa del Mundo. Estas personas insisten en el hecho de que las finanzas de la FIFA son sanas y que las Copas del Mundo “generan ingresos sustanciales (…) a través de la venta de boletos, los derechos de transmisión, los patrocinadores y la mercancía alusiva.” También señalan que “los beneficios fluyen a los equipos finalistas, mientras que la FIFA retiene únicamente los fondos que necesita para financiar sus costos administrativos y las actividades centrales para el siguiente período de cuatro años.”6
Esto llevaría a pensar que efectivamente la FIFA está más preocupada por las competencias futboleras que por el lucro. A pesar de ello, recientemente se dio a conocer que tan sólo por la venta a las televisoras del mundo, de los derechos de transmisión de los partidos, la FIFA recibiría, en principio, la bagatela de de 400 millones de dólares. ¿Cuánto requiere la institución para “financiar sus gastos administrativos”? Esa información seguramente sólo la posee un selecto grupo de autoridades de la organización.
Una forma de evaluar la manera como opera la FIFA es a través de la revisión de las selecciones nacionales que se ubican (según el ranking de la propia FIFA y la transnacional Coca-Cola –ojo-) entre las 20 mejores del mundo. En el cuadro anexo puede observarse la lista que encabezan Brasil, Alemania, república Checa, México e Inglaterra.
La selección argentina (bicampeona del mundo) es relegada al sexto lugar; Italia, tricampeona, se localiza en el lugar 14. México, que jamás ha ganado ninguna Copa del Mundo (y lamentablemente es improbable que lo logre en Francia 98) y ha mostrado un mediocre desempeño en las eliminatorias previas para la Copa del Mundo 98, está en cuarto lugar.
Muchos han calificado a México como “el gigante de la CONCACAF”, aunque no hay que olvidar que en el reino de los ciegos el tuerto es rey. La pregunta obliga entonces es: ¿qué ocurre? ¿Qué criterios son ponderados para ubicar a México en esa posición? Y ¿por qué selecciones nacionales con más méritos no se ubican en las posiciones que les corresponderían?
La respuesta, naturalmente, no reposa en la “capacidad futbolística” de México (si es que algo de eso existe en la selección nacional), sino en su influencia para generar ingresos a los intereses transnacionales patrocinadores del equipo mexicano. Piénsese, por ejemplo, en Coca-Cola, que tiene en México a su segundo mercado consumidor, sólo superado por EU. O analícese el caso de Brasil.
Sin negar que se trata de un equipo ganador de cuatro títulos mundiales, el hecho de que Joao Havelange sea brasileño se considera que ha influido para que la selección nacional carioca ocupe el primer lugar de la clasificación mundial, con todo y que no ha tenido el desempeño que todos esperaban, al menos en los juegos de preparación.
Así las cosas, el fútbol aparece hoy como nunca ligado a los intereses de las grandes empresas transnacionales, justo en momentos en que se habla de la crisis del Estado-nación y posiblemente se busca a través de selecciones “nacionales” (en la práctica financiadas por transnacionales), establecer nuevos mecanismos de identidad nacional en concordancia con la globalización y la interdependencia crecientes. Una alerta en este sentido es la desaparición de los futbolistas amateurs en las justas olímpicas. En adelante, todo parecería indicar que las transnacionales decidirán, los Estados callarán y la FIFA será el bróker entre unos y otros.