Fútbol boliviano: Wilstermann volvió a desbarrancarse
José Vladimir Nogales
Wilstermann volvió a desbarrancarse en menos de cuatro días y, de un plumazo, despilfarró el capital que, con buen fútbol, había acumulado durante toda la primera rueda. Ya no queda nada de la cómoda ventaja que solía disfrutar, cuatro días atrás, al frente de la clasificación. El superávit de las cuatro primeras jornadas (hoy reducido a cero) podría tornarse deficitario si, mañana, Aurora vence en Oruro, lo que supondrá la resignación del liderato (hoy compartido con Oriente) y, eventualmente, la capitulación en la pelea por el campeonato.
Cuando se esperaba una balsámica reacción, tras el derrumbe en el clásico, Wilstermann no tuvo respuesta futbolística ni anímica. Y se hundió inopinadamente, cayendo (1-3) en casa ante Oriente. Un resultado que deja al equipo en el barrizal, desamparado y sometido a las turbulencias que se le avecinan.
Nada queda de aquel cuadro laborioso y disciplinado que, en una pirotécnica racha, se devoró a The Strongest, San José y Bolívar. El de las últimas dos jornadas es un conjunto flaco, descompensado, falto de ingenio e inocente. Es cierto que las bajas no se pueden excluir del análisis. Han convertido el equilibrio funcional en desequilibrio total, el dibujo en garabato. Y han terminado por minar la confianza. El equipo que ganó diez puntos de doce posibles, empujado por la fe en su estilo, ha dejado de creer en su oficio. No le faltan motivos: las bajas de Ortíz y Vargas en el clásico fueron capitales, como esta noche determinantes fueron las ausencias de Sanjurjo, Veizaga y Vaca. Sin el enganche argentino, Wilstermann careció de elaboración, de un cerebro que motorizara creativamente su andar. La ausencia de Veizaga se manifestó en la escasa claridad de la salida y la de Vaca, obviamente, en la carencia de un seguro en el arco (Barrientos fue responsable de los últimos dos goles).
El efecto de tanta ausencia es que nadie se siente a salvo. Ni el propio Villegas, destinatario de desmedidos elogios que le prodigaron durante la racha exitosa. Su responsabilidad en el descalabro es proporcional (o mayor) a la que le correspondió durante los días dulces. Que el equipo sienta la baja de un par de nombres no habla bien de la plantilla (puesto que no dispone de elemento idóneo en la suplencia) ni de su propia capacidad, ya que a él le corresponde urdir un diseño que minimice el daño. Pero si, en lugar de resolver problemas, los crea (como la inexcusable inclusión de un Zabala visiblemente fuera de forma), difícil resulta esperar que las cosas funcionen. Y así sucedió.
COTEJO
Como en el clásico, Wilstermann entró desenchufado. A los cinco minutos (tras un grosero error de Zabala, que se hallaba fuera de posición), Oriente tomó prematura ventaja (cabezazo de Alcides Peña), remitiendo el cotejo al escenario que Wilstermann (este defensivo y limitado Wilstermann) detesta: tener que asumir el mando del juego.
Obligado a buscar el partido, el cuadro rojo desnudó su incapacidad para generar fútbol. Sin espacios, se repitió en maniobras predecibles: mucho toque y poco sentido. Machado, ubicado como medio centro, ofrecía una salida turbia, escasamente ágil, dificultando la fluidez de la circulación y favoreciendo el trabajo de presión que los volantes rivales ejercían sobre los incómodos destinatarios. Olivares, improvisado como enganche, erró toda la noche. Su fútbol de empuje no tenía futuro en una geografía que exige técnica e inventiva, consecuentemente Wilstermann terminó fracturado, al quebrarse todos sus circuitos. Solo quedaban Andrada y Sánchez para producir algo por la banda, algún desborde, algún centro aprovechable. Pero ni así. Ninguno (particularmente Andrada) pudo, salvo acciones aisladas, descifrar el escalonamiento dispuesto por Quinteros, cuyo dispositivo 4-4-2, con fuerte presión en el centro, impedía todo suministro a los puntas (Raimondi y Sossa) y, al contrario, vertía juego sobre los flancos, aprovechando la desubicación de Zabala, obsesionado con la marca de Joselito Vaca, al precio de descuidar sus espaldas.
A los 21 minutos, Wilstermann encontró tranquilidad con una anotación de Raimondi, aprovechando un error compartido entre Hugo y Lorgio Suárez. Mas, la paridad no trajo vientos bonancibles. Wilstermann padecía la ausencia de un nervio motor, de un órgano pensante que organizase maniobras ofensivas hoy reducidas a arrebatos individuales o a pelotazos infértiles.
COMPLEMENTO
Para la segunda mitad, Villegas corrigió su pecado original (quitó al incordioso Zabala para dar cabida a Medina), pero no aplicó correctivo alguno sobre un funcionamiento viciado y nítidamente irresoluto. Oriente, por su lado, conservó los lineamientos de su estrategia: meter presión sobre el centro (a fin de cortar los conductos), apretar arriba para inducir el error de quien trasladase el balón y, de ser posible, profundizar. Sólo en el último apartado no tuvo éxito, toda vez que a la voracidad de Peña y Ramirez se opuso la solvencia de Miguel Ortíz.
Ni con la inclusión de Salaberry (ingresó por Olivares), Wilstermann ganó una pizca de inventiva. El desarrollo continuaba tan rutinario y pastoso como al principio, sin acciones colectivas, exhibiendo una flagrante desconexión y abusando del pelotazo para alguna utopía de Raimondi o Sossa. No parecía haber espacio para el milagro.
Cuando el trámite parecía haber asumido una paridad estacionaria, un tiro libre (de esos derivados de faltas tan innecesarias como suicidas) reabrió la batalla. Schiaparelli, en el segundo palo, impactó de cabeza ante la falta de fe del golero Barrientos, quien había optado por guarecerse bajo los palos. Su inacción había dejado el cielo limpio para que el rubio defensa argentino volase libre en una zona restringida, 2-1. Era el fin.
A su falta de fútbol, Wilstermann agregó desesperación. Un cóctel nocivo para iniciar la aventura de una remontada. Por lo general, lo que ocurre es que el urgido quede ciego y termine en el piso. Y así fue. La imprecisión se convirtió en torpeza y la velocidad en apresuramiento. Al agotarse el tiempo (y las posibilidades), Villegas echó mano de una medida desesperada: colocó al defensa Niltao como atacante, tratando hacer valer su potencia aérea a falta de remedios más meditados.
El brasileño dio nuevos bríos a un desfalleciente Wilstermann, que encontró, de modo tardío, una veta por explotar. Oriente se metió en su arco para agruparse y repeler esa amenaza negra que, de súbito, irrumpió en la fría noche de otoño. Pero Niltao, lejos de la conmoción inicial, se diluyó ante la deficiente provisión que debía ofrecer su equipo (Andrada tiró pésimamente los centros). Para colmo, en la última jugada, al golero Barrientos le afloró su negligente espíritu aventurero. Se lanzó al área rival, cuando se ejecutaba un córner, creyendo que podía cambiar el curso del mundo, convencido de que, con un eventual cabezazo suyo, era posible evitar el apocalipsis, que las predicciones de Nostradamus y las de los Mayas resultarían baldías cuando, al llegar al área, volase sobre el mundo para meter el frentazo consagratorio. Está bien tener fantasías, no hacen mal a nadie. El problema es que el golero ni al área llegó. El contragolpe lo pilló de ida, sin tiempo ni piernas para volver a una tierra irresponsablemente deshabitada. Pablo Salinas encabezó el “sprint” hacia el gol, una carrera de 100 metros planos, sin mayor obstáculo que un tieso Machado en la línea de meta. El atacante enfiló libre hasta la distancia desde la que hasta un ciego acertaría a una perdiz. Gatilló y gol, 3-1. Telón.
SINTESIS
WILSTERMANN: Barrientos (3), Vargas (5), Ortiz (7), Candia (6), Zabala (4) (Medina) (Niltao), Machado, (5), Andrada (4), Sánchez (5), Olivares (4)(Salaberry), Raimondi (4) y Sossa (4).
ORIENTE: H. Suárez (6), Hoyos (6), L. Suárez (6), Schiaparelli (8), Argüello (7), N. Suárez (6), Campos (6), Vaca (5) (Melgar, 6), Ramírez (5), Peña (5) (Salinas).