Fútbol boliviano: Wilstermann superó con autoridad a Bolívar



José Vladimir Nogales
En una de sus mejores producciones de la temporada, Wilstermann concretó una clara e inobjetable victoria sobre Bolívar (2-0) en un cotejo cargado de electricidad, presenciado por más de 30.000 aficionados que abarrotaron las instalaciones del estadio Capriles.

Los rojos –que con su tercer triunfo al hilo consolidaron su condición de único líder del hexagonal- tuvieron un excelente rendimiento, tanto en lo individual como en lo colectivo, destacándose la actuación del argentino Fernando Sanjurjo (el cerebro del equipo, tanto para manejar el ritmo del juego como para organizar los movimientos de su plantel), Maximiliano Andrada (de enorme despliegue físico y proporcional aporte en el manejo de pelota), Nicolás Raimondi (autor de un gol y de gran laboriosidad en la búsqueda del balón), Henry Machado y Amilcar Sánchez (ubicuos y gravitantes en la marca y en el traslado seguro y limpio de la pelota).

El cotejo

Bolívar, que intimida a partir de los nombres que componen su suntuosa plantilla, nunca le encontró la vuelta al partido. Tan solo durante 20 minutos (los primeros) tuvo pleno control del trámite, manejando el balón y desquiciando las marcas de un Wilstermann que no conseguía acomodarse en el campo. Llegó mucho, es verdad (especialmente con la proyección de Abdón Reyes a espaldas de Christian Vargas), pero no fue contundente. No tuvo mordiente.

Con el discurrir de los minutos, Wilstermann fue calibrando las marcas. Se afirmaron Veizaga y Machado en el centro, para tender un inexpugnable cerco sobre Da Silva. Se acomodaron mejor Sánchez y Andrada en las bandas para taponear la salida de Reyes por izquierda y de Juárez por derecha, impidiendo que se asociasen con Rudy Cardozo y Charles da Silva. Atorado el rival, el cuadro rojo se animó con la pelota, plasmando una circulación segura, diáfana y constructiva. Crecieron las prestaciones creativas de Andrada, haciendo uso de su gran técnica para manejar el balón y edificar, a partir de su toque seguro, acciones de hiriente profundidad. En esa línea de superlativa producción se anotó Sanjurjo -el órgano rector del equipo-, manejando sabiamente las pausas, dictando el ritmo del juego y limpiando el terreno con maniobras sagaces, plenas de exquisiteces técnicas.

Si bien Wilstermann no llegó a tener control de la iniciativa, nunca perdió peligrosidad en sus exploraciones sobre territorio enemigo. Su masivo despliegue (basado en la gran movilidad de sus volantes) constituía una amenaza para un Bolívar generosamente entregado a su búsqueda. Sobre el minuto 23, Christian Vargas descuadernó todo el fondo celeste con una llegada a fondo. Su centro retrasado para Andrada, trabado por el desesperado cruce de Rivero y Torrico, terminó en pies de Amilcar Sánchez, quien disparó al bulto, provocando un rebote que Raimondi, sin custodia a la altura del segundo palo, envió el balón a la red, 1-0.

Lógicamente, el golpe sacudió a Bolívar. Se lanzó al ataque con mayor fiereza, pero cada vez con menor inteligencia o astucia. A falta de espacios, el cuadro celeste expuso su desorden, la carencia de un plan de juego. Tocó mucho y progresó poco. Da Silva –en medio de un vagar ambulatorio sin sentido- nunca encontró su lugar en el eje, no halló receptores que conciliasen la misma idea de juego, de toque y desmarque, para quebrar la disciplinada marca que imponían los rojos. Mas, Bolívar encontró en una inesperada e incomprensible torpeza de Christian Vargas (propinó un pisotón a Charles), una inestimable colaboración para resolver sus problemas de funcionamiento. Pero Bolívar no supo explotar el hombre demás que, coyunturalmente, disfrutó hasta el final de la etapa, en parte debido a que no acertó en el usufructo de esa ventaja (soltar más a los laterales, asumiendo que despilfarraban a cuatro hombres en la custodia de un único punta) y, también, porque Wilstermann acertó en su reorganización táctica para absorber la amputación de una de sus piezas: Machado se ubicó como lateral derecho y Sanjurjo se tiró atrás unos metros para colaborar en la recuperación.

Pese a disponer de campo y pelota, Bolívar exhibió su desnudez. No cuajaba ningún proyecto colectivo al fracasar, sistemáticamente, la conjunción de las respuestas individuales. Ni Da Rosa ni Da Silva acertaban en erguirse como ejes, como nervios motores. Faltaba coordinación, entendimiento. Ambos querían organizar, pero ninguno decodificaba lo que demandaba el otro para complementarse. Fue así que Bolívar se atoró con el balón, asfixiado por la presión que metía la sistemática y disciplinada defensa de Wilstermann, que pudo irse al descanso con la ventaja duplicada, de no ser por el error de Sanjurjo en la ejecución del penal cometido sobre Raimondi (Arias se adelantó unos pasos y se encontró con un balón disparado muy al medio).

Complemento

Para la segunda mitad (en igualdad numérica, propiciada por la incontinencia verborrágica de Ronald Rivero), se esperaba a un Bolívar con iguales apetitos pero mayor organización. Tuvo ferocidad, pero no claridad y mucho menos profundidad (amasó en demasía el balón, excediéndose en un intrascendente juego horizontal). Wilstermann, en cambio, conservó su concentración en la marca (cerrando la línea de pase rival) y su laboriosidad en el juego (movilidad para ofrecer múltiples opciones de pase a quien tenía el balón, elemento clave para el manejo pulcro que exhibió en la circulación y en la construcción de las hirientes réplicas).

Al minuto 49, Amilcar Sánchez fue derribado en el área por Ariel Juárez, tras recibir un magistral toque en profundidad de Raimondi. Sanjurjo –pese al nerviosismo que su persistencia instaló en las gradas- tomó a su cargo la ejecución del nuevo penal, disparando con precisión sobre la izquierda de Arias, que había ido a buscar sobre su derecha, 2-0.

La nueva cifra trajo, aparejados, dos efectos: Wilstermann encontró mayor tranquilidad para elevar, aún más, la eficiencia de su trabajo; Bolívar vio erosionada la racionalidad de sus prestaciones ofensivas al dejar primar al músculo sobre el cerebro. Y, para que eso suceda, mucho tuvo que ver el técnico Escobar: distribuyó su equipo bajo un dispositivo 3-3-3 que, empero, adoleció de coherencia. Colocó mucha gente arriba (Da Rosa, Gonzaga, Ferreira, Charles), pero sin definir sus roles (¿quién genera y quien define?) y sin disponer de hombres que, atacando por fuera, abriesen terreno y alimentasen al contingente de infantería atrapado entre las trincheras rojas. No es habitual ver a Ferreira (goleador del torneo) volanteando, lejos del área, intentando facilitar (o proveer) acciones de gol para Gonzaga, o que éste deambulase abierto por la raya, ensayando desbordes de escasa factibilidad, cuando su fuerte está en la definición. Es cierto, hubo mucha rotación (Da Rosa se movió por todo el frente de ataque, Charles Da Silva actuó como volante y como punta), pero tanta rotación, máxime si no obedece a un automatismo, sólo induce al desorden. Y eso fue Bolívar, un cuadro inutilizado por la presión que Wilstermann le metía en los engranajes, pero sin variantes en su repertorio, desorientado y enceguecido.

Sobre el final, creció aún más la figura de Sanjurjo para anestesiar el ritmo e imponer control y posesión a favor de un Wilstermann que precisaba algo de aire. Y aguantó, no sin nerviosismo, hasta el final de una gran batalla, conquistada con lustre, con prodigalidad y holgura en el juego.

SINTESIS
WILSTERMANN: Vaca (6), Vargas (4), Ortíz (7), candia (7), Medina (6); Andrada (8), Machado (8), Veizaga (7), Sánchez (7), Sanjurjo (8), Raimondi (7) (Olivares).

BOLIVAR: Arias (6), Juárez (5) (Didi Torrico), Rivero (4), Luis Torrico (5), Reyes (5) (Ferreira); Ovando (6), Flores (5); Cardozo (5), Da Silva (5), Da Rosa (5), Gonzaga (4) (Ríos).

JUEZ: Raúl Antequera (7).

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