Elecciones británicas: ¿Y ahora qué?
La ley no obliga a un primer ministro derrotado a dimitir y la lucha por el poder puede durar varios días
Londres, El País
Reino Unido puede vivir varios días de lucha por el poder entre Gordon Brown y David Cameron después de que de las urnas no haya salido un resultado contundente. La ley no obliga a un primer ministro derrotado a dimitir, aunque el Parlamento puede forzar su salida si rechaza su programa de Gobierno o aprueba una moción de censura. En ese caso, Brown podría pedir a la reina unas nuevas elecciones -opción muy improbable- pero el monarca puede designar como primer ministro a otro candidato con opciones de lograr el apoyo de los Comunes. Salvo la de unas elecciones inmediatas, cualquier opción parece posible.
Esa confusión ya fue intuida hace varias semanas por el funcionario más poderoso del reino, el secretario del Gabinete, sir Gus O'Donnell, que el 6 de abril publicó unas directrices generales en las que establece: "Cuando unas elecciones no ofrecen una clara mayoría de un partido, el Gobierno titular se mantiene en el cargo hasta que el primer ministro ofrece su dimisión y la de su Gobierno al monarca. Un Gobierno titular tiene derecho a esperar que se reúna el Parlamento para ver si puede conseguir la confianza de la Cámara de los Comunes o dimitir si está claro que no es probable que pueda conseguir esa confianza". Esta aclaración legitima a Brown para quedarse en Downing Street si cree que puede lograr un acuerdo con otras fuerzas para neutralizar la mayoría simple de Cameron.
Una situación semejante se vivió en febrero de 1974. Los conservadores del primer ministro Edward Heath lograron una ajustada victoria en votos (37,9% frente a 37,2%) pero los laboristas de Harold Wilson obtuvieron cuatro escaños de ventaja (301 frente a 297). Heath no dimitió como primer ministro porque confiaba en conseguir el apoyo de los unionistas de Irlanda del Norte y del liberal Jeremy Thorpe para alcanzar la mayoría parlamentaria. Pero las conversaciones con Thorpe fracasaron porque Heath se opuso a su principal demanda: la reforma electoral. Heath tiró la toalla al cabo de cuatro días y Wilson fue designado primer ministro.
Ahora, los conservadores han ganado en votos y escaños, pero se han quedado a la puertas de la mayoría absoltua. Pero el líder laborista puede verse tentado a aprovechar la ventaja que le da la normativa y buscar apoyos para mantenerse. Tiene cierto margen temporal: el Parlamento no se constituirá hasta el miércoles próximo, es decir, el 12 de mayo. Y el primer ministro no ha de presentar su programa de Gobierno, el llamado discurso de la reina, hasta la semana posterior.
Las posibilidades de Brown dependen, obviamente, de la aritmética electoral. Los laboristas han superado con mucho a los liberales -que se perfilan como aliados imprescindibles- y eso favorece el acuerdo porque su líder, Nick Clegg , había advertido durante la campaña de que no pactaría con Brown si este quedaba por detrás de él en votos.
La reina no desempeña ningún papel político en la formación del Gobierno. A diferencia de España, donde el Rey recibe primero a los líderes de los partidos y luego le ofrece el cargo a uno de ellos, las directrices de sir Gus dejan claro que el monarca no se ha de involucrar en esas conversaciones, aunque ha de estar informado.
Si el primer ministro saliente dimite -o si lo hace en cualquier momento de la legislatura, como ocurrió con Tony Blair en 2007- puede pedir a la reina que convoque elecciones de inmediato. Pero esta no está obligada a disolver el Parlamento y puede "invitar a la persona que parece tener más posibilidades de conseguir la confianza de la Cámara de los Comunes a servir como primer ministro y formar -o mantener- un Gobierno".
Llegado el caso, esa persona, quién sabe, podría ser Clegg si los laboristas creen que es su última carta para frenar a Cameron, aunque sus posibilidades se han reducido mucho tras su fiasco en las elecciones. Aunque teóricamente posible, es difícil imaginar que los británicos aceptaran la otra alternativa: proponer a un laborista que no sea Gordon Brown. Aunque el británico es un régimen parlamentario, no presidencialista, sería de difícil digestión.
Londres, El País
Reino Unido puede vivir varios días de lucha por el poder entre Gordon Brown y David Cameron después de que de las urnas no haya salido un resultado contundente. La ley no obliga a un primer ministro derrotado a dimitir, aunque el Parlamento puede forzar su salida si rechaza su programa de Gobierno o aprueba una moción de censura. En ese caso, Brown podría pedir a la reina unas nuevas elecciones -opción muy improbable- pero el monarca puede designar como primer ministro a otro candidato con opciones de lograr el apoyo de los Comunes. Salvo la de unas elecciones inmediatas, cualquier opción parece posible.
Esa confusión ya fue intuida hace varias semanas por el funcionario más poderoso del reino, el secretario del Gabinete, sir Gus O'Donnell, que el 6 de abril publicó unas directrices generales en las que establece: "Cuando unas elecciones no ofrecen una clara mayoría de un partido, el Gobierno titular se mantiene en el cargo hasta que el primer ministro ofrece su dimisión y la de su Gobierno al monarca. Un Gobierno titular tiene derecho a esperar que se reúna el Parlamento para ver si puede conseguir la confianza de la Cámara de los Comunes o dimitir si está claro que no es probable que pueda conseguir esa confianza". Esta aclaración legitima a Brown para quedarse en Downing Street si cree que puede lograr un acuerdo con otras fuerzas para neutralizar la mayoría simple de Cameron.
Una situación semejante se vivió en febrero de 1974. Los conservadores del primer ministro Edward Heath lograron una ajustada victoria en votos (37,9% frente a 37,2%) pero los laboristas de Harold Wilson obtuvieron cuatro escaños de ventaja (301 frente a 297). Heath no dimitió como primer ministro porque confiaba en conseguir el apoyo de los unionistas de Irlanda del Norte y del liberal Jeremy Thorpe para alcanzar la mayoría parlamentaria. Pero las conversaciones con Thorpe fracasaron porque Heath se opuso a su principal demanda: la reforma electoral. Heath tiró la toalla al cabo de cuatro días y Wilson fue designado primer ministro.
Ahora, los conservadores han ganado en votos y escaños, pero se han quedado a la puertas de la mayoría absoltua. Pero el líder laborista puede verse tentado a aprovechar la ventaja que le da la normativa y buscar apoyos para mantenerse. Tiene cierto margen temporal: el Parlamento no se constituirá hasta el miércoles próximo, es decir, el 12 de mayo. Y el primer ministro no ha de presentar su programa de Gobierno, el llamado discurso de la reina, hasta la semana posterior.
Las posibilidades de Brown dependen, obviamente, de la aritmética electoral. Los laboristas han superado con mucho a los liberales -que se perfilan como aliados imprescindibles- y eso favorece el acuerdo porque su líder, Nick Clegg , había advertido durante la campaña de que no pactaría con Brown si este quedaba por detrás de él en votos.
La reina no desempeña ningún papel político en la formación del Gobierno. A diferencia de España, donde el Rey recibe primero a los líderes de los partidos y luego le ofrece el cargo a uno de ellos, las directrices de sir Gus dejan claro que el monarca no se ha de involucrar en esas conversaciones, aunque ha de estar informado.
Si el primer ministro saliente dimite -o si lo hace en cualquier momento de la legislatura, como ocurrió con Tony Blair en 2007- puede pedir a la reina que convoque elecciones de inmediato. Pero esta no está obligada a disolver el Parlamento y puede "invitar a la persona que parece tener más posibilidades de conseguir la confianza de la Cámara de los Comunes a servir como primer ministro y formar -o mantener- un Gobierno".
Llegado el caso, esa persona, quién sabe, podría ser Clegg si los laboristas creen que es su última carta para frenar a Cameron, aunque sus posibilidades se han reducido mucho tras su fiasco en las elecciones. Aunque teóricamente posible, es difícil imaginar que los británicos aceptaran la otra alternativa: proponer a un laborista que no sea Gordon Brown. Aunque el británico es un régimen parlamentario, no presidencialista, sería de difícil digestión.