El Ejército toma Bangkok tras la represión a los 'camisas rojas'
José Reinoso, El País
La fortaleza de los camisas rojas ha caído a sangre y fuego. Era la 1.15 de la tarde (8.15 de la mañana en la España peninsular) cuando los líderes del frente antigubernamental subieron al escenario del campamento que ocupaban miles de manifestantes desde hacía semanas en el centro de Bangkok y anunciaron que claudicaban y se entregaban a la policía.
Primero habló Jatuporn Prompan y dijo entre lágrimas: "Os pido disculpas. Pero no debe haber más muertes. Los soldados os matarán. Por favor, dejad el campamento. Ya no es seguro. Sé que estáis dispuestos a luchar, pero no debe morir más gente". Centenares de camisas rojas, de pie ante el escenario comenzaron a gritar enojados: "No, no".
Luego habló el segundo de los líderes, Nattawut Saikua, frío y sereno: "Debemos parar aquí. Ha muerto demasiada gente". "No nos queremos ir, queremos luchar", vociferaron sus seguidores, armados con palos, porras, machetes, tirachinas. Mucha gente lloraba. "Me siento profundamente herida", decía Anong Sanatdom, una señora de 65 años.
A unos centenares de metros, por el norte y por el este, se elevaron grandes columnas de humo negro de las barricadas de neumáticos ardiendo. De repente, comenzaron a sonar explosiones, estallaron algunos cohetes caseros, se oyeron disparos y cundió el pánico. La gente echó a correr gritando, mujeres con niños, ancianos, monjes, hombres, jóvenes.
Arde Bangkok
Explotaron la furia colectiva, la frustración de la derrota, la amargura contenida, y se produjo el caos. Varios jóvenes arrojaron cócteles molotov contra el Central World, el segundo mayor centro comercial de Asia, situado junto al escenario, en el cruce de Ratchaprasong, corazón del campamento. Destrozaron las vitrinas y arrojaron bombonas de gas dentro. Poco después, las llamas rugían en el interior, convertido en un infierno. El humo se elevó sobre la capital de este país conocido como La tierra de las sonrisas. Bangkok ardía.
La explanada quedó prácticamente desierta. Sombrillas por el suelo, sandalias perdidas. Pero una mujer, enarbolando una bandera de los camisas rojas, se negó a huir. Se puso de espaldas al escenario y dijo: "No me iré, moriré aquí". Y se quedó inmóvil, mirando fijamente hacia donde podían llegar los soldados. Minutos más tarde, el fuego devoraba muchas tiendas, carpas, esterillas.
Centenares de personas se refugiaron en el templo Pathumwanaram y en el Hospital General de la Policía, situados a unos centenares de metros. Los soldados avanzaron, parapetados tras las tanquetas, en particular desde el sur, donde se encontraba la principal barricada del campamento, en la confluencia con la calle Silom, núcleo del barrio financiero. Allí tuvieron lugar los choques más fuertes, entre los soldados, armados con metralletas y fusiles de asalto, y los rebeldes, que intentaron, en vano, repeler con tirachinas, bombas incendiarias, y algunos con pistolas y granadas, la incursión. Tras el paso de los soldados, quedaron tendidos varios cuerpos con disparos en la cabeza.
Piya Uthayo, portavoz del Ejército, dijo que habían sido desplegados 1.000 soldados de acción rápida, autorizados a disparar a quien vieran saqueando, prendiendo fuego o incitando a los disturbios. Desde el jueves pasado, el centro de Bangkok se había convertido en zona de guerrilla urbana. Los camisas rojas rechazaron el ultimátum dado por el Gobierno para que abandonaran el lunes pasado el campamento, que se extendía sobre un área de tres kilómetros cuadrados en el barrio más comercial de la capital.
A las 12.15 de la mañana, habían entrado 17 heridos en el hospital. "Todos con disparos de balas", explica un sanitario. A las 14.59, eran 20. Cinco personas, entre ellas un fotoperiodista italiano, murieron en el asalto. Otros tres informadores resultaron heridos por disparos y explosiones de granadas.
En el cuartel general de la policía, colindante con el hospital, seis líderes de los camisas rojas formalizaron su rendición. "Uno de ellos no puede ser juzgado porque es diputado y tiene inmunidad parlamentaria", explica un agente, junto a la mesa en la que están sentados los cabecillas. El Gobierno dijo que otros líderes huyeron. Un total de 70 personas han muerto -15 el miércoles- y más de 1.600 -de ellas, 50 también el miércoles- han resultado heridas desde que comenzaron las protestas el 12 de marzo.
Las autoridades llevaron autobuses a uno de los extremos del campamento, pero muchos manifestantes se negaron a salir del templo y el hospital, aterrorizados por las explosiones, el fuego y los disparos incontrolados.
El Ejército anunció más tarde en un mensaje televisado que la situación estaba bajo control, pero el Gobierno estableció el toque de queda en toda la ciudad entre las 8.00 de la tarde y las 6.00 de la mañana para que las fuerzas de seguridad finalizaran la operación.
Ataque a edificios simbólicos
Tras el anuncio de rendición, grupos de gente enfurecida atacaron y prendieron fuego a la Bolsa de Bangkok, la sede del Canal 3 de televisión y otros edificios. Los camisas rojas han acusado a los medios de comunicación tailandeses de informar de forma sesgada, favorable al Gobierno, sobre la protesta. La violencia se extendió al noreste del país, feudo de los camisas rojas. Manifestantes incontrolados incendiaron sendos edificios de ayuntamientos en Udon Thani y Khon Kaen. También hubo disturbios en otras tres provincias.
A las 15 horas, los alrededores del escenario de Ratchaprasong, desde el que los líderes rojos arengaron a sus seguidores durante semanas, bajo el viaducto de hormigón del metro elevado que cruza Bangkok, eran humo, fuego y miedo. Televisores abandonados. Ventiladores abandonados. Tirachinas abandonados.
Antes del anuncio de la derrota, una mujer que llevaba meses en el campamento, lo había advertido: "Si los francotiradores disparan y matan a alguno de los líderes mientras nos hablan, arderán estos centros comerciales", algunos de ellos los más lujosos de la ciudad. En las fachadas, las marcas Dior y Louis Vuitton ofrecían una imagen irónica, en medio de la devastación y la huida de miles de personas, la mayoría de ellas, pobres de las zonas rurales y urbanas del país, que acusan al primer ministro, Abhisit Vejjajiva, de haber llegado al poder de forma ilegítima. Pedían la disolución del Parlamentoo y la convocatoria de elecciones.
Las tropas y blindados comenzaron a concentrarse poco antes del amanecer frente a la barricada sur del bastión rojo, construida con neumáticos, lanzas de bambú y alambre de espino. Doce helicópteros sobrevolaron la zona a las 7.15 de la mañana. El humo de los neumáticos se elevó entre los rascacielos con las primeras luces del día. Y comenzaron los disparos. Alrededor de 3.000 camisas rojas se encontraban en el campamento en ese momento. Al caer la noche, el campamento era tierra quemada.
La fortaleza de los camisas rojas ha caído a sangre y fuego. Era la 1.15 de la tarde (8.15 de la mañana en la España peninsular) cuando los líderes del frente antigubernamental subieron al escenario del campamento que ocupaban miles de manifestantes desde hacía semanas en el centro de Bangkok y anunciaron que claudicaban y se entregaban a la policía.
Primero habló Jatuporn Prompan y dijo entre lágrimas: "Os pido disculpas. Pero no debe haber más muertes. Los soldados os matarán. Por favor, dejad el campamento. Ya no es seguro. Sé que estáis dispuestos a luchar, pero no debe morir más gente". Centenares de camisas rojas, de pie ante el escenario comenzaron a gritar enojados: "No, no".
Luego habló el segundo de los líderes, Nattawut Saikua, frío y sereno: "Debemos parar aquí. Ha muerto demasiada gente". "No nos queremos ir, queremos luchar", vociferaron sus seguidores, armados con palos, porras, machetes, tirachinas. Mucha gente lloraba. "Me siento profundamente herida", decía Anong Sanatdom, una señora de 65 años.
A unos centenares de metros, por el norte y por el este, se elevaron grandes columnas de humo negro de las barricadas de neumáticos ardiendo. De repente, comenzaron a sonar explosiones, estallaron algunos cohetes caseros, se oyeron disparos y cundió el pánico. La gente echó a correr gritando, mujeres con niños, ancianos, monjes, hombres, jóvenes.
Arde Bangkok
Explotaron la furia colectiva, la frustración de la derrota, la amargura contenida, y se produjo el caos. Varios jóvenes arrojaron cócteles molotov contra el Central World, el segundo mayor centro comercial de Asia, situado junto al escenario, en el cruce de Ratchaprasong, corazón del campamento. Destrozaron las vitrinas y arrojaron bombonas de gas dentro. Poco después, las llamas rugían en el interior, convertido en un infierno. El humo se elevó sobre la capital de este país conocido como La tierra de las sonrisas. Bangkok ardía.
La explanada quedó prácticamente desierta. Sombrillas por el suelo, sandalias perdidas. Pero una mujer, enarbolando una bandera de los camisas rojas, se negó a huir. Se puso de espaldas al escenario y dijo: "No me iré, moriré aquí". Y se quedó inmóvil, mirando fijamente hacia donde podían llegar los soldados. Minutos más tarde, el fuego devoraba muchas tiendas, carpas, esterillas.
Centenares de personas se refugiaron en el templo Pathumwanaram y en el Hospital General de la Policía, situados a unos centenares de metros. Los soldados avanzaron, parapetados tras las tanquetas, en particular desde el sur, donde se encontraba la principal barricada del campamento, en la confluencia con la calle Silom, núcleo del barrio financiero. Allí tuvieron lugar los choques más fuertes, entre los soldados, armados con metralletas y fusiles de asalto, y los rebeldes, que intentaron, en vano, repeler con tirachinas, bombas incendiarias, y algunos con pistolas y granadas, la incursión. Tras el paso de los soldados, quedaron tendidos varios cuerpos con disparos en la cabeza.
Piya Uthayo, portavoz del Ejército, dijo que habían sido desplegados 1.000 soldados de acción rápida, autorizados a disparar a quien vieran saqueando, prendiendo fuego o incitando a los disturbios. Desde el jueves pasado, el centro de Bangkok se había convertido en zona de guerrilla urbana. Los camisas rojas rechazaron el ultimátum dado por el Gobierno para que abandonaran el lunes pasado el campamento, que se extendía sobre un área de tres kilómetros cuadrados en el barrio más comercial de la capital.
A las 12.15 de la mañana, habían entrado 17 heridos en el hospital. "Todos con disparos de balas", explica un sanitario. A las 14.59, eran 20. Cinco personas, entre ellas un fotoperiodista italiano, murieron en el asalto. Otros tres informadores resultaron heridos por disparos y explosiones de granadas.
En el cuartel general de la policía, colindante con el hospital, seis líderes de los camisas rojas formalizaron su rendición. "Uno de ellos no puede ser juzgado porque es diputado y tiene inmunidad parlamentaria", explica un agente, junto a la mesa en la que están sentados los cabecillas. El Gobierno dijo que otros líderes huyeron. Un total de 70 personas han muerto -15 el miércoles- y más de 1.600 -de ellas, 50 también el miércoles- han resultado heridas desde que comenzaron las protestas el 12 de marzo.
Las autoridades llevaron autobuses a uno de los extremos del campamento, pero muchos manifestantes se negaron a salir del templo y el hospital, aterrorizados por las explosiones, el fuego y los disparos incontrolados.
El Ejército anunció más tarde en un mensaje televisado que la situación estaba bajo control, pero el Gobierno estableció el toque de queda en toda la ciudad entre las 8.00 de la tarde y las 6.00 de la mañana para que las fuerzas de seguridad finalizaran la operación.
Ataque a edificios simbólicos
Tras el anuncio de rendición, grupos de gente enfurecida atacaron y prendieron fuego a la Bolsa de Bangkok, la sede del Canal 3 de televisión y otros edificios. Los camisas rojas han acusado a los medios de comunicación tailandeses de informar de forma sesgada, favorable al Gobierno, sobre la protesta. La violencia se extendió al noreste del país, feudo de los camisas rojas. Manifestantes incontrolados incendiaron sendos edificios de ayuntamientos en Udon Thani y Khon Kaen. También hubo disturbios en otras tres provincias.
A las 15 horas, los alrededores del escenario de Ratchaprasong, desde el que los líderes rojos arengaron a sus seguidores durante semanas, bajo el viaducto de hormigón del metro elevado que cruza Bangkok, eran humo, fuego y miedo. Televisores abandonados. Ventiladores abandonados. Tirachinas abandonados.
Antes del anuncio de la derrota, una mujer que llevaba meses en el campamento, lo había advertido: "Si los francotiradores disparan y matan a alguno de los líderes mientras nos hablan, arderán estos centros comerciales", algunos de ellos los más lujosos de la ciudad. En las fachadas, las marcas Dior y Louis Vuitton ofrecían una imagen irónica, en medio de la devastación y la huida de miles de personas, la mayoría de ellas, pobres de las zonas rurales y urbanas del país, que acusan al primer ministro, Abhisit Vejjajiva, de haber llegado al poder de forma ilegítima. Pedían la disolución del Parlamentoo y la convocatoria de elecciones.
Las tropas y blindados comenzaron a concentrarse poco antes del amanecer frente a la barricada sur del bastión rojo, construida con neumáticos, lanzas de bambú y alambre de espino. Doce helicópteros sobrevolaron la zona a las 7.15 de la mañana. El humo de los neumáticos se elevó entre los rascacielos con las primeras luces del día. Y comenzaron los disparos. Alrededor de 3.000 camisas rojas se encontraban en el campamento en ese momento. Al caer la noche, el campamento era tierra quemada.