Anoche, la Orquesta y el Coro estables interpretaron la Novena Sinfonía, de Beethoven Mauro Apicella

LA NACION
Aunque se corre contra el reloj impuesto por los festejos del Bicentenario y faltan apenas diecisiete días para que el Teatro Colón vuelva a abrir sus puertas al público, hay tiempo para ciertos gustos. Anoche, la Orquesta y el Coro estables ofrecieron un concierto dedicado a todos los que desde noviembre de 2006 están dedicados a la restauración del edificio.

Con Carlos Vieu y Marcelo Ayub como responsables de la orquesta y el coro, respectivamente, y los solistas Paula Almerares, Enrique Folger, Alejandra Malvino y Leonardo Estévez, el escenario mayor volvió a llenarse de música, después de casi tres años y medio. Fue la Novena sinfonía, de Beethoven, la elegida para ese público tan especial, integrado por orfebres, restauradores, albañiles, técnicos, arquitectos e ingenieros, todos quienes pusieron su saber en el teatro durante estos años.

A pesar de que fue una función a puerta cerrada, sólo para aquellos que le devolvieron la belleza al teatro, tuvo un poco del nerviosismo de un estreno. "Va a tener la puntualidad habitual del Teatro Colón", advertía horas antes el jefe de prensa a los periodistas invitados, como una manera de decir que, si bien no era un concierto abierto al público, la idea era hacer una presentación con todas las de la ley. Hasta con programa de mano. Además, sirvió para tomar mediciones de acústica, por primera vez con audiencia.

"¿Me sacás una foto y que salga la orquesta al fondo?", le pidió alguien del público a este cronista. No era el único que, cámara en mano, intentaba registrar las imágenes de esa sala querida y sus dorados recuperados. Es que, excepto por las alfombras de ingreso, tapadas con plásticos y algunos rollos escondidos a los costados del foyer, todo brillaba y relucía en el Colón. En los pasillos que conducían a los palcos se respiraba un extraño olor, olor a nuevo, a recién pintado.

Finalmente, la emoción dio lugar al silencio expectante cuando, unos quince minutos después de las ocho, un Colón repleto (estaba completa la sala, salvo el último piso, la galería, aparentemente no habilitada para esta ocasión) recibió al director Carlos Vieu y sonaron las primeras notas de la Novena Sinfonía.
Aunque al principio hubo cierto recato en la manifestación de las emociones, tampoco se cuidaron todas las formalidades habituales en un concierto sinfónico coral de estas características: así fue como buena parte del público no se privó de aplaudir entre un movimiento y el siguiente.

Y si todo brillaba en el teatro, el sonido no se quedó atrás, porque la sala parece haber conservado la exquisita acústica que la hizo famosa en el mundo entero.

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