River´sigue los pasos de su acérrimo rival, acumulando derrotas
Ocho puntos debajo de Racing y Central. A 10 de Gimnasia La Plata, 11 de Huracán, 14 de Tigre, 15 de Godoy Cruz y 16 de Arsenal. Y a 25 de Boca. En el fondo del mar, bah. Si la próxima temporada se iniciara hoy, así arrancaría River en la lucha por no descender. Insólito e inédito para su rica historia, lógico y natural si se observan los últimos años de desaciertos (por utilizar un término suave, muy suave) dirigenciales y de profundas falencias de aptitud de los futbolistas que entraron a jugar (y a perder) en cada partido.
River perdió 0-1 en su visita al irregular Lanús.
Y, lo peor de todo: River se hunde sin siquiera patear al arco. No lo hace durante los 45 minutos iniciales, apenas lo intenta después. Hay temor. ¿A qué? ¿A que la pelota se vaya a diez metros del arco? ¿Y? ¿No es mejor eso a perderla en tres cuartos de cancha y generar un contraataque rival que, indefectiblemente, es medio gol? Y la culpa no es de Funes Mori, ni de Affranchino (quien no llegó a cerrar en el gol de Blanco), ni del esforzado Pereyra, ni del intermitente Villalva. De los pibes, seguro que no. Tampoco de Almeyda, que juega con el alma pero a quien el campo de juego se le hace cada vez más ancho.
La culpa, aunque resulte motivo de enojo, también es de Ortega, quien debe entender que River necesita lo mejor de él en este momento, que el club está por encima de su enojo, y que si el jugador no puede dar más de lo que da, nadie se lo reprochará, porque su idolatría no tiene fecha de vencimiento. De Gallardo, quien juega un partido bien, dos regular y los tres siguientes está lesionado. De Ferrari, Cabral, Ahumada, Abelairas o Rosales, por citar apellidos que hace rato no sólo no hacen la diferencia, sino que justamente contribuyen para no hacerla.
Responsabilizar a Vega por no contener el cabezazo de Blanco y dejarle servida la pelota al volante de Lanús para el 1-0 sería como sentar en el banquillo a Astrada o Passarella sin enjuiciar antes a los técnicos anteriores o al célebre José María Aguilar. River no sabe a qué juega. Lanús, sí. No fue una maravilla ni hizo un partido histórico, pero ganó bien. Y, consciente de las enormes limitaciones de su rival, hasta Leandro Díaz y Guido Pizarro se animaron a buscar su gol. River, tal vez como una respuesta ante semejante negrura en su futuro inmediato, elige no tomar conciencia de dónde está parado. Lo peor de todo es que ni siquiera está parado: apenas flota en medio de un océano hasta ahora desconocido, en el que hay números extraños, con decimales...