Mala elección de candidatos y soberbia empujaron al MAS al traspié electoral
La Paz, Erbol
Los masistas del Plan 3.000 no podían salir de su asombro cuando Evo Morales anunciaba que el candidato a alcalde de Santa Cruz de la Sierra sería Roberto Fernández. Sí, el mismo candidato que cinco años antes había presentado Jorge “Tuto” Quiroga, el “neoliberal” –así lo califica el Primer Mandatario– al que el MAS derrotó en las Generales de 2005. El caso cruceño es apenas un botón de muestra de lo sucedido en decenas de municipios del país: Achacachi, El Alto, Apolo.
El gubernamental Movimiento Al Socialismo había prometido otorgar a los movimientos sociales la potestad de nombrar a los candidatos a alcaldes y gobernadores. Son incontables los casos en los que el dedo de la alta dirigencia partidaria se sobrepuso a los denominados movimientos sociales o de dirigentes de esos movimientos que no escucharon a las bases de sus organizaciones.
En filas masistas se daba por descontado que cualquier candidato iba a ganar alcaldía o gobernación gracias a la sombra electoral de Evo Morales. El Presidente había batido todos los record electorales de los últimos 28 años de democracia y los militantes del partido de gobierno se veían vacunados contra la derrota.
Los líderes relegados por la maquinaria partidaria gubernamental buscaron otros frentes para buscar protagonismo electoral. Muchos de ellos encontraron su cauce en el Movimiento Sin Miedo (MSM), hasta hace poco socio del MAS en Palacio Quemado.
Ni bien iniciada la campaña, el presidente Evo Morales anunció su abierto apoyo a la campaña de sus candidatos: “Ustedes me ayudaron a ser Presidente, yo les voy a ayudar a ser gobernadores y alcaldes”. El Presidente se metió de lleno en la campaña y hasta garantizó el financiamiento de los 900 millones de dólares que, supuestamente, costaría el tren elevado ofrecido por su candidata en La Paz, Elizabeth Salguero.
En los últimos meses, Morales pasó de ser Presidente de la República a Jefe de Campaña de los candidatos masistas en todo el territorio nacional: Desayunaba en La Paz, almorzaba en Cochabamba y cenaba en Tupiza. Proclamaciones, siempre proclamaciones.
Su lenguaje electoral se llenó de adjetivos: “neoliberales”, “traidores”, “partido basurero”, “Movimiento Sin Vergüenza”. Y subía de tono a medida que se acercaba el 4 de abril. En el cierre de campaña realizado en la ciudad de El Alto llegó a amenazar con cárcel a su hasta hace podo aliado y otrora ejemplar alcalde Juan del Granado y hasta ensayó un chantaje a los electores: “No voy a trabajar con los alcaldes y gobernadores de la oposición”.
La estrategia “Evo Jefe de Campaña” no dio los frutos esperados. La noche del domingo 4 de abril, por primera vez desde que llegó a Palacio Quemado, el Presidente de la República no salió a los balcones para cantar victoria a la Plaza Murillo la noche de una jornada electoral. A diferencia del Evo triunfador, gritando a voz en cuello su arenga “¡Patria o Muerte!”, las cámaras de televisión mostraban un Evo sentado, hurgando todos los resquicios matemáticos de una victoria que no terminaba de aparecer.
Los masistas del Plan 3.000 no podían salir de su asombro cuando Evo Morales anunciaba que el candidato a alcalde de Santa Cruz de la Sierra sería Roberto Fernández. Sí, el mismo candidato que cinco años antes había presentado Jorge “Tuto” Quiroga, el “neoliberal” –así lo califica el Primer Mandatario– al que el MAS derrotó en las Generales de 2005. El caso cruceño es apenas un botón de muestra de lo sucedido en decenas de municipios del país: Achacachi, El Alto, Apolo.
El gubernamental Movimiento Al Socialismo había prometido otorgar a los movimientos sociales la potestad de nombrar a los candidatos a alcaldes y gobernadores. Son incontables los casos en los que el dedo de la alta dirigencia partidaria se sobrepuso a los denominados movimientos sociales o de dirigentes de esos movimientos que no escucharon a las bases de sus organizaciones.
En filas masistas se daba por descontado que cualquier candidato iba a ganar alcaldía o gobernación gracias a la sombra electoral de Evo Morales. El Presidente había batido todos los record electorales de los últimos 28 años de democracia y los militantes del partido de gobierno se veían vacunados contra la derrota.
Los líderes relegados por la maquinaria partidaria gubernamental buscaron otros frentes para buscar protagonismo electoral. Muchos de ellos encontraron su cauce en el Movimiento Sin Miedo (MSM), hasta hace poco socio del MAS en Palacio Quemado.
Ni bien iniciada la campaña, el presidente Evo Morales anunció su abierto apoyo a la campaña de sus candidatos: “Ustedes me ayudaron a ser Presidente, yo les voy a ayudar a ser gobernadores y alcaldes”. El Presidente se metió de lleno en la campaña y hasta garantizó el financiamiento de los 900 millones de dólares que, supuestamente, costaría el tren elevado ofrecido por su candidata en La Paz, Elizabeth Salguero.
En los últimos meses, Morales pasó de ser Presidente de la República a Jefe de Campaña de los candidatos masistas en todo el territorio nacional: Desayunaba en La Paz, almorzaba en Cochabamba y cenaba en Tupiza. Proclamaciones, siempre proclamaciones.
Su lenguaje electoral se llenó de adjetivos: “neoliberales”, “traidores”, “partido basurero”, “Movimiento Sin Vergüenza”. Y subía de tono a medida que se acercaba el 4 de abril. En el cierre de campaña realizado en la ciudad de El Alto llegó a amenazar con cárcel a su hasta hace podo aliado y otrora ejemplar alcalde Juan del Granado y hasta ensayó un chantaje a los electores: “No voy a trabajar con los alcaldes y gobernadores de la oposición”.
La estrategia “Evo Jefe de Campaña” no dio los frutos esperados. La noche del domingo 4 de abril, por primera vez desde que llegó a Palacio Quemado, el Presidente de la República no salió a los balcones para cantar victoria a la Plaza Murillo la noche de una jornada electoral. A diferencia del Evo triunfador, gritando a voz en cuello su arenga “¡Patria o Muerte!”, las cámaras de televisión mostraban un Evo sentado, hurgando todos los resquicios matemáticos de una victoria que no terminaba de aparecer.