Los relatos del miedo y la crispación
Por Ricardo Forster*
1 No deja de ser llamativo el modo como se sobreexpone lo que recurrentemente desde ciertos grupos comunicacionales se denomina la “crispación”. Se lo hace focalizándola con exclusividad en lo que dice o deja de decir el Gobierno. Es el oficialismo, según esta visión parcial e interesada, el portador del virus de la violencia verbal e icónica que hoy se despliega por el país acechando la vida del conjunto de la sociedad. La radicalidad del mal está entre nosotros y su lugar de enunciación no es otro que el maléfico kirchnerismo. Toda relación con él supone, a los ojos de ciertos medios de comunicación y de ciertos políticos opositores muy propensos al uso de metáforas escatológicas y a adjetivar estomacalmente con palabras escabrosas y siempre denigratorias, quedar irremediablemente contaminado por el veneno que emana de quienes han llegado para instalar entre nosotros una suerte de dictadura (no deja de ser llamativo el uso espurio y prostibulario que se le da a una experiencia tan brutal y criminal para la memoria colectiva como lo ha sido la dictadura genocida para calificar a un gobierno democrático).
Cualquiera que ose utilizar argumentos en sintonía favorable con mucho de lo realizado en estos años cae inmediatamente bajo la sospecha de “la caja” (¿cuánto le pagan para escribir o decir lo que no debe ser escrito ni dicho sin caer en la peor de las corrupciones espirituales?), de ser un cómplice del autoritarismo y de estar al servicio de los intereses más oscuros y ruines. Lo llamativo, tal vez lo insólito, es que aquellos que esgrimen estos argumentos sofisticados siempre aclaran que la crispación y la violencia verbal provienen de los “rabiosos” kirchneristas o de sus intelectuales “a sueldo”. Basura retórica que siempre elude discutir lo que deberíamos discutir con libertad y altura argumentativa: ¿qué país desean? ¿Qué modelo de sociedad y de Estado defienden? ¿Qué piensan de la distribución más equitativa de la riqueza y de la apropiación de rentas extraordinarias? ¿Qué políticas económicas están dispuestos a implementar para “salvar a la República” del populismo? ¿Qué política de derechos humanos piensan sostener y qué piensan de los juicios contra los militares genocidas? ¿Qué piensan de jueces procesistas que impiden la aplicación de la ley de medios manteniendo, de ese modo, la heredada de la dictadura? ¿Cómo lograrán, si asumen una posición progresista, tocar los intereses de las corporaciones económicas sin “crispar” al establishment y sin poder recorrer, como lo hacen ahora a destajo, los programas de televisión que suelen representar esos intereses? Silencio. Después, claro, agresiones verbales de todo tipo que, eso sí, son virtuosas y virginales de acuerdo al parámetro de los grandes medios de comunicación. Lilita Carrió, Pino Solanas y Gerardo Morales, para citar apenas a estos tres referentes que circulan masivamente por el éter mediático, son maestros en el uso de metáforas catastrofistas y lapidadoras de cualquier acción oficialista sin que a sus interlocutores, siempre preocupados por la “crispación gubernamental”, se les ocurra señalar la sobredosis de violencia y de desprecio que emanan de tan ilustres retóricos del republicanismo argentino.
Todas las baterías se descargan para convencer a la opinión pública de que estamos delante de quienes buscan reducir la democracia a una suerte de monarquía patagónica al mismo tiempo que vacían las instituciones y hacen proliferar una lógica cada vez más autoritaria y corrupta. Vivimos, según estos cronistas del Apocalipsis, en la antesala del infierno signado por la influencia del chavismo, para los que se colocan en la derecha, o de la impostura neomenemista para los que se ponen supuestamente a la izquierda, y Argentina sería una suerte de caldera que acumula vapores y que está pronta para estallar. Su deseo manifiesto se inscribe en esta visión del fin del mundo que se asocia con “una rebelión cívica” que nos libere de la maldad congénita del matrimonio presidencial.
No importa comprobar que la mayoría abrumadora de los medios de comunicación está en manos de empresas que buscan horadar y deslegitimar al Gobierno; tampoco importa que el Congreso de la Nación funcione con una mayoría opositora que no tiene inconvenientes en transgredir el texto de la Constitución de acuerdo con sus necesidades y que desde el Poder Judicial se ejerza, como pocas veces se recuerda en la historia contemporánea, una acción independiente y, en muchos casos, claramente opuesta a las decisiones del Poder Ejecutivo; menos importa todavía que hayan sido primero el gobierno de Néstor Kirchner y ahora el de Cristina Fernández los que desterraron de plazas y calles del país la inclinación siempre represiva del establishment de turno y de las fuerzas policiales impidiendo, desde hace años, que cualquier protesta social sea reprimida. Todo eso no es suficiente a la hora de construir un relato inverosímil que habla de una Argentina atravesada por “el miedo”, “la censura” y la “crispación oficialista”. Bastan unos afiches sin firma con los rostros de algunos periodistas para hablar de persecución y de impunidad.
2 La palabra se repite y se repite desde las pantallas, desde las radios y desde la gráfica: “miedo”. Lo dice una senadora formoseña que en sus piruetas acaba de presentar una propuesta de modificación de la ley de servicios audiovisuales que nos retrotrae al espíritu de aquella que fue derogada y que huele a defensa de los monopolios y a neoliberalismo (pero a ningún periodista de esos que fijan opinión se le ocurre hablar de borocotización de la senadora que, viniendo del Frente para la Victoria, salta sin prejuicios hacia la oposición). Lo dice la anfitriona televisiva bien apoltronada en su eterna mesa de almuerzos pluralistas desde siempre imbuidos y atravesados por el “fervor democrático” (record de quien ha podido seguir almorzando con entera libertad bajo todos los gobiernos, dictatoriales y democráticos). Lo repiten algunos periodistas que parecen disfrutar de ese extraño lugar de víctimas en el que han sido colocados por unos afiches sin firma y por una lógica del escrache que no resiste el menor análisis y que constituye una herramienta nada democrática y utilizable para lo peor. Lo dicen y lo vuelven a repetir con ánimo de ofrecer una imagen de país atemorizado y gobernado por violentos y corruptos dispuestos a desnutrir democracia e instituciones con tal de “perpetuarse en el poder”.
Cada semana una descarga de artillería pesada cae sobre los argentinos abriendo cráteres que buscan producir un efecto de crisis e ingobernabilidad o mostrando una escena cotidiana en la que la violencia discursiva del oficialismo amenaza con volverse violencia física. “Crispación”, “autoritarismo”, “dictadura”, “impunidad institucional”, “violencia”, “fascismo”, “manipulación y censura”, “corrupción escandalosa” son las palabras más pronunciadas por la oposición política y mediática; su traducción a sentido común es obvia y brutal: vivimos en una democracia simulada que esconde un proceso autoritario y cuasi dictatorial en el que vida y bienes están amenazados por la impunidad de los Kirchner. Sacar las conclusiones también es de sentido común: defender la democracia contra sus sepultureros, ese parece ser el grito de guerra de los retóricos del miedo.
Lo dice con total impunidad e impudicia la revista Noticias que no tiene ningún inconveniente en caricaturizar a Néstor Kirchner con la figura de Adolf Hitler y de hablar de “fachosprogresistas” como un modo de inhabilitar a quienes no piensan como ellos. Lo dicen apelando al amarillismo más vergonzoso y a la ignorancia de quienes ni siquiera se toman la molestia de reflexionar lo que están escribiendo o de preocuparse por averiguar lo que supuestamente denuncian. Para ellos, citar a Carl Schmitt, jurista de derecha, católico y compañero de ruta del nacionalsocialismo en los años ’30, supone ser neonazi o algo por el estilo (ilustres escritores, ensayistas, políticos y filósofos del siglo XX quedarían inmediatamente bajo esa sospecha: entre nosotros podría citar a Pancho Aricó, fundador del grupo Pasado y Presente y uno de los más refinados intelectuales de la izquierda, que editó y prologó un libro del jurista alemán; o a Jorge Dotti, profesor de filosofía moderna, autor de un voluminoso y erudito libro sobre la recepción de Carl Schmitt en Argentina y él mismo un confeso admirador del jurista sin por eso abandonar sus perspectivas democráticas; lo han citado liberales, conservadores y marxistas, de la misma manera que Jacques Derrida le dedicó un libro, Políticas de la amistad, para analizar sus ideas, o, más lejos en el tiempo, el filósofo judeo-alemán Walter Benjamin elogió sus escritos tempranos como un material sin el cual él no hubiera podido avanzar en sus reflexiones sobre la modernidad, la violencia y la soberanía y, muy cerca nuestro, el filósofo italiano Giorgio Agamben no ha dejado de citarlo para intentar pensar el “estado de excepción” y la problemática del poder).
Para la revista Noticias, Chantal Mouffé, quien retoma algunos rasgos de la concepción schmittiana de la pareja “amigo-enemigo”, cae dentro de la clasificación de “fachoprogresista” y, por derivación directa, también lo hace Cristina Fernández que ha tenido la osadía de citar En torno a lo político, libro maldito en el que la autora, compañera de Ernesto Laclau, se detiene en el pensamiento schmittiano como una estrategia argumentativa que busca pensar críticamente la dimensión contemporánea de lo político destacando los límites de los discursos consensualistas y neutralizadores de matriz liberal y socialdemocrática, discursos que han sido funcionales, según Mouffé, al capitalismo neoliberal. ¿Qué decir de la operación de Noticias? ¿Acaso aquellos que se rasgan las vestiduras para defender a los “periodistas independientes” dicen algo de esta impudicia que vacía de todo contenido al propio nazismo? ¿No hay violencia y crispación en esa lógica de la calumnia que acusa de cómplices del peor y más cruel régimen de opresión del siglo XX a quienes tuvieron el atrevimiento de pensar de otro modo la problemática del conflicto en el interior de las sociedades democráticas? Más allá de la provocación, lo que muestran algunos periodistas es el crudo analfabetismo con el que suelen construir sus “investigaciones”. Para ellos leer es un trabajo descomunal. Más sencillo es repetir una y otra vez que estamos viviendo bajo un régimen antidemocrático que avanza hacia el fascismo. Así de simple y salvaje, así de pacífica, consensualista y virtuosa es la retórica de quienes anuncian a los cuatro vientos que la violencia y el miedo se han instalado en la Argentina de la mano de la voluntad autoritaria y omnipotente de los Kirchner. Cada quien sabrá sacar sus conclusiones y sabrá comprender qué se guarda bajo la retórica del miedo y bajo la impunidad argumentativa. Mientras tanto, cuidado con banalizar el sufrimiento de las víctimas reales de la historia; el límite de lo que no debe ni puede trivializarse termina cuando se enseñorea la impudicia, esa que intenta instalar nuevamente el miedo entre nosotros.
* Doctor en Filosofía, profesor de la UBA y la UNC.
1 No deja de ser llamativo el modo como se sobreexpone lo que recurrentemente desde ciertos grupos comunicacionales se denomina la “crispación”. Se lo hace focalizándola con exclusividad en lo que dice o deja de decir el Gobierno. Es el oficialismo, según esta visión parcial e interesada, el portador del virus de la violencia verbal e icónica que hoy se despliega por el país acechando la vida del conjunto de la sociedad. La radicalidad del mal está entre nosotros y su lugar de enunciación no es otro que el maléfico kirchnerismo. Toda relación con él supone, a los ojos de ciertos medios de comunicación y de ciertos políticos opositores muy propensos al uso de metáforas escatológicas y a adjetivar estomacalmente con palabras escabrosas y siempre denigratorias, quedar irremediablemente contaminado por el veneno que emana de quienes han llegado para instalar entre nosotros una suerte de dictadura (no deja de ser llamativo el uso espurio y prostibulario que se le da a una experiencia tan brutal y criminal para la memoria colectiva como lo ha sido la dictadura genocida para calificar a un gobierno democrático).
Cualquiera que ose utilizar argumentos en sintonía favorable con mucho de lo realizado en estos años cae inmediatamente bajo la sospecha de “la caja” (¿cuánto le pagan para escribir o decir lo que no debe ser escrito ni dicho sin caer en la peor de las corrupciones espirituales?), de ser un cómplice del autoritarismo y de estar al servicio de los intereses más oscuros y ruines. Lo llamativo, tal vez lo insólito, es que aquellos que esgrimen estos argumentos sofisticados siempre aclaran que la crispación y la violencia verbal provienen de los “rabiosos” kirchneristas o de sus intelectuales “a sueldo”. Basura retórica que siempre elude discutir lo que deberíamos discutir con libertad y altura argumentativa: ¿qué país desean? ¿Qué modelo de sociedad y de Estado defienden? ¿Qué piensan de la distribución más equitativa de la riqueza y de la apropiación de rentas extraordinarias? ¿Qué políticas económicas están dispuestos a implementar para “salvar a la República” del populismo? ¿Qué política de derechos humanos piensan sostener y qué piensan de los juicios contra los militares genocidas? ¿Qué piensan de jueces procesistas que impiden la aplicación de la ley de medios manteniendo, de ese modo, la heredada de la dictadura? ¿Cómo lograrán, si asumen una posición progresista, tocar los intereses de las corporaciones económicas sin “crispar” al establishment y sin poder recorrer, como lo hacen ahora a destajo, los programas de televisión que suelen representar esos intereses? Silencio. Después, claro, agresiones verbales de todo tipo que, eso sí, son virtuosas y virginales de acuerdo al parámetro de los grandes medios de comunicación. Lilita Carrió, Pino Solanas y Gerardo Morales, para citar apenas a estos tres referentes que circulan masivamente por el éter mediático, son maestros en el uso de metáforas catastrofistas y lapidadoras de cualquier acción oficialista sin que a sus interlocutores, siempre preocupados por la “crispación gubernamental”, se les ocurra señalar la sobredosis de violencia y de desprecio que emanan de tan ilustres retóricos del republicanismo argentino.
Todas las baterías se descargan para convencer a la opinión pública de que estamos delante de quienes buscan reducir la democracia a una suerte de monarquía patagónica al mismo tiempo que vacían las instituciones y hacen proliferar una lógica cada vez más autoritaria y corrupta. Vivimos, según estos cronistas del Apocalipsis, en la antesala del infierno signado por la influencia del chavismo, para los que se colocan en la derecha, o de la impostura neomenemista para los que se ponen supuestamente a la izquierda, y Argentina sería una suerte de caldera que acumula vapores y que está pronta para estallar. Su deseo manifiesto se inscribe en esta visión del fin del mundo que se asocia con “una rebelión cívica” que nos libere de la maldad congénita del matrimonio presidencial.
No importa comprobar que la mayoría abrumadora de los medios de comunicación está en manos de empresas que buscan horadar y deslegitimar al Gobierno; tampoco importa que el Congreso de la Nación funcione con una mayoría opositora que no tiene inconvenientes en transgredir el texto de la Constitución de acuerdo con sus necesidades y que desde el Poder Judicial se ejerza, como pocas veces se recuerda en la historia contemporánea, una acción independiente y, en muchos casos, claramente opuesta a las decisiones del Poder Ejecutivo; menos importa todavía que hayan sido primero el gobierno de Néstor Kirchner y ahora el de Cristina Fernández los que desterraron de plazas y calles del país la inclinación siempre represiva del establishment de turno y de las fuerzas policiales impidiendo, desde hace años, que cualquier protesta social sea reprimida. Todo eso no es suficiente a la hora de construir un relato inverosímil que habla de una Argentina atravesada por “el miedo”, “la censura” y la “crispación oficialista”. Bastan unos afiches sin firma con los rostros de algunos periodistas para hablar de persecución y de impunidad.
2 La palabra se repite y se repite desde las pantallas, desde las radios y desde la gráfica: “miedo”. Lo dice una senadora formoseña que en sus piruetas acaba de presentar una propuesta de modificación de la ley de servicios audiovisuales que nos retrotrae al espíritu de aquella que fue derogada y que huele a defensa de los monopolios y a neoliberalismo (pero a ningún periodista de esos que fijan opinión se le ocurre hablar de borocotización de la senadora que, viniendo del Frente para la Victoria, salta sin prejuicios hacia la oposición). Lo dice la anfitriona televisiva bien apoltronada en su eterna mesa de almuerzos pluralistas desde siempre imbuidos y atravesados por el “fervor democrático” (record de quien ha podido seguir almorzando con entera libertad bajo todos los gobiernos, dictatoriales y democráticos). Lo repiten algunos periodistas que parecen disfrutar de ese extraño lugar de víctimas en el que han sido colocados por unos afiches sin firma y por una lógica del escrache que no resiste el menor análisis y que constituye una herramienta nada democrática y utilizable para lo peor. Lo dicen y lo vuelven a repetir con ánimo de ofrecer una imagen de país atemorizado y gobernado por violentos y corruptos dispuestos a desnutrir democracia e instituciones con tal de “perpetuarse en el poder”.
Cada semana una descarga de artillería pesada cae sobre los argentinos abriendo cráteres que buscan producir un efecto de crisis e ingobernabilidad o mostrando una escena cotidiana en la que la violencia discursiva del oficialismo amenaza con volverse violencia física. “Crispación”, “autoritarismo”, “dictadura”, “impunidad institucional”, “violencia”, “fascismo”, “manipulación y censura”, “corrupción escandalosa” son las palabras más pronunciadas por la oposición política y mediática; su traducción a sentido común es obvia y brutal: vivimos en una democracia simulada que esconde un proceso autoritario y cuasi dictatorial en el que vida y bienes están amenazados por la impunidad de los Kirchner. Sacar las conclusiones también es de sentido común: defender la democracia contra sus sepultureros, ese parece ser el grito de guerra de los retóricos del miedo.
Lo dice con total impunidad e impudicia la revista Noticias que no tiene ningún inconveniente en caricaturizar a Néstor Kirchner con la figura de Adolf Hitler y de hablar de “fachosprogresistas” como un modo de inhabilitar a quienes no piensan como ellos. Lo dicen apelando al amarillismo más vergonzoso y a la ignorancia de quienes ni siquiera se toman la molestia de reflexionar lo que están escribiendo o de preocuparse por averiguar lo que supuestamente denuncian. Para ellos, citar a Carl Schmitt, jurista de derecha, católico y compañero de ruta del nacionalsocialismo en los años ’30, supone ser neonazi o algo por el estilo (ilustres escritores, ensayistas, políticos y filósofos del siglo XX quedarían inmediatamente bajo esa sospecha: entre nosotros podría citar a Pancho Aricó, fundador del grupo Pasado y Presente y uno de los más refinados intelectuales de la izquierda, que editó y prologó un libro del jurista alemán; o a Jorge Dotti, profesor de filosofía moderna, autor de un voluminoso y erudito libro sobre la recepción de Carl Schmitt en Argentina y él mismo un confeso admirador del jurista sin por eso abandonar sus perspectivas democráticas; lo han citado liberales, conservadores y marxistas, de la misma manera que Jacques Derrida le dedicó un libro, Políticas de la amistad, para analizar sus ideas, o, más lejos en el tiempo, el filósofo judeo-alemán Walter Benjamin elogió sus escritos tempranos como un material sin el cual él no hubiera podido avanzar en sus reflexiones sobre la modernidad, la violencia y la soberanía y, muy cerca nuestro, el filósofo italiano Giorgio Agamben no ha dejado de citarlo para intentar pensar el “estado de excepción” y la problemática del poder).
Para la revista Noticias, Chantal Mouffé, quien retoma algunos rasgos de la concepción schmittiana de la pareja “amigo-enemigo”, cae dentro de la clasificación de “fachoprogresista” y, por derivación directa, también lo hace Cristina Fernández que ha tenido la osadía de citar En torno a lo político, libro maldito en el que la autora, compañera de Ernesto Laclau, se detiene en el pensamiento schmittiano como una estrategia argumentativa que busca pensar críticamente la dimensión contemporánea de lo político destacando los límites de los discursos consensualistas y neutralizadores de matriz liberal y socialdemocrática, discursos que han sido funcionales, según Mouffé, al capitalismo neoliberal. ¿Qué decir de la operación de Noticias? ¿Acaso aquellos que se rasgan las vestiduras para defender a los “periodistas independientes” dicen algo de esta impudicia que vacía de todo contenido al propio nazismo? ¿No hay violencia y crispación en esa lógica de la calumnia que acusa de cómplices del peor y más cruel régimen de opresión del siglo XX a quienes tuvieron el atrevimiento de pensar de otro modo la problemática del conflicto en el interior de las sociedades democráticas? Más allá de la provocación, lo que muestran algunos periodistas es el crudo analfabetismo con el que suelen construir sus “investigaciones”. Para ellos leer es un trabajo descomunal. Más sencillo es repetir una y otra vez que estamos viviendo bajo un régimen antidemocrático que avanza hacia el fascismo. Así de simple y salvaje, así de pacífica, consensualista y virtuosa es la retórica de quienes anuncian a los cuatro vientos que la violencia y el miedo se han instalado en la Argentina de la mano de la voluntad autoritaria y omnipotente de los Kirchner. Cada quien sabrá sacar sus conclusiones y sabrá comprender qué se guarda bajo la retórica del miedo y bajo la impunidad argumentativa. Mientras tanto, cuidado con banalizar el sufrimiento de las víctimas reales de la historia; el límite de lo que no debe ni puede trivializarse termina cuando se enseñorea la impudicia, esa que intenta instalar nuevamente el miedo entre nosotros.
* Doctor en Filosofía, profesor de la UBA y la UNC.