Lo que Fassino no sabe, y debería saber, sobre América Latina
Gianni Minà
No me asombra el hecho que Fassino(foto), ex secretario de aquellos que se declaraban comunistas, haya sido el primero en adherir al llamamiento de Pierluigi Battista en el diario Corriere della Sera de Milan (el mas difundido en Italia) para reforzar el asedio que recientemente los Estados Unidos, prosiguiendo a lo largo de la línea establecida por Bush Jr., intensificaron contra Cuba, sirviéndose del argumento ambiguo de los derechos humanos.
Fassino, como una gran parte de los que constituían la izquierda italiana, nunca entendió mucho de América latina, ni de los derechos de las poblaciones del sur del mundo, ni de sus batallas por la supervivencia, por quitarse de encima la prepotencia del mundo occidental.
Cuando lideró la delegación italiana ante el congreso de la Internacional socialista en Sao Paulo, en octubre de 2003, lo primero que hizo Fassino, por ejemplo, aún antes de proponer una estrategia de independencia y de rescate para los países del sur del mundo, fue solicitar un documento de crítica contra la revolución cubana. Se pegó un planchazo, porque fue el mismo Lula Inácio da Silva, su anfitrión, que el año anterior había sido elegido Presidente de Brasil, quien le contestó: “Ni hablarlo. Cuba, para nosotros los latinoamericanos, fue y es, aun con todas sus contradicciones, un ejemplo de resistencia y dignidad en un continente en el que el neoliberalismo nos obliga a luchar por nuestra supervivencia”.
Por otra parte, Fassino sólo se había adecuado a la lógica perdedora de su partido, el de los demócratas de izquierda. Una lógica que tres años antes había encarnado muy bien el perspicaz Massimo D’Alema que, durante una reunión de partidos socialdemócratas organizada con bombos y platillos en Florencia, no invitó a Lula, que desde hacía casi veinte años era el líder de 50 o más millones de brasileros que votaban progresista, sino que optó por invitar a Fernando Henrique Cardoso, ex sociólogo de la izquierda, entonces presidente electo del centroderecha brasilero, o sea de los latifundistas y de sus guardias blancos, que asesinaban a sindicalistas, sem terra y extractores de caucho. Evidentemente, no fue una decisión muy previsora.
En efecto, Lula sucesivamente no sólo fue elegido Presidente de Brasil por dos mandatos y afrontó por fin, con su plan Hambre Cero, la indigencia endémica de 60 de los 200 millones de sus compatriotas, a los que ahora se aseguran tres comidas al día.
El presidente ex obrero consiguió relanzar su país como potencia económica internacional, hasta hacerle obtener la organización del Mundial de fútbol de 2014 y de las Olimpiadas de 2016, y hasta derrotar a Estados Unidos, recientemente, en una controversia fundamental en seno a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta victoria, que no por casualidad fue ignorada por muchos medios de información occidentales, sanciona el pleno derecho del gobierno de Brasilia de aplicar sanciones comerciales contra los Estados Unidos, culpables desde siempre de ayudar indebidamente a su industria, y en particular a su agricultura, desvirtuando los mercados mundiales con la hipocresía del libre comercio. Ahora, Brasil tendrá derecho a aumentar hasta el 50% los aranceles sobre productos como automóviles, algodón, frutas frescas o leche en polvo, y hasta el 100% sobre el algodón, producto crítico para los agricultores del sur de Estados Unidos.
Así que ya no es sólo China que tiene la fuerza económica y política para elegir su propio camino y diseñar un mundo multipolar, donde los E.UU. ya no pueden imponer siempre su voluntad.
Todo esto, Fassino no lo sabe, o finge no saberlo. En efecto, Pierluigi Battista, incurable adalid de los derechos de los más fuertes y de las causas más arrogantes, sólo le hizo saber que Lula, increíblemente, el día sucesivo a la cumbre de los países del continente latinoamericano en Cancún, viajó a La Habana, como habían hecho durante el año pasado todos los jefes de estado latinoamericanos [evidentemente todos simpatizantes de los tiranos], y se hizo fotografiar tanto con Fidel como con Raúl Castro. Y esto precisamente en los días de la campaña mundial, solicitada por el poderoso lobby cubano de Miami y por el grupo Prisa, editor de El País, tras la muerte de Orlando Zapata, detenido por delitos comunes que desde hacía un tiempo se había acercado a las Damas de Blanco.
Estas representantes de la reducida disidencia cubana fueron nuevamente ensalzadas no hace mucho, en nuestros medios de prensa, siempre instados por El País [un diario cercano a los socialistas en el interior de España, pero con tentaciones neocoloniales cuando habla de América latina], como paladinas de la democracia, tras una manifestación por las calles del centro de La Habana donde habían sido insultadas por una multitud de “fans del régimen”.
Sería fácil liquidarlo todo de esta forma. Hace 50 años que lo anda haciendo la prensa occidental, evidentemente sin éxito, pero la realidad es que el choque ya no es ideológico, por más que Pigi Battista o hasta Mario Vargas Llosa (que dicta periódicamente a El País la línea a observar sobre América latina) intenten patéticamente sostenerlo. Ahora, el choque es de principio, de justicia, de derecho elemental a escoger. En efecto, ¿por qué un gran país que lo hace desde hace cincuenta años, los Estados Unidos, debería seguir teniendo el derecho a subvencionar, con millones de dólares, una estrategia de la tensión continua en otro país, en una isla como Cuba? Y todo ello sólo porque la misma isla, en un momento de su historia, cometió el pecado de haber optado por administrarse de una manera diferente de como lo querría su vecino más poderoso, molesto por el mensaje de independencia que el país más pequeño transmitió y sigue transmitiendo a un continente que se está emancipando de una dependencia histórica.
¿Qué diríamos nosotros si, por ejemplo, la España de Zapatero o el Reino Unido de Gordon Brown subvencionaran en Italia una subversión contra el gobierno de Berlusconi, con 140 millones de euros, que este año se redujeron a 55 millones a causa de la crisis, pero que no fueron cancelados?
Ciertamente, como lo confirmó una investigación interna ordenada por el Presidente Obama, mucho de este dinero es robado por los que se denominan comités por la libertad en Cuba, pero mucho también se invierte en el proyecto de cambiarle la cara a la isla, y seguramente están destinados a crear malestar y tensiones.
La mayoría de los “disidentes” encarcelados en 2003, cuando el gobierno Bush intentó el espaldarazo final contra Cuba favoreciendo tres secuestros aéreos y hasta el del ferryboat de Regla, lleno de turistas, para tomar la ruta de Miami, son personas condenadas por haber recibido dinero del gobierno de Wáshington, dinero pagado directamente por la Oficina de intereses de Estados Unidos en La Habana.
De suceder en Estados Unidos, esto llevaría al arresto con la acusación de alta traición, y diversos años de cárcel. Cualquier periodista apenas serio lo sabe, aunque en nuestras crónicas sobre los “periodistas” arrestados en Cuba en 2003 se insiste sobre el hecho de que han sido castigados por supuestos delitos de opinión, y se descuida el hecho que, en cambio, habían sido contratados y pagados por el enemigo histórico que tiene a la isla sometida a bloqueo desde hace cincuenta años.
Muchos de estos grupos, como las mismas Damas de Blanco, eran y son sostenidos por terroristas como Santiago Álvarez que, recientemente, durante un juicio en Florida que le condenó a dos años y medio de cárcel por posesión de explosivos y armas que, según sus declaraciones, debían servir para atentados en la isla, reveló que precisamente Michael Parmly, ex jefe de la Oficina de intereses de EE.UU. en Cuba, había ofrecido anticipar las subvenciones a las Damas, durante los meses en los que Álvarez supuestamente estaría en la cárcel.
Hasta Pierluigi Battista debería convenir que es difícil conferir la dignidad de disidentes a grupos como éstos, y es evidente que semejante política, sostenida por todos los Fassino de Italia y de Europa, no puede producir libertad y democracia.
Sin embargo, hasta Il Fatto quotidiano, diario que no ahorra el sarcasmo ante las posiciones berlusconianas del vicedirector del Corriere della Sera, se alinea con sus teorías cuando éste truena contra Cuba, Venezuela y la América latina que cambia.
Recientemente, tras elevar a la gloria de los altares a la bloguera Yoani Sánchez, que informa al mundo sobre los malestares de la sociedad cubana ayudada por un server alemán con un ancho de banda 60 veces mayor que cualquier otra banda utilizada en Cuba por los usuarios de Internet, precisamente Il Fatto publicó un artículo de El País que se interrogaba cándidamente sobre por qué el país de Zapatero no criticaba de la forma adecuada al régimen cubano.
De querer contestar realmente, la respuesta hubiera sido fácil. José María Aznar, antecesor de Zapatero en el gobierno español cuando éste estaba en manos del Partido Popular, además de haber recibido subvenciones para su campaña electoral de los tristemente célebres líderes de la Fundación cubano-americana de Miami, promotores del terrorismo contra Cuba y con los que también se hizo fotografiar, desde siempre ha sido un miembro de aquellas ambiguas asociaciones que se reúnen cíclicamente, acaso también con el patrocinio de la Fundación Adenauer, para decidir, sin vergüenza ninguna, las estrategias de injerencia en la vida de Cuba y hacer lobbying cada vez que en la Comunidad europea se montan iniciativas para exacerbar el aislamiento y la exclusión de la Revolución. Es una cuestión de mentalidad y de concepto de la democracia.
No por casualidad, en 2002 el gobierno español de Aznar fue el primero, por ejemplo, y hasta antes que el de los Estados Unidos de George W. Bush, en aprobar públicamente el golpe de estado intentado y luego fallido en Venezuela contra el presidente Chávez. Fue el mismo Miguel Ángel Moratinos, actual ministro español de Asuntos Exteriores, que dio a conocer al público este improvisado “acto de democracia” de Aznar, una vergüenza que todavía hoy justifica el recelo de la nueva América latina ante muchas decisiones de la Comunidad europea. Un organismo a menudo hipócrita, dispuesto a otorgar la patente de democracia a la violenta Colombia de Uribe, pero también dispuesto a condenar la “intransigencia” de Cuba, sin jamás preguntarle a los Estados Unidos la razón de un bloqueo y un asedio que duran desde hace medio siglo y que ya han sido condenados 18 veces seguidas por la Asamblea de las Naciones Unidas.
Sería más coherente preguntarle al Corriere della Sera y al Fatto por qué nunca solicitaron la liberación de los cinco miembros de la inteligencia cubana que están en la cárcel en Estados Unidos desde hace doce años, tras un juicio farsa del tribunal de Miami desmentido hace cinco años por el Tribunal de apelación de Atlanta. Porque la única culpa de aquellos cinco fue la de haber desenmascarado las centrales terroristas que desde Florida preparaban los atentados en Cuba.
Así, estos seres humanos, detenidos sin derechos, todavía están en la cárcel sólo porque el Departamento de Justicia de Estados Unidos, antes con Bush pero, y desafortunadamente, también ahora con Obama, aún no ha encontrado el tiempo para enviar a jueces competentes para la seguridad nacional los dossiers reunidos por la CIA sobre el tema. ¿Acaso será porque la agencia de inteligencia a menudo ha protegido esos atentados? ¿Adónde está la ética, en toda esta historia?
No me asombra el hecho que Fassino(foto), ex secretario de aquellos que se declaraban comunistas, haya sido el primero en adherir al llamamiento de Pierluigi Battista en el diario Corriere della Sera de Milan (el mas difundido en Italia) para reforzar el asedio que recientemente los Estados Unidos, prosiguiendo a lo largo de la línea establecida por Bush Jr., intensificaron contra Cuba, sirviéndose del argumento ambiguo de los derechos humanos.
Fassino, como una gran parte de los que constituían la izquierda italiana, nunca entendió mucho de América latina, ni de los derechos de las poblaciones del sur del mundo, ni de sus batallas por la supervivencia, por quitarse de encima la prepotencia del mundo occidental.
Cuando lideró la delegación italiana ante el congreso de la Internacional socialista en Sao Paulo, en octubre de 2003, lo primero que hizo Fassino, por ejemplo, aún antes de proponer una estrategia de independencia y de rescate para los países del sur del mundo, fue solicitar un documento de crítica contra la revolución cubana. Se pegó un planchazo, porque fue el mismo Lula Inácio da Silva, su anfitrión, que el año anterior había sido elegido Presidente de Brasil, quien le contestó: “Ni hablarlo. Cuba, para nosotros los latinoamericanos, fue y es, aun con todas sus contradicciones, un ejemplo de resistencia y dignidad en un continente en el que el neoliberalismo nos obliga a luchar por nuestra supervivencia”.
Por otra parte, Fassino sólo se había adecuado a la lógica perdedora de su partido, el de los demócratas de izquierda. Una lógica que tres años antes había encarnado muy bien el perspicaz Massimo D’Alema que, durante una reunión de partidos socialdemócratas organizada con bombos y platillos en Florencia, no invitó a Lula, que desde hacía casi veinte años era el líder de 50 o más millones de brasileros que votaban progresista, sino que optó por invitar a Fernando Henrique Cardoso, ex sociólogo de la izquierda, entonces presidente electo del centroderecha brasilero, o sea de los latifundistas y de sus guardias blancos, que asesinaban a sindicalistas, sem terra y extractores de caucho. Evidentemente, no fue una decisión muy previsora.
En efecto, Lula sucesivamente no sólo fue elegido Presidente de Brasil por dos mandatos y afrontó por fin, con su plan Hambre Cero, la indigencia endémica de 60 de los 200 millones de sus compatriotas, a los que ahora se aseguran tres comidas al día.
El presidente ex obrero consiguió relanzar su país como potencia económica internacional, hasta hacerle obtener la organización del Mundial de fútbol de 2014 y de las Olimpiadas de 2016, y hasta derrotar a Estados Unidos, recientemente, en una controversia fundamental en seno a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta victoria, que no por casualidad fue ignorada por muchos medios de información occidentales, sanciona el pleno derecho del gobierno de Brasilia de aplicar sanciones comerciales contra los Estados Unidos, culpables desde siempre de ayudar indebidamente a su industria, y en particular a su agricultura, desvirtuando los mercados mundiales con la hipocresía del libre comercio. Ahora, Brasil tendrá derecho a aumentar hasta el 50% los aranceles sobre productos como automóviles, algodón, frutas frescas o leche en polvo, y hasta el 100% sobre el algodón, producto crítico para los agricultores del sur de Estados Unidos.
Así que ya no es sólo China que tiene la fuerza económica y política para elegir su propio camino y diseñar un mundo multipolar, donde los E.UU. ya no pueden imponer siempre su voluntad.
Todo esto, Fassino no lo sabe, o finge no saberlo. En efecto, Pierluigi Battista, incurable adalid de los derechos de los más fuertes y de las causas más arrogantes, sólo le hizo saber que Lula, increíblemente, el día sucesivo a la cumbre de los países del continente latinoamericano en Cancún, viajó a La Habana, como habían hecho durante el año pasado todos los jefes de estado latinoamericanos [evidentemente todos simpatizantes de los tiranos], y se hizo fotografiar tanto con Fidel como con Raúl Castro. Y esto precisamente en los días de la campaña mundial, solicitada por el poderoso lobby cubano de Miami y por el grupo Prisa, editor de El País, tras la muerte de Orlando Zapata, detenido por delitos comunes que desde hacía un tiempo se había acercado a las Damas de Blanco.
Estas representantes de la reducida disidencia cubana fueron nuevamente ensalzadas no hace mucho, en nuestros medios de prensa, siempre instados por El País [un diario cercano a los socialistas en el interior de España, pero con tentaciones neocoloniales cuando habla de América latina], como paladinas de la democracia, tras una manifestación por las calles del centro de La Habana donde habían sido insultadas por una multitud de “fans del régimen”.
Sería fácil liquidarlo todo de esta forma. Hace 50 años que lo anda haciendo la prensa occidental, evidentemente sin éxito, pero la realidad es que el choque ya no es ideológico, por más que Pigi Battista o hasta Mario Vargas Llosa (que dicta periódicamente a El País la línea a observar sobre América latina) intenten patéticamente sostenerlo. Ahora, el choque es de principio, de justicia, de derecho elemental a escoger. En efecto, ¿por qué un gran país que lo hace desde hace cincuenta años, los Estados Unidos, debería seguir teniendo el derecho a subvencionar, con millones de dólares, una estrategia de la tensión continua en otro país, en una isla como Cuba? Y todo ello sólo porque la misma isla, en un momento de su historia, cometió el pecado de haber optado por administrarse de una manera diferente de como lo querría su vecino más poderoso, molesto por el mensaje de independencia que el país más pequeño transmitió y sigue transmitiendo a un continente que se está emancipando de una dependencia histórica.
¿Qué diríamos nosotros si, por ejemplo, la España de Zapatero o el Reino Unido de Gordon Brown subvencionaran en Italia una subversión contra el gobierno de Berlusconi, con 140 millones de euros, que este año se redujeron a 55 millones a causa de la crisis, pero que no fueron cancelados?
Ciertamente, como lo confirmó una investigación interna ordenada por el Presidente Obama, mucho de este dinero es robado por los que se denominan comités por la libertad en Cuba, pero mucho también se invierte en el proyecto de cambiarle la cara a la isla, y seguramente están destinados a crear malestar y tensiones.
La mayoría de los “disidentes” encarcelados en 2003, cuando el gobierno Bush intentó el espaldarazo final contra Cuba favoreciendo tres secuestros aéreos y hasta el del ferryboat de Regla, lleno de turistas, para tomar la ruta de Miami, son personas condenadas por haber recibido dinero del gobierno de Wáshington, dinero pagado directamente por la Oficina de intereses de Estados Unidos en La Habana.
De suceder en Estados Unidos, esto llevaría al arresto con la acusación de alta traición, y diversos años de cárcel. Cualquier periodista apenas serio lo sabe, aunque en nuestras crónicas sobre los “periodistas” arrestados en Cuba en 2003 se insiste sobre el hecho de que han sido castigados por supuestos delitos de opinión, y se descuida el hecho que, en cambio, habían sido contratados y pagados por el enemigo histórico que tiene a la isla sometida a bloqueo desde hace cincuenta años.
Muchos de estos grupos, como las mismas Damas de Blanco, eran y son sostenidos por terroristas como Santiago Álvarez que, recientemente, durante un juicio en Florida que le condenó a dos años y medio de cárcel por posesión de explosivos y armas que, según sus declaraciones, debían servir para atentados en la isla, reveló que precisamente Michael Parmly, ex jefe de la Oficina de intereses de EE.UU. en Cuba, había ofrecido anticipar las subvenciones a las Damas, durante los meses en los que Álvarez supuestamente estaría en la cárcel.
Hasta Pierluigi Battista debería convenir que es difícil conferir la dignidad de disidentes a grupos como éstos, y es evidente que semejante política, sostenida por todos los Fassino de Italia y de Europa, no puede producir libertad y democracia.
Sin embargo, hasta Il Fatto quotidiano, diario que no ahorra el sarcasmo ante las posiciones berlusconianas del vicedirector del Corriere della Sera, se alinea con sus teorías cuando éste truena contra Cuba, Venezuela y la América latina que cambia.
Recientemente, tras elevar a la gloria de los altares a la bloguera Yoani Sánchez, que informa al mundo sobre los malestares de la sociedad cubana ayudada por un server alemán con un ancho de banda 60 veces mayor que cualquier otra banda utilizada en Cuba por los usuarios de Internet, precisamente Il Fatto publicó un artículo de El País que se interrogaba cándidamente sobre por qué el país de Zapatero no criticaba de la forma adecuada al régimen cubano.
De querer contestar realmente, la respuesta hubiera sido fácil. José María Aznar, antecesor de Zapatero en el gobierno español cuando éste estaba en manos del Partido Popular, además de haber recibido subvenciones para su campaña electoral de los tristemente célebres líderes de la Fundación cubano-americana de Miami, promotores del terrorismo contra Cuba y con los que también se hizo fotografiar, desde siempre ha sido un miembro de aquellas ambiguas asociaciones que se reúnen cíclicamente, acaso también con el patrocinio de la Fundación Adenauer, para decidir, sin vergüenza ninguna, las estrategias de injerencia en la vida de Cuba y hacer lobbying cada vez que en la Comunidad europea se montan iniciativas para exacerbar el aislamiento y la exclusión de la Revolución. Es una cuestión de mentalidad y de concepto de la democracia.
No por casualidad, en 2002 el gobierno español de Aznar fue el primero, por ejemplo, y hasta antes que el de los Estados Unidos de George W. Bush, en aprobar públicamente el golpe de estado intentado y luego fallido en Venezuela contra el presidente Chávez. Fue el mismo Miguel Ángel Moratinos, actual ministro español de Asuntos Exteriores, que dio a conocer al público este improvisado “acto de democracia” de Aznar, una vergüenza que todavía hoy justifica el recelo de la nueva América latina ante muchas decisiones de la Comunidad europea. Un organismo a menudo hipócrita, dispuesto a otorgar la patente de democracia a la violenta Colombia de Uribe, pero también dispuesto a condenar la “intransigencia” de Cuba, sin jamás preguntarle a los Estados Unidos la razón de un bloqueo y un asedio que duran desde hace medio siglo y que ya han sido condenados 18 veces seguidas por la Asamblea de las Naciones Unidas.
Sería más coherente preguntarle al Corriere della Sera y al Fatto por qué nunca solicitaron la liberación de los cinco miembros de la inteligencia cubana que están en la cárcel en Estados Unidos desde hace doce años, tras un juicio farsa del tribunal de Miami desmentido hace cinco años por el Tribunal de apelación de Atlanta. Porque la única culpa de aquellos cinco fue la de haber desenmascarado las centrales terroristas que desde Florida preparaban los atentados en Cuba.
Así, estos seres humanos, detenidos sin derechos, todavía están en la cárcel sólo porque el Departamento de Justicia de Estados Unidos, antes con Bush pero, y desafortunadamente, también ahora con Obama, aún no ha encontrado el tiempo para enviar a jueces competentes para la seguridad nacional los dossiers reunidos por la CIA sobre el tema. ¿Acaso será porque la agencia de inteligencia a menudo ha protegido esos atentados? ¿Adónde está la ética, en toda esta historia?