El fin de las supermodelos

Eugenia de la Torriente
Chicas cada vez más jóvenes y anodinas pueblan las pasarelas. Nadie las conoce fuera de la moda. La era de las ‘top’, que en los noventa se convirtieron en estrellas mediáticas, terminó. no ha habido relevo. ¿Es Gisele Bündchen la última superviviente de una especie en peligro de extinción?


Karlie Kloss, Maryna Linchuk, Alla Kostromichova y Daria Strokus. Los nombres de las cuatro primeras modelos del último desfile de Christian Dior en París. ¿No le suenan de nada? Pues seguramente verlas tampoco le ayudaría a reconocerlas. Las chicas que pueblan hoy los desfiles más importantes y las páginas más prestigiosas son, en general, absolutas desconocidas para el público no especializado.

La era de las supermodelos se acabó y no ha habido relevo. Ya lo dijo Claudia Schiffer hace dos años. La modelo alemana sabe de lo que habla. Ella alcanzó una notoriedad mundial en el arranque de los años noventa que casi ninguna de sus colegas ha podido igualar después. Según Schiffer, sólo en el caso de Gisele Bündchen se podría utilizar el término top model de una forma similar. Las supermodelos fueron un fenómeno único gracias al cual Linda Evangelista, Naomi Campbell, Christy Turlington, Eva Herzigova o Cindy Crawford trascendieron el ámbito de influencia de su profesión para convertirse en estrellas del mundo del espectáculo. Salían con actores, músicos, deportistas o magos, protagonizaban películas y vídeos musicales, abrían cadenas de restaurantes y se forraban con vídeos de aeróbic.

“Eran un puñado de mujeres que representaban la belleza absoluta de forma universal”, opina Nieves Álvarez. La modelo española empezó a trabajar en 1991 y tuvo ocasión de conocer el fenómeno de primera mano en los desfiles de Azzedine Alaïa en París en los que participó. “Naomi era la fuerza, Christy Turlington, la elegancia… cada una representaba algo. Gustaban a los hombres y a las mujeres. Era un momento en el que el glamour del cine no tenía el poder de otras épocas. Hoy las modelos son mucho más aniñadas, anónimas y parecidas entre sí. Gisele es una de las pocas que siguen representando ese canon más de mujer”.

Precisamente, la modelo brasileña a la que todos salvan del anónimo destino que aguarda a las modelos en la primera década del siglo XXI, ha expresado su deseo de trabajar menos. Aún así, tras tener su primer hijo a los 29 años ha anunciado el lanzamiento de una línea de cosméticos y ha presentado una nueva colección de las chancletas que llevan su nombre. Aunque era raro verla sobre una pasarela desde 2004, no tiene planes de volver a pisarla en breve. ¿Una auténtica despedida de la última de una estirpe significaría la desaparición de la especie? Hasta cierto punto, porque las top models originales siguen en muchos casos en activo. Pasados los 40, Linda Evangelista ha protagonizado anuncios de Prada o L’Oréal y ha sido portada de Vogue. Claudia Schiffer traspasará este año esa frontera de edad y sigue siendo la imagen de los perfumes de D&G y Alberta Ferretti o de la colección de ropa y complementos de Salvatore Ferragamo. Igual que Naomi Campbell, a la que la edición rusa de Vogue ha dedicado un número monográfico para conmemorar su 25º aniversario en los quioscos.

“A muchas las veo más guapas ahora que antes. No me extrañaría que siguieran trabajando dentro de 10 años. Eran muy listas y por eso siguen ahí. Dirigen una empresa que son ellas mismas.”, apunta Álvarez. “Yo nunca percibí rivalidad entre ellas. Se las veía como una piña. Sabían lo que tenían entre manos. Después de todo, este fenómeno lo habían creado ellas”. Es cierto que las top models, las supermodelos, o como se prefiera llamarlas, fueron el producto de un momento y un lugar muy concretos. Aunque el término se utiliza desde los años cuarenta, antes de ellas, sólo maniquíes puntuales (piensen en Twiggy) conseguían hacerse un hueco en el imaginario colectivo. No hay en la historia de la moda precedentes de un grupo de mujeres que salten de la pasarela para meterse en tromba –y de la mano– en los salones del mundo a la hora de cenar. En ese sentido, el milagro es probablemente irrepetible.

Al final de la década de los ochenta, la moda no era todavía el abrumador y corporativo negocio millonario que es hoy. Tampoco se trataba ya del artesanal reducto de la elegancia de los años dorados de la alta costura. Con el auge de la cultura del videoclip y del culto al cuerpo, a la industria de la estética se le abrían infinitas posibilidades. Era como un adolescente, con todo su potencial por disfrutar. Y todos lo aprovecharon. Los diseñadores, las revistas, los fotógrafos. Pero, tal vez, más que nadie, aquellas espléndidas campeonas de la belleza. “En aquella época todo era mucho más divertido”, recuerda Didier Fernandez, que fue –y sigue siendo– el agente de Linda Evangelista. “Esta industria gozaba de más libertad, no era un mercado global, sino pequeñas empresas familiares a las que todos contribuíamos. Con las gigantescas multinacionales de ahora ya no hay excitación. En París yo estaba siempre en el backstage y era una fiesta. Había excentricidad, personalidad… Lo pasábamos bien. Ahora parece un banco. Tan estructurado y organizado”.

Con la democratización de la moda llegaron también el dinero y una generación de diseñadores dispuestos a romper esquemas y trasladar a su negocio los usos y costumbres propios de la industria del espectáculo. Buena parte de la responsabilidad en la canonización de las top se le atribuye al italiano Gianni Versace, que fomentó su imagen de grupo al unirlas en sus desfiles. Richard Avedon creó para él emblemáticas estampas de grupo que inmortalizaron el retablo. “Hoy hay un mercado que da imagen, el de marcas como Prada y Gucci. Ahí no hay mucho dinero, pero sí estatus”, explica Ramón Carmena, director de la división femenina de la agencia española Traffic. “Es el que permite luego pedir mucho más caché por la publicidad de cosméticos o productos de consumo masivo, que es donde está la gran facturación. En los noventa las cosas eran distintas. Las firmas de lujo daban prestigio, pero también pagaban mucho. Versace o Dolce & Gabbana desembolsaban cifras astronómicas. Ahora han bajado las tarifas para las modelos y, en cambio, gastan más en el fotógrafo o en el director de arte”.

El cambio en el modelo de negocio podría explicar en parte por qué no se ha podido replicar ese panteón de diosas reconocibles por el gran público, pero hay más razones. A finales de abril, en una conferencia celebrada en la Universidad de Harvard para discutir la responsabilidad de la industria de la moda en los trastornos alimenticios, Anna Wintour apeló a esta espinosa cuestión como motivo. Según la directora de la edición estadounidense de Vogue, el abrazo generalizado de un canon de belleza escuálido y aniñado hace difícil que las chicas puedan seguir trabajando al llegar a una edad mínimamente adulta y, por tanto, no tienen ocasión de desarrollar una personalidad pública. Eso provoca que las portadas de las revistas y los lucrativos contratos cosméticos acaben en manos de actrices y cantantes, mucho más carismáticas.

Para Didier Fernández, en cambio, fueron las revistas y los diseñadores los que dejaron de apoyar a las modelos. Hartos de sus caprichos de diva, de sus cachés y de que se les prestara más atención a ellas que a la ropa, promovieron maniquíes más fáciles de controlar. Y de reemplazar. “Las top crearon mucha frustración y molestaron a mucha gente. Yo lo vi de cerca”, admite el agente de Linda Evangelista. “Hoy hay muchísimas modelos”, observa Maurilio Carnino, de MTC Casting Inc, director de casting que trabaja con Custo Barcelona, Davidelfin o Sophie Theallet. “Hay una tendencia a preferir una cara desconocida para dar más valor a la prenda. La carrera de modelo se ha vuelto más corta y menos lucrativa”. “Antes duraban más”, confirma Ramón Carmena. “Hay chicas de 16 años que abren el desfile de Marc Jacobs y a los 17 ya no trabajan. La oferta es muy amplia y todo va mucho más rápido. Cada vez hay modelos más jóvenes y que acaban antes”.

“Algunas consiguen longevidad y otras no”, matiza Didier Fernandez. “Lo que sí es cierto es que hoy hasta mi portero es top model. Por la cantidad de chicas que hay, las carreras se acortan. Yo jamás digo que soy agente, porque todo el mundo tiene una sobrina, una prima o una amiga a la que debería representar”. “Son niñas que se hacen famosas con 16 años, pero ese look dura dos años, no hay forma de mantenerlo al acabar la adolescencia. Yo desfilé durante mucho tiempo. Ahora me sería imposible durar tanto”, argumenta Álvarez. La modelo analiza: “Pero es un modelo de mujer que no cala en la calle. Nadie se siente atraído por estas chicas. Ni siquiera las recuerda. Por eso se eligen actrices en las portadas. A la gente le gusta tener ilusiones y sueños. Llevamos varios años hablando de la vuelta de las curvas, pero luego los desfiles son más pálidos y lánguidos que nunca. El último de Louis Vuitton proponía una mujer más exuberante. ¡Y qué alegría daba verlo! Espero que no se quede en una anécdota”.

Ese desfile de Marc Jacobs para Louis Vuitton cerró el calendario internacional de presentaciones de las colecciones del próximo otoño-invierno. Ratificó la defensa de un canon de belleza más adulto, formado y variado, en el cual el sector está embarcado desde el arranque de este año. Laetitia Casta o Elle McPherson fueron algunas de las modelos que volvieron a la pasarela para la ocasión. Jacobs se sumó a Stuart Vevers (en Loewe) o Miuccia Prada en el rescate de cuerpos inéditos en las pasarelas en los últimos años. Curiosamente, muchas de esas sinuosas anatomías pertenecen a chicas que amasan auténticas fortunas trabajando en un mercado más comercial. En especial, aquellas que consiguen amarrar alguno de los lucrativos contratos de los ángeles de la firma de lencería estadounidenses Victoria’s Secret. Entre las 10 modelos que más ganaron en 2009, según la revista Forbes, hay varios de esos casos. La alemana Heidi Klum o las brasileñas Adriana Lima y Alessandra Ambrosio no aparecen en las publicidades de prestigio ni en las portadas que dan estatus. Sin embargo, ocupan el segundo, el cuarto y el quinto lugar de esa lista.

¿Indica eso un cierto divorcio entre la industria y el interés general? “Los números de Forbes no son exactos”, zanja Didier Fernandez. Su agencia, DNA Models, representa a dos mujeres de esa enumeración: Natalia Vodianova y la holandesa Doutzen Kroes, que presta su imagen a Victoria’s Secret y a L’Oréal. “En cualquier caso, es cierto que Victoria’s Secret es una de las empresas que más pagan. Cuanto más amplia es la difusión de un producto más se cobra por anunciarlo”. “Victoria’s Secret es una lanzadera para una modelo”, opina Ramón Carmena. “A raíz de ser seleccionada para su desfile, el caché de Clara Alonso [modelo española que él representa] se triplicó. Además, la repercusión mediática hizo que otros clientes se fijaran en ella y que gente que antes no la quería la contratara”.

La única modelo que ha conseguido aunar todos los intereses y palos –que ha compaginado el prestigio con los ingresos millonarios– jamás ha sido imagen de esa firma. Se trata de Kate Moss. Su caso, una vez más, resulta singular. Cuando la británica apareció en escena –en 1990– era la antítesis de las atléticas beldades que reinaban en la época. Flaca, bajita y desgarbada, fue una de las causantes de la edad de hielo de las supermodelos, ya que consiguió que sus compañeras parecieran seres de otra era. “Cuando llegó Kate Moss se empezó a buscar un look más andrógino. Yo incluso me corté el pelo y quise afearme”, confiesa Nieves Álvarez. “Hubo un momento en el que quise dejarlo. Es duro porque pasas de ser guapísima a ser descartada por clásica. Ella rompía con todos los cánones, pero ha sabido evolucionar y su fotogenia y capacidad de reinventarse son únicas”.

Al final, la antimodelo ha sido la única capaz de seguir la estela de carreras longevas y altamente diversificadas. A los 36 años –todavía en activo y reconvertida en diseñadora para Topshop o Longchamp y en musa de artistas como Lucian Freud– representa la supervivencia de un esquema que, en parte, ella misma contribuyó a desterrar. “Eso de las top siempre fue un invento”, argumenta Didier Fernandez. “Para mí, sólo hay tres categorías de modelos: buenas, normales y malas. Una mala no tiene futuro alguno. Una normal hará dinero y trabajará un tiempo. Una buena trasciende tendencias y épocas. Son mujeres interesantes, están interesadas en lo que hacen y duran. Esta es la única industria en la que se puede ser una estrella a la primera. ¿Qué ha pasado con el trabajo, con aprender y crecer? Es como decir que un doctor es un genio tras su primera operación”.

En la conferencia de Harvard también participó el diseñador estadounidense Michael Kors, quien expresó su preocupación por la excesiva juventud de las chicas. “Estamos hablando de niñas, y las presiones que soportan son horrendas”. La paradoja hipócrita es que se disfraza de adultas a adolescentes –la mayoría de las pasarelas internacionales no permiten que desfilen menores de 16 años– para vender productos a mujeres hechas y derechas a las que se ofrece un modelo estético imposible de alcanzar. Para romper este ciclo de lo absurdo, Anna Wintour trasladó una petición a los diseñadores: “Que reviertan la tiranía de los muestrarios de ropa diminutos que apenas le sirven a una chica de 13 años en plena pubertad”.

Las mejores modelos de la última generación, chicas como Daria Werbowy, Raquel Zimmermann o Lara Stone, son ya veinteañeras, pero no consiguen ser reconocidas por el gran público como sí hicieron Kate Moss o Gisele Bündchen. “Para aparecer en la prensa ahora tienes que hacer algo decadente y bochornoso. Drogarte o acostarte con alguien y correr a contarlo”, reflexiona Fernandez. “Si observas a esos famosos de quinta que están todo el día en los medios de comunicación, te das cuenta de que no es por nada que hagan, sino por su conducta escandalosa. La moda ha cambiado, sí. Pero la prensa también. En 15 años se ha extendido el virus del cortar y pegar, de la información que se transmite sin contrastar. Hay demasiado ruido y no hay espacio para historias que no sean escandalosas. Angelina Jolie manipula a los medios para conducir su atención hacia lo que le parece importante, pero las modelos no tienen ese poder para usar a la prensa y no acabar siendo víctimas de sus abusos”. En parecidos términos lo ve Maurilio Carnino: “Todo está accesible al momento. Se informa tanto de cualquier cosa, que es como si no se informara de nada. Así es mucho más difícil destacar”.

Se ha abusado tanto del término supermodelo, que ha quedado desvirtuado y banalizado. ¿Qué es una top? ¿Una modelo muy conocida? ¿Una que gana mucho dinero? ¿La que triunfa en un reality show televisivo? ¿Ninguna y todas las anteriores? En todo caso, la dificultad para replicar el misterioso caso de las maniquíes saca a la luz algunas de las cuestiones menos hermosas del sistema de la moda contemporánea.

Entradas populares