Wilstermann: Villegas insiste con Raimondi, pese a su fracaso
José Vladimir Nogales
La evidencia empírica parece no bastarle a Eduardo Villegas para aplicar urgentes correctivos tácticos en la corroída configuración de un Wilstermann a la deriva, tanto por sus carencias futbolísticas (imperioso resulta conseguir funcionamiento) como por los dramas internos (la insurrección laboral acabó con los días de Orlando Jordán como presidente).
Contrariamente a lo esperado (y atentando contra la sensatez lógica), el adiestrador de Wilstermann decidió alinear, para el clásico del domingo con Aurora, al cuestionado punta uruguayo Nicolás Raimondi. No sólo los deprimentes números de sus prestaciones (anotó tan sólo dos goles en 13 partidos, arrojando un pírrico promedio realizador de 0.15 goles por partido) hacen imperativa su exclusión del cuadro titular, sino fundamentalmente la comprobación fáctica de que sin él como ariete, el equipo se siente más liberado para jugar o, quizá, sin un gran estorbo para desplegarse en el campo. La prueba (única y, quizá por ello, insuficiente para su homologación práctica) estuvo en el segundo tiempo del cotejo contra Real Potosí, donde se observó una diametral diferencia entre el equipo que incluía a Raimondi (primer tiempo) y el que había prescindido de su escuálido aporte. ¿Cómo se explicó dicha transformación?
Primero, por la nula aportación efectiva del atacante. Rebota todas las pelotas que le arriman, es impreciso en la recepción, no gravita en el juego (apenas participa como componente de algún circuito), se obsesiona con el traslado largo pese a su limitado bagaje técnico y no tiene cabezazo, pese a su imponente envergadura. Y segundo, porque su presencia condiciona negativamente la hermenéutica, al hacer converger en su figura el esmirriado caudal generado, limitando opciones emergentes, de presumible mejor potencialidad. En consecuencia, su presencia induce al despilfarro de lo poco que el conjunto es capaz de elaborar con la precaria conjunción de elementos creativos.
Sin él, la producción de Wilstermann creció notablemente. El equipo vio disuelta esa convergencia gravitacional en el faro uruguayo y exploró diferentes rutas, abriendo sendas al andar. Castedo encontró libertad y espacios para moverse, al igual que Sossa, quien parecía liberarse de su nociva subordinación a los movimientos de Raimondi para imponer su juego de velocidad.
Hecha esa comprobación, ¿por qué Villegas insiste con Raimondi? La decisión parece tener una connotación más política que futbolística, pues el técnico pretende reivindicar su proyecto, protegiendo al polémico eje de su idea. Villegas recomendó a Raimondi, consecuentemente sacarlo supone admitir que erró, no sólo en la elección del intérprete, sino en la confección de su plan (y eso más allá de la distancia que hoy existe entre ambos, pues el punta está alineado con el grupúsculo que se le opone y busca su salida). Está bien que -en lo futbolístico- muera con la suya, es honorable, pero nadie se quejaría si esa inmolación no supone un suicidio colectivo inducido, para colmo inducido por un capricho.
Ahora bien, si la insistencia con Raimondi (después de 13 decepcionantes partidos que configuraron un patético cuadro de inefectividad) escapa a lo político, ¿será de índole futbolística? ¿Villegas estará convencido que sí puede funcionar? ¿Funcionará con un mediocampo escasamente versátil, nada creativo, sin potencia para arrimar asistencias? ¿O creerá que Raimondi (que seguramente anulará a Castedo, quitándole espacio al restringir su movilidad) despertará con su poder de fuego a pleno y, de súbito, resolverá todos los dramas funcionales que han propiciado su sequía?
Lo que es aún más incierto es qué respuesta tendrá el equipo, tras una semana de conflictos. ¿Estarán los ánimos calibrados para sostener un desgastante duelo con un rival, que con seguridad, no será el que hallaron en el estreno estival? ¿Habrá alcanzado el poco trabajo para fortalecer esa vaga idea de juego que se expone? Difícil saberlo.
La evidencia empírica parece no bastarle a Eduardo Villegas para aplicar urgentes correctivos tácticos en la corroída configuración de un Wilstermann a la deriva, tanto por sus carencias futbolísticas (imperioso resulta conseguir funcionamiento) como por los dramas internos (la insurrección laboral acabó con los días de Orlando Jordán como presidente).
Contrariamente a lo esperado (y atentando contra la sensatez lógica), el adiestrador de Wilstermann decidió alinear, para el clásico del domingo con Aurora, al cuestionado punta uruguayo Nicolás Raimondi. No sólo los deprimentes números de sus prestaciones (anotó tan sólo dos goles en 13 partidos, arrojando un pírrico promedio realizador de 0.15 goles por partido) hacen imperativa su exclusión del cuadro titular, sino fundamentalmente la comprobación fáctica de que sin él como ariete, el equipo se siente más liberado para jugar o, quizá, sin un gran estorbo para desplegarse en el campo. La prueba (única y, quizá por ello, insuficiente para su homologación práctica) estuvo en el segundo tiempo del cotejo contra Real Potosí, donde se observó una diametral diferencia entre el equipo que incluía a Raimondi (primer tiempo) y el que había prescindido de su escuálido aporte. ¿Cómo se explicó dicha transformación?
Primero, por la nula aportación efectiva del atacante. Rebota todas las pelotas que le arriman, es impreciso en la recepción, no gravita en el juego (apenas participa como componente de algún circuito), se obsesiona con el traslado largo pese a su limitado bagaje técnico y no tiene cabezazo, pese a su imponente envergadura. Y segundo, porque su presencia condiciona negativamente la hermenéutica, al hacer converger en su figura el esmirriado caudal generado, limitando opciones emergentes, de presumible mejor potencialidad. En consecuencia, su presencia induce al despilfarro de lo poco que el conjunto es capaz de elaborar con la precaria conjunción de elementos creativos.
Sin él, la producción de Wilstermann creció notablemente. El equipo vio disuelta esa convergencia gravitacional en el faro uruguayo y exploró diferentes rutas, abriendo sendas al andar. Castedo encontró libertad y espacios para moverse, al igual que Sossa, quien parecía liberarse de su nociva subordinación a los movimientos de Raimondi para imponer su juego de velocidad.
Hecha esa comprobación, ¿por qué Villegas insiste con Raimondi? La decisión parece tener una connotación más política que futbolística, pues el técnico pretende reivindicar su proyecto, protegiendo al polémico eje de su idea. Villegas recomendó a Raimondi, consecuentemente sacarlo supone admitir que erró, no sólo en la elección del intérprete, sino en la confección de su plan (y eso más allá de la distancia que hoy existe entre ambos, pues el punta está alineado con el grupúsculo que se le opone y busca su salida). Está bien que -en lo futbolístico- muera con la suya, es honorable, pero nadie se quejaría si esa inmolación no supone un suicidio colectivo inducido, para colmo inducido por un capricho.
Ahora bien, si la insistencia con Raimondi (después de 13 decepcionantes partidos que configuraron un patético cuadro de inefectividad) escapa a lo político, ¿será de índole futbolística? ¿Villegas estará convencido que sí puede funcionar? ¿Funcionará con un mediocampo escasamente versátil, nada creativo, sin potencia para arrimar asistencias? ¿O creerá que Raimondi (que seguramente anulará a Castedo, quitándole espacio al restringir su movilidad) despertará con su poder de fuego a pleno y, de súbito, resolverá todos los dramas funcionales que han propiciado su sequía?
Lo que es aún más incierto es qué respuesta tendrá el equipo, tras una semana de conflictos. ¿Estarán los ánimos calibrados para sostener un desgastante duelo con un rival, que con seguridad, no será el que hallaron en el estreno estival? ¿Habrá alcanzado el poco trabajo para fortalecer esa vaga idea de juego que se expone? Difícil saberlo.