Wilstermann en medio de una gran borrasca

José Vladimir Nogales
La renuncia de Orlando Jordán y el retorno del cuestionado Víctor Hugo López a la presidencia de Wilstermann, establece un nuevo punto de inflexión en la decadente trayectoria que el club ha descrito en los aciagos años recientes.

Lejos de llevar una convalecencia cuidada, luego de abandonar la sala de cuidados intensivos, donde milagrosamente superó un estado comatoso terminal, Wilstermann se abandonó a tóxicos excesos que, inexorablemente, hoy –en un contexto caótico- reproducen el mismo cuadro clínico que, con angustia, alcanzó a revertir a finales de 2009. El milagro de aquella cura parece irrepetible, porque los virus suelen mutar y hacerse inmunes a la farmacología convencional, exigiendo mayor sofisticación.

Wilstermann continúa infectado por el virus del descenso, aquél que contrajo durante la nefasta administración de Eduardo Pereira, cuando en 2008 pergeñó un demagógico proyecto de promoción de jugadores que, en realidad, no era más que la fachada de un riguroso plan de austeridad. El club estaba al borde de la quiebra, imponiéndose entonces la medición de gastos para evitar que las crecientes deudas se hiciesen inmanejables (impagables, para ser precisos). Pero, ¿de dónde venía la deuda? Jordán dijo haber encontrado destruidas las finanzas del club, cuando asumió la presidencia. En el propósito de encontrar a los responsables, Jordán ordenó un par de auditorías que, curiosamente, sólo se remitieron a la calamitosa administración de Pereira. ¿No era imperioso explorar más atrás? ¿Por qué no se verificó si era cierto que Víctor Hugo López concluyó su administración (plagada de fracasos deportivos) con un superávit de Bs. 400.000? ¿Por qué no se auditó la administración de Mauricio Méndez o Javier Hoz de Vila, si el propósito era buscar el núcleo gestor del enorme pasivo que amenaza con quebrar institucionalmente a un Wilstermann que, deportivamente, se arrastra miserablemente? En esa insondable bruma está escondida la causa de la crisis que hoy angustia a la parroquia wilstermanista, pues del extravío económico surgió la trasnochada idea de forjar juveniles, sin evaluar el costo deportivo a mediano plazo.

Enfermo de descenso, como terminó 2008, Wilstermann necesitaba vigorizarse deportivamente en la campaña posterior para curarse. Pero no lo hizo. Erró en los fichajes y en muchas decisiones deportivas (como el capricho de Mauricio Soria por mantener un dispositivo táctico inútil), hasta que la situación se desbordó, devorándose a técnico y presidente. De milagro, Wilstermann salvó el descenso, pero no llegó a curarse, diseñando, para 2010, un escenario análogo al del curso precedente. Se pensaba (no sin ingenuidad) que a iguales urgencias, con la experiencia acumulada, iba a procederse con sensatez e inteligencia. No fue así. Jordán y su directorio reiteraron los errores que anticiparon no cometerían (fichajes compulsivos, sin evaluación) y que, a la primera adversidad, quedaron en evidencia. El equipo está desbalanceado, juega mal, no gana y, para colmo, reúne en su seno a un grupúsculo cancerígeno, promotor de una insurrección que ha tumbado al presidente y amenaza con comerse al técnico, si éste no satisface sus demandas.

El motín promovido por Sanjurjo y compañía, pretextando haberes impagos, constituye una gran amenaza para la estabilidad de la institución, pues no ha sido la primera revuelta ni será la última, porque ha quedado claro que, a falta de autoridad en la dirección del club, son los jugadores quienes han instaurado un gobierno chantajista, que socavará la autoridad de quien asuma la conducción (¿podrá López lidiar con esta enfermedad?) si, eventualmente, no es erradicado ese maligno tumor. Eso si, acaso, la revuelta laboral no obedecía, en realidad, a una delicada maniobra conspiradora, toda vez que la calma volvió sin que las demandas salariales de los jugadores (causa del paro) fuesen satisfechas, conociéndose la dimisión de Jordán. ¿Era ese el objetivo? ¿Estaban seguros, para presionar así, que alguien asumiría un club destrozado, con capacidad para honrar las obligaciones?

Estos precoces brotes huelguistas, que anuncian días de peores padecimientos, revelan incoherencias administrativas, a saber: si el club estaba quebrado, ¿por qué Jordán y compañía estructuraron una planilla de 70.000 dólares al mes? ¿Cómo esperaban recaudar ese dinero cada mes, sin depender de las impredecibles oscilaciones de la taquilla? Con la cadena de resultados negativos y la subsecuente merma de la asistencia, ¿serían capaces de solventar los gastos con un ingreso debilitado?

Con López en la presidencia no es mucho lo que puede esperarse. En 2002 afrontó un motín parecido al actual (inducido por presiones salariales) que terminó con la deserción de más de la mitad de la plantilla (Merlo, Marín, Andaveris, Jiguchi, entre otros, optaron por marcharse). De perfil prepotente y mediático, López está emparentado con los peores momentos de la década (anteriores a la crisis del descenso), armando equipos burdos y eligiendo a técnicos improbos. Nunca se destacó por sus habilidades administrativas (el club no creció mínimamente bajo su presidencia) y sí por sus alardes judiciales, los que quiso hacer prevalecer para resolver cualesquier conflicto. De hecho, López ambicionaba retomar la presidencia del club (un poco para salir de la sombra del anonimato) y no extrañaría que detrás de la insurrección capitaneada por el incordioso Sanjurjo y las discusiones de Raimondi (con amenazas de muerte, luego desmentías) con Jordán, esté su figura. Es una conjetura, por ahora sin bases verificables, sólo alimentada por las sospechas que dejan entrever ciertos hechos, como la calma subsecuente a la caída del presidente. Brumoso es el horizonte. Se anticipa una gran borrasca antes de la calma.

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