REPORTAJE: El escándalo de los abusos
Las víctimas del padre Murphy: niños sordos indefensos ante las agresiones
Yolanda Monge, Washington
Unas veces sucedía durante la confesión. Otras en medio de la noche, en los dormitorios. El padre Murphy llegaba, les masturbaba y se marchaba. Con 13 años, Arthur Budzinski se escondía bajo su cama llorando, temeroso del siguiente asalto e incapaz de pedir ayuda. El infierno de abusos sexuales en el que vivía a manos del cura al que su familia confió su educación no podía relatárselo a sus padres, que desconocían el lenguaje de signos.
Budzinski era sordo e incapaz de hablar. Años después de los abusos sexuales que marcaron su vida para siempre, Budzinski, hoy pasados los 60, pudo relatar las vejaciones a las que fue sometido. Lo hizo con las manos, con el lenguaje que le enseñó su verdugo.
"No podías escapar. Era como estar en una prisión", dice uno de los menores
Un nuevo caso de pederastia sacude a la Iglesia de Roma, quien echó tierra sobre cerca de un cuarto de siglo de acosos. Más de 200 niños sordos fueron sometidos a abusos entre 1950 y 1974 por el padre Lawrence Murphy , quien impartía clases en la renombrada escuela para discapacitados auditivos de Saint John, en Milwaukee (Wisconsin) -colegio que cerró sus puertas en 1983 por razones económicas-. Ayer, el diario The New York Times llevaba a su primera página el caso y aseguraba que el Vaticano no castigó al cura acusado de abusar de los menores -a pesar de tener conocimiento de los hechos- "porque estaba muy enfermo".
Los hechos eran así un día cualquiera. "Me encontraba en la cancha jugando al baloncesto y los chicos venían y me decían: 'El padre Murphy quiere verte", explicó James Smith, cuando ya de adulto pudo enfrentar sus demonios. "Intentaba no ir, escaparme, pero finalmente el padre me arrastraba a su oficina y abusaba de mí", contó Smith. "Una vez más", puntualizó. "Nunca se lo dije a nadie", declaró una de las muchas víctimas de Murphy. "Pensé que estaba solo". No le faltaba razón.
Porque no sólo las autoridades vaticanas fracasaron a la hora de hacer justicia. En el caso de pederastia de la Iglesia de Milwaukee que ahora salpica al Vaticano también la justicia ordinaria ignoró por completo las denuncias de las víctimas durante demasiado tiempo. Tres sucesivos arzobispos de Wisconsin supieron que el padre Murphy abusaba de los niños de Saint John, pero nunca lo reportaron a las autoridades civiles, según el Times, que ha obtenido todos los documentos para escribir su artículo de los abogados Jeff Anderson y Mike Finnegan, letrados de cinco de las víctimas del sacerdote católico que han demandado a la Archidiócesis de Milwaukee. Ni la policía, ni la fiscalía. Nadie. Nadie, hizo nada.
La ronda nocturna del sacerdote a veces incluía el abuso de más de un niño en sus camas. "Casi nunca decía nada", relató Steve Geier, sobre quien los abusos comenzaron cuando tenía siete años. A veces, cuando otros pequeños veían cómo el reverendo abusaba de sus compañeros, se tapaban la cabeza con las mantas, se abrazaban y sollozaban juntos. "Murphy era muy fuerte y poderoso", recordó Geier para el periódico local Milwaukee Journal Sentinel en el año 2006. "No podías escapar. Era como estar en una prisión", declaró en la entrevista. "Me sentía muy confundido, el padre Murphy me manoseaba y yo preguntaba: 'Dios, ¿esto está bien?".
El padre Murphy nunca fue castigado. Arrepentido de sus pecados -admitió haber abusado de al menos 30 chicos, según una trabajadora social que le dio apoyo psicológico-, fue trasladado discretamente en 1974 a una diócesis al norte del Estado. Allí pasó sus últimos 24 años de vida. Rodeado de niños en las parroquias, en los colegios y en un centro de detención juvenil donde predicaba.
Murphy murió en 1998 a los 72 años y fue enterrado con su hábito de cura. Su familia desoyó las instrucciones del arzobispado de Milwaukee de que su funeral fuera pequeño y que el féretro se mantuviera cerrado. Cuanto menos se hablara del caso, mejor. Para muchos, el padre Murphy era casi un santo. Un hombre dotado para entender a los sordos, comunicarse con ellos a través de su particular lenguaje y con grandes dotes para recaudar fondos para su causa. Sólo los abusados sabían lo que sucedía cuando el reverendo de cara redonda los hacía llamar a su despacho; o los toqueteaba en su coche; o en la casa de campo de su madre.
Existe una fotografía de 1960 de 11 chicos ataviados con sus uniformes de baloncesto. En el margen izquierdo de la instantánea, el padre Murphy, vestido con su sotana, sostiene la pelota junto a sus muchachos. Al menos cinco de esos jóvenes han admitido que fueron abusados por su confesor y preceptor. Al menos.
Yolanda Monge, Washington
Unas veces sucedía durante la confesión. Otras en medio de la noche, en los dormitorios. El padre Murphy llegaba, les masturbaba y se marchaba. Con 13 años, Arthur Budzinski se escondía bajo su cama llorando, temeroso del siguiente asalto e incapaz de pedir ayuda. El infierno de abusos sexuales en el que vivía a manos del cura al que su familia confió su educación no podía relatárselo a sus padres, que desconocían el lenguaje de signos.
Budzinski era sordo e incapaz de hablar. Años después de los abusos sexuales que marcaron su vida para siempre, Budzinski, hoy pasados los 60, pudo relatar las vejaciones a las que fue sometido. Lo hizo con las manos, con el lenguaje que le enseñó su verdugo.
"No podías escapar. Era como estar en una prisión", dice uno de los menores
Un nuevo caso de pederastia sacude a la Iglesia de Roma, quien echó tierra sobre cerca de un cuarto de siglo de acosos. Más de 200 niños sordos fueron sometidos a abusos entre 1950 y 1974 por el padre Lawrence Murphy , quien impartía clases en la renombrada escuela para discapacitados auditivos de Saint John, en Milwaukee (Wisconsin) -colegio que cerró sus puertas en 1983 por razones económicas-. Ayer, el diario The New York Times llevaba a su primera página el caso y aseguraba que el Vaticano no castigó al cura acusado de abusar de los menores -a pesar de tener conocimiento de los hechos- "porque estaba muy enfermo".
Los hechos eran así un día cualquiera. "Me encontraba en la cancha jugando al baloncesto y los chicos venían y me decían: 'El padre Murphy quiere verte", explicó James Smith, cuando ya de adulto pudo enfrentar sus demonios. "Intentaba no ir, escaparme, pero finalmente el padre me arrastraba a su oficina y abusaba de mí", contó Smith. "Una vez más", puntualizó. "Nunca se lo dije a nadie", declaró una de las muchas víctimas de Murphy. "Pensé que estaba solo". No le faltaba razón.
Porque no sólo las autoridades vaticanas fracasaron a la hora de hacer justicia. En el caso de pederastia de la Iglesia de Milwaukee que ahora salpica al Vaticano también la justicia ordinaria ignoró por completo las denuncias de las víctimas durante demasiado tiempo. Tres sucesivos arzobispos de Wisconsin supieron que el padre Murphy abusaba de los niños de Saint John, pero nunca lo reportaron a las autoridades civiles, según el Times, que ha obtenido todos los documentos para escribir su artículo de los abogados Jeff Anderson y Mike Finnegan, letrados de cinco de las víctimas del sacerdote católico que han demandado a la Archidiócesis de Milwaukee. Ni la policía, ni la fiscalía. Nadie. Nadie, hizo nada.
La ronda nocturna del sacerdote a veces incluía el abuso de más de un niño en sus camas. "Casi nunca decía nada", relató Steve Geier, sobre quien los abusos comenzaron cuando tenía siete años. A veces, cuando otros pequeños veían cómo el reverendo abusaba de sus compañeros, se tapaban la cabeza con las mantas, se abrazaban y sollozaban juntos. "Murphy era muy fuerte y poderoso", recordó Geier para el periódico local Milwaukee Journal Sentinel en el año 2006. "No podías escapar. Era como estar en una prisión", declaró en la entrevista. "Me sentía muy confundido, el padre Murphy me manoseaba y yo preguntaba: 'Dios, ¿esto está bien?".
El padre Murphy nunca fue castigado. Arrepentido de sus pecados -admitió haber abusado de al menos 30 chicos, según una trabajadora social que le dio apoyo psicológico-, fue trasladado discretamente en 1974 a una diócesis al norte del Estado. Allí pasó sus últimos 24 años de vida. Rodeado de niños en las parroquias, en los colegios y en un centro de detención juvenil donde predicaba.
Murphy murió en 1998 a los 72 años y fue enterrado con su hábito de cura. Su familia desoyó las instrucciones del arzobispado de Milwaukee de que su funeral fuera pequeño y que el féretro se mantuviera cerrado. Cuanto menos se hablara del caso, mejor. Para muchos, el padre Murphy era casi un santo. Un hombre dotado para entender a los sordos, comunicarse con ellos a través de su particular lenguaje y con grandes dotes para recaudar fondos para su causa. Sólo los abusados sabían lo que sucedía cuando el reverendo de cara redonda los hacía llamar a su despacho; o los toqueteaba en su coche; o en la casa de campo de su madre.
Existe una fotografía de 1960 de 11 chicos ataviados con sus uniformes de baloncesto. En el margen izquierdo de la instantánea, el padre Murphy, vestido con su sotana, sostiene la pelota junto a sus muchachos. Al menos cinco de esos jóvenes han admitido que fueron abusados por su confesor y preceptor. Al menos.