Religión y Espiritualidad

Frei Betto
Adital
La espiritualidad es, como la sexualidad, es una dimensión constitutiva del ser humano. Esa potencialidad neurobiológica puede ser cultivada o no. Una persona desprovista de espiritualidad prescinde de la profundidad de su subjetividad. En ella los deseos prevalecen sobre los ideales.

Si Sócrates y Descartes nos despertaron a la inteligencia racional, y Colleman a la emocional, ha sido la física y filósofa Danah Zohar quien llamó la atención sobre la inteligencia espiritual. Mariá Corbí sugiere que la espiritualidad se resume en las siglas IDS: Interés (por ella), Desapego (de sí y de los bienes finitos), Silencio (concentrarse para descentrarse en el otro y en los otros).
A primera vista espiritualidad se opone a materialidad. Y el espíritu al cuerpo. Ese dualismo platónico está superado, tanto por la ciencia como por la teología. Todos y todo somos una unidad. Los mismos 92 átomos encontrados en nuestro cuerpo son los "ladrillos" que edifican el conjunto del universo.

La espiritualidad prescinde de las religiones, puede vivirse sin ellas, y hay religiones desprovistas de espiritualidad, asfixiadas por el peso de un doctrinarismo autoritario. Sócrates (470-399 a.C.) y Séneca (4 a.C.-65 d.C.) eran hombres profundamente espiritualizados, ‘santos paganos’, pero desprovistos de religión.
Las religiones surgieron en el período neolítico, cuando el ser humano, hasta entonces nómada y recolector, se ancló en la actividad agrícola, volviéndose sedentario. Su punto axial fue el siglo 7 a.C. En él nacieron y/o vivieron Buda (600), Lao-Tsé (604), Zaratustra (660) y los profetas Jeremías y Daniel.

La religión como institución surge en aquella época. Antes predominaba la cosmovisión tribal, comunitaria, orientada a aplacar la ira de los dioses y a obtener su protección en casos de catástrofes naturales, sin individuación del sujeto frente a la divinidad. Sólo a partir del siglo 7 a.C. el ser humano pasa a tener conciencia de su relación personal con Dios.
La religión surge como forma de control de la sociedad agropastoril, y sus grandes relatos encauzan el caos ético, al mismo tiempo que interioriza el poder de la autoridad.

Hoy lo que está en crisis no es la espiritualidad. Son las formas tradicionales de religión. En este mundo secularizado, desencantado, los valores son sustituidos por las ciencias, el ser por el tener, el ideal por el deseo, el altruismo por el consumismo. De ese modo la religión se decanta hacia la vida privada y los lugares de culto. Y deja de influir en la vida social.
Al interior de las mismas iglesias cristianas se da esa dicotomía: los fieles se distancian de la doctrina y de la moral oficiales, como es el caso del uso de preservativos por los católicos. Como en las relaciones de trabajo, se da una flexibilización institucional de la creencia, que se constituye en una amalgama de propuestas, formando un mosaico esotérico.

La crisis de la Cristiandad, en el Renacimiento, no significó la crisis del Cristianismo. De igual manera, la crisis de las religiones no puede ser confundida con la de la espiritualidad. Ahora nos encontramos con una espiritualidad pos-axial, laica, pos-religiosa, centrada en la autonomía del individuo.
Lo que caracteriza esa espiritualidad posmoderna es, por una parte, la búsqueda, no del otro, sino de sí mismo, de la tranquilidad espiritual, de la paz del corazón. En ese sentido se trata de una espiritualidad egocéntrica, centrada sobre el propio ego. Y por otra parte, una espiritualidad política, volcada sobre la promoción de la justicia y de la paz, comprometida con la ética y la protección del medio ambiente.

Retomando el esquema de Corbí: hoy, una espiritualidad evangélica debe tener claridad de sus objetivos. ¿Mi propio bienestar subjetivo o también una sociedad fundada en la justicia? Debe propiciar el desapego de los bienes finitos, como mercancías, poder, dinero, fama, de modo que favorezca el cultivo de los bienes infinitos: amistad, solidaridad, compasión. Y sobre todo debe cimentarse en el silencio, en la apertura dialogista, orante, a Dios; en la actitud servidora a los otros; en la reverencia devota a la naturaleza.

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