Lecciones del atentado del Mosad en Dubai
ILAN PAPPÉ (foto)
Hay un aspecto del presunto asesinato del jefe de Hamás en Dubai por parte de agentes israelíes que quienes participaron en la operación parecen haber ignorado. Los agentes se disfrazaron de tenistas porque la principal tenista femenina de Israel, Shahar Harel, había sido invitada por Dubai a jugar en un torneo internacional que se celebraba allí. Esta increíble insolencia sobrepasa cuestiones como el uso ilegal de pasaportes extranjeros y el abuso de la hospitalidad de Dubai, un Estado árabe que tiene mucho que perder por el mero hecho de mantener una relación de facto con el Estado judío.
Los asesinos, en cierto modo, formaban parte de la delegación oficial de tenis de Israel. Esta violación del derecho internacional y la hospitalidad no se había producido jamás, ni siquiera durante los peores momentos de la guerra fría entre los bloques soviético y occidental. Las delegaciones deportivas solían incluir agentes y semi-agentes, pero ninguno de ellos se atrevía a asesinar a nadie.
Podemos extraer tres lecciones de esta conexión entre el deporte, el asesinato y las actividades clandestinas. La primera es que el deporte y el Israel oficial están muy unidos, incluso cuando se trata de deportistas individuales. Como ocurría con Suráfrica, cuando el movimiento internacional de solidaridad contra el apartheid boicoteaba a sus equipos y atletas individuales, el incidente de Dubai demuestra que las pretensiones de que la representación deportiva y la política oficial de Israel están separadas no tienen base alguna.
Otra cuestión distinta, desde luego, es si habría que boicotear a Israel o no. Pero para los miembros de la sociedad civil europea que, cada vez en más número, creen que esta es la mejor forma no violenta de progresar, el suceso de Dubai ofrece una nueva prueba de que los representantes deportivos oficiales de Israel en Europa -no, por ejemplo, los futbolistas que juegan individualmente en las ligas europeas- son un blanco legítimo.
La segunda lección es que Israel -por supuesto, siempre que se demuestre su participación, como parece que va a suceder pronto- sigue comportándose con un espíritu orientalista. Es una entidad extranjera en el corazón del mundo árabe, que, pese a su historia de colonización, es una región hospitalaria. A pesar de la larga historia de colonización sionista y política agresiva respecto a los palestinos, muchos regímenes árabes están deseando firmar tratados de paz o crear fuertes lazos económicos con el Estado judío.
Esa historia israelí y sionista hace que dichos regímenes estén perdiendo legitimidad ante grandes sectores de sus sociedades. Seguramente, su voluntad de establecer relaciones tiene también motivos cínicos, pero es, en definitiva, un acuerdo de dejar atrás las guerras y dialogar con el Estado judío que se encuentra en el centro del mundo árabe. Por consiguiente, el Israel oficial debería haber valorado aún más el recibimiento que se le ofrecía. Sin embargo, las actitudes racistas y de superioridad de los israelíes hacia todo lo "árabe" hicieron que el Gobierno y el Mosad creyeran que tenían completa inmunidad y poder absoluto para abusar de la hospitalidad de Dubai y el código deportivo internacional.
Sari Nuessibah, un destacado intelectual palestino que tal vez ha sido el más dispuesto a aceptar el proyecto sionista y las exigencias israelíes, comentó tras la matanza de enero de 2009 en Gaza que su postura había resultado perdedora y que ya no tenía sentido defenderla ni practicarla. La mayoría de los palestinos se dio cuenta de ello hace años, durante el fracaso de los acuerdos de Oslo e incluso antes; ahora parece que el mensaje está claro también para las élites políticas árabes que, por alguna razón, pensaban que estaban llevando a cabo una estrategia razonable respecto a Israel.
La tercera lección es que la reacción de la Europa oficial, hasta ahora, ha sido penosa. Si, por ejemplo, Irán hubiera estado mínimamente relacionado con el asesinato de un diplomático o ministro israelí en algún lugar del mundo, no hay la menor duda de que se habría concedido a Estados Unidos e Israel su casus belli, su justificación para tomar represalias. El mensaje que se ha transmitido es el mismo que se transmitió tras la operación de Gaza en enero de 2009: por lo que respecta a la UE, Israel tiene inmunidad. La historia nos enseña que, cuando se concede inmunidad por una operación pequeña o un asesinato individual, el apetito del autor aumenta. La siguiente acción es mayor e infringe de forma aún más agresiva los códigos éticos y las leyes internacionales.
En 1982, el Ejército israelí violó esos códigos y esas leyes con su primera invasión del Líbano. La comunidad internacional reaccionó con el nombramiento de una comisión investigadora encabezada por el abogado irlandés especializado en derechos humanos Sean McBride. La comisión acusó a Israel de crímenes de guerra, pero Occidente ignoró el dictamen. Esa inmunidad proporcionó a los israelíes la confianza para llevar a cabo su operación contra la primera Intifada en 1987, contra la segunda Intifada en 2000, contra Líbano de nuevo en 2006 y contra Gaza en 2009.
Sea lo que sea lo que planee ahora Israel -un ataque contra Gaza, Líbano, Siria o Irán-, seguirá actuando con la impresión de que Occidente sigue concediéndole una inmunidad incondicional.
Ilan Pappé, historiador israelí, ha sido profesor en las universidades de Haifa y en Exeter.
Hay un aspecto del presunto asesinato del jefe de Hamás en Dubai por parte de agentes israelíes que quienes participaron en la operación parecen haber ignorado. Los agentes se disfrazaron de tenistas porque la principal tenista femenina de Israel, Shahar Harel, había sido invitada por Dubai a jugar en un torneo internacional que se celebraba allí. Esta increíble insolencia sobrepasa cuestiones como el uso ilegal de pasaportes extranjeros y el abuso de la hospitalidad de Dubai, un Estado árabe que tiene mucho que perder por el mero hecho de mantener una relación de facto con el Estado judío.
Los asesinos, en cierto modo, formaban parte de la delegación oficial de tenis de Israel. Esta violación del derecho internacional y la hospitalidad no se había producido jamás, ni siquiera durante los peores momentos de la guerra fría entre los bloques soviético y occidental. Las delegaciones deportivas solían incluir agentes y semi-agentes, pero ninguno de ellos se atrevía a asesinar a nadie.
Podemos extraer tres lecciones de esta conexión entre el deporte, el asesinato y las actividades clandestinas. La primera es que el deporte y el Israel oficial están muy unidos, incluso cuando se trata de deportistas individuales. Como ocurría con Suráfrica, cuando el movimiento internacional de solidaridad contra el apartheid boicoteaba a sus equipos y atletas individuales, el incidente de Dubai demuestra que las pretensiones de que la representación deportiva y la política oficial de Israel están separadas no tienen base alguna.
Otra cuestión distinta, desde luego, es si habría que boicotear a Israel o no. Pero para los miembros de la sociedad civil europea que, cada vez en más número, creen que esta es la mejor forma no violenta de progresar, el suceso de Dubai ofrece una nueva prueba de que los representantes deportivos oficiales de Israel en Europa -no, por ejemplo, los futbolistas que juegan individualmente en las ligas europeas- son un blanco legítimo.
La segunda lección es que Israel -por supuesto, siempre que se demuestre su participación, como parece que va a suceder pronto- sigue comportándose con un espíritu orientalista. Es una entidad extranjera en el corazón del mundo árabe, que, pese a su historia de colonización, es una región hospitalaria. A pesar de la larga historia de colonización sionista y política agresiva respecto a los palestinos, muchos regímenes árabes están deseando firmar tratados de paz o crear fuertes lazos económicos con el Estado judío.
Esa historia israelí y sionista hace que dichos regímenes estén perdiendo legitimidad ante grandes sectores de sus sociedades. Seguramente, su voluntad de establecer relaciones tiene también motivos cínicos, pero es, en definitiva, un acuerdo de dejar atrás las guerras y dialogar con el Estado judío que se encuentra en el centro del mundo árabe. Por consiguiente, el Israel oficial debería haber valorado aún más el recibimiento que se le ofrecía. Sin embargo, las actitudes racistas y de superioridad de los israelíes hacia todo lo "árabe" hicieron que el Gobierno y el Mosad creyeran que tenían completa inmunidad y poder absoluto para abusar de la hospitalidad de Dubai y el código deportivo internacional.
Sari Nuessibah, un destacado intelectual palestino que tal vez ha sido el más dispuesto a aceptar el proyecto sionista y las exigencias israelíes, comentó tras la matanza de enero de 2009 en Gaza que su postura había resultado perdedora y que ya no tenía sentido defenderla ni practicarla. La mayoría de los palestinos se dio cuenta de ello hace años, durante el fracaso de los acuerdos de Oslo e incluso antes; ahora parece que el mensaje está claro también para las élites políticas árabes que, por alguna razón, pensaban que estaban llevando a cabo una estrategia razonable respecto a Israel.
La tercera lección es que la reacción de la Europa oficial, hasta ahora, ha sido penosa. Si, por ejemplo, Irán hubiera estado mínimamente relacionado con el asesinato de un diplomático o ministro israelí en algún lugar del mundo, no hay la menor duda de que se habría concedido a Estados Unidos e Israel su casus belli, su justificación para tomar represalias. El mensaje que se ha transmitido es el mismo que se transmitió tras la operación de Gaza en enero de 2009: por lo que respecta a la UE, Israel tiene inmunidad. La historia nos enseña que, cuando se concede inmunidad por una operación pequeña o un asesinato individual, el apetito del autor aumenta. La siguiente acción es mayor e infringe de forma aún más agresiva los códigos éticos y las leyes internacionales.
En 1982, el Ejército israelí violó esos códigos y esas leyes con su primera invasión del Líbano. La comunidad internacional reaccionó con el nombramiento de una comisión investigadora encabezada por el abogado irlandés especializado en derechos humanos Sean McBride. La comisión acusó a Israel de crímenes de guerra, pero Occidente ignoró el dictamen. Esa inmunidad proporcionó a los israelíes la confianza para llevar a cabo su operación contra la primera Intifada en 1987, contra la segunda Intifada en 2000, contra Líbano de nuevo en 2006 y contra Gaza en 2009.
Sea lo que sea lo que planee ahora Israel -un ataque contra Gaza, Líbano, Siria o Irán-, seguirá actuando con la impresión de que Occidente sigue concediéndole una inmunidad incondicional.
Ilan Pappé, historiador israelí, ha sido profesor en las universidades de Haifa y en Exeter.