La década infame de River
Buenos Aires, Agencias
Lo que dejó esta década -infame- es el negro de las 11 camisetas del lunes en contraste con el blanco de las otras que muestra el archivo del 2001. Es Comizzo ante Vega. Garcé vs. Ferrari. Celso Ayala con Ferrero. Ricky Rojas frente a Cabral. Zapata o JM Díaz. Coudet de espalda a Affranchino. Ledesma o Almeyda. Cambiasso y Pereyra. D'Alessandro contra Rojas. Ortega (el mejor Burrito) mirando de afuera a Funes Mori. Cavenaghi versus Canales. En rigor, es la antítesis del equipo que a los pocos meses daría la vuelta olímpica con una vaselina en La Boca y este otro que ni siquiera salió a jugar en la Bombonera.
El actual escenario es la consecuencia -lógica- de las decisiones que asumió Aguilar apenas llegó a su sillón. ¿Fue el aguilarismo a River lo que el menemismo al país? Hay un hilo conductor en torno a la desinversión, la recesión, los desaciertos y sospechas de corrupción que los une. Aguilar sí tuvo palabra: les respetó el contrato a todos sus entrenadores. Fueron ellos -Pellegrini, Astrada, Merlo, Passarella, Simeone y Gorosito- los que no llegaron al último de los días del vínculo. La primera gran transformación de JM se dio cuando puso a Manuel en el lugar de Ramón. Manuel no tardó en contradecir la apuesta. Ramón desde ahí sólo tendría la posibilidad de dirigir a otro equipo campeón que luego, con dos jugadores menos, eliminaría a River de la Libertadores. Manuel llegaría al club más poderoso de la Tierra. Al ex presidente se lo tragó la tierra.
Pero mucho antes transformó el proyecto de Inferiores. Su primer acto de gobierno fue sacar a Delem en nombre del profesionalismo de Rubén Rossi. La falta de una política de fútbol signó el espiral de equivocaciones de la década. En el Apertura 2003 emigraron Fuertes, Demichelis y D´Alessandro y llegaron Virviescas, Crosa, Vivas y Klein. En el 2005 se sumaron los rústicos Talamonti, Loeschbor, San Martín y Alvarez en lugar de Diogo, Mascherano y Lucho González. Este último constituyó la mejor inversión del aguilarismo en términos de rendimientos económicos y futbolísticos. En la otra vereda está el récord de Cohene Mereles, quien no perdió ningún partido en River (y eso que no jugó), así como los juveniles cuyas piernas fueron rifadas apenas sumaron media hora en 1ª.
Con este bagaje, el club llegó a ganar tres títulos del 2001 al 2003. Y uno desde el Clausura 2004. River fue último por primera vez en su historia, eliminado en dos ocasiones en primera fase de Copa -a ésta ni clasificó-, humillado por un equipo venezolano y pulverizado por sus plusmarcas negativas.
En diez años retrocedió 20. El paroxismo de la crisis se lo da la próxima tabla de promedios. Aún nadie se hizo cargo ("desde que hay excusas no existen los culpables", Daniel Córdoba, filósofo argentino contemporáneo). Los socios pidieron cambios en las urnas. El fútbol aún no los vio. Y Almeyda se sigue tapando con la misma frazada del 96.
Al mando quedó un presidente con buenas intenciones como vocación falocrática del poder: a sus pares les demuestra día a día que la tiene -a la verdad- más grande. Arma un fideicomiso para mutar penas por jerarquía (Carrizo, Lugano, Malevo Ferreyra, D'Alessandro). Astrada tratará de vivir en River para contarla. Nunca pudo administrar riquezas como en su primavera del 2004. Hoy cuenta con varios jugadores que, parece, sólo disponen de la cabeza para sostener orejas. No son los únicos que no entienden por qué usan esta desprestigiada tela roja y blanca.
Lo que dejó esta década -infame- es el negro de las 11 camisetas del lunes en contraste con el blanco de las otras que muestra el archivo del 2001. Es Comizzo ante Vega. Garcé vs. Ferrari. Celso Ayala con Ferrero. Ricky Rojas frente a Cabral. Zapata o JM Díaz. Coudet de espalda a Affranchino. Ledesma o Almeyda. Cambiasso y Pereyra. D'Alessandro contra Rojas. Ortega (el mejor Burrito) mirando de afuera a Funes Mori. Cavenaghi versus Canales. En rigor, es la antítesis del equipo que a los pocos meses daría la vuelta olímpica con una vaselina en La Boca y este otro que ni siquiera salió a jugar en la Bombonera.
El actual escenario es la consecuencia -lógica- de las decisiones que asumió Aguilar apenas llegó a su sillón. ¿Fue el aguilarismo a River lo que el menemismo al país? Hay un hilo conductor en torno a la desinversión, la recesión, los desaciertos y sospechas de corrupción que los une. Aguilar sí tuvo palabra: les respetó el contrato a todos sus entrenadores. Fueron ellos -Pellegrini, Astrada, Merlo, Passarella, Simeone y Gorosito- los que no llegaron al último de los días del vínculo. La primera gran transformación de JM se dio cuando puso a Manuel en el lugar de Ramón. Manuel no tardó en contradecir la apuesta. Ramón desde ahí sólo tendría la posibilidad de dirigir a otro equipo campeón que luego, con dos jugadores menos, eliminaría a River de la Libertadores. Manuel llegaría al club más poderoso de la Tierra. Al ex presidente se lo tragó la tierra.
Pero mucho antes transformó el proyecto de Inferiores. Su primer acto de gobierno fue sacar a Delem en nombre del profesionalismo de Rubén Rossi. La falta de una política de fútbol signó el espiral de equivocaciones de la década. En el Apertura 2003 emigraron Fuertes, Demichelis y D´Alessandro y llegaron Virviescas, Crosa, Vivas y Klein. En el 2005 se sumaron los rústicos Talamonti, Loeschbor, San Martín y Alvarez en lugar de Diogo, Mascherano y Lucho González. Este último constituyó la mejor inversión del aguilarismo en términos de rendimientos económicos y futbolísticos. En la otra vereda está el récord de Cohene Mereles, quien no perdió ningún partido en River (y eso que no jugó), así como los juveniles cuyas piernas fueron rifadas apenas sumaron media hora en 1ª.
Con este bagaje, el club llegó a ganar tres títulos del 2001 al 2003. Y uno desde el Clausura 2004. River fue último por primera vez en su historia, eliminado en dos ocasiones en primera fase de Copa -a ésta ni clasificó-, humillado por un equipo venezolano y pulverizado por sus plusmarcas negativas.
En diez años retrocedió 20. El paroxismo de la crisis se lo da la próxima tabla de promedios. Aún nadie se hizo cargo ("desde que hay excusas no existen los culpables", Daniel Córdoba, filósofo argentino contemporáneo). Los socios pidieron cambios en las urnas. El fútbol aún no los vio. Y Almeyda se sigue tapando con la misma frazada del 96.
Al mando quedó un presidente con buenas intenciones como vocación falocrática del poder: a sus pares les demuestra día a día que la tiene -a la verdad- más grande. Arma un fideicomiso para mutar penas por jerarquía (Carrizo, Lugano, Malevo Ferreyra, D'Alessandro). Astrada tratará de vivir en River para contarla. Nunca pudo administrar riquezas como en su primavera del 2004. Hoy cuenta con varios jugadores que, parece, sólo disponen de la cabeza para sostener orejas. No son los únicos que no entienden por qué usan esta desprestigiada tela roja y blanca.