La crisis alcanza al euro

IGNACIO SOTELO

Hoy viernes llega a Berlín el presidente del Gobierno griego, Yorgos Papandreu. El tema es reducir un endeudamiento del que Grecia ya no puede librarse por sus propias fuerzas. Alemania exige que Grecia asuma las medidas drásticas imprescindibles y que no sea ella la única que pague el estropicio. Que las capas sociales más desfavorecidas sean las que al final corran con los costos provocará fuertes conflictos sociales que no sabemos, según el cariz que tomen, si podrá encauzarlos el Gobierno. Pero de lo que no cabe la menor duda es de que los países más ricos terminarán prestando las ayudas necesarias, conscientes de lo que nos jugamos con el euro.

Papandreu responsabiliza de la situación, en primer lugar, a su país por el grado de corrupción alcanzado, pero también a la Unión por no haber llevado a cabo los controles necesarios. La corrupción ha sido el factor principal de endeudamiento, algo que economistas, y sobre todo sociólogos, hace mucho tiempo que habían señalado, pero que los Gobiernos y los medios de comunicación se han empeñado en ignorar. Cuál hubiera sido la reacción, se pregunta el presidente del Gobierno de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, si hace dos años hubiera manifestado que Grecia tiene un problema serio de corrupción. Todos se le hubieran echado encima, reprochándole que así no se trata a un país miembro de la Unión.

España no es Grecia, porque representa más del 10% del PIB comunitario y Grecia sólo el 2,6%. Pero el déficit presupuestario de España ha llegado al 11,4% y Grecia está en el 12,7%. Y si al endeudamiento público sumamos el de los bancos y el de los particulares, el de España es escalofriante: 2,8 veces el PIB. Ahora bien, ni Gobierno, ni la oposición, ni siquiera los medios, relacionan el altísimo endeudamiento con la corrupción, pese a que desde hace tiempo contamos con estudios que señalan a España como centro europeo del blanqueo de dinero y del narcotráfico.

El crecimiento de los 14 años anteriores a la crisis se ha debido a la construcción, como se ha repetido mil veces, pero sin añadir que blanqueaba buena cantidad de dinero negro, a la vez que contribuía a expandir una corrupción urbanística de la que no conocemos más que la punta del iceberg. Las mafias se han asentado en España y de poco han servido los avisos, porque su primer efecto era traer dinero fresco en grandes cantidades de las que todos nos beneficiábamos, al poder gastar, con un euro fuerte y una tasa de interés muy baja, por encima de nuestras posibilidades. No se asombren de que en Alemania lo que de verdad se teme es que la bomba del endeudamiento estalle en Italia o en España, países en los que, como hoy reconoce Grecia, también están íntimamente ligados a corrupción, crecimiento económico y endeudamiento.

Mucho más discutible es que de lo ocurrido sean también corresponsables las instituciones comunitarias por no haber ejercido los controles debidos. Papandreu sostiene que la oficina europea de estadística hubiera debido supervisar las estadísticas griegas, pero es algo que no está dentro de sus competencias y la propuesta de crear una mayor transparencia en este campo no cuenta con el apoyo suficiente. Cierto que alguna culpa sí tiene la Comisión por haber permitido, en nombre de una flexibilización que abría las puertas al descontrol, que en 2004 Francia y Alemania sobrepasasen el déficit presupuestario del 3% que prescribe el pacto de estabilidad.

El hecho es que las instituciones comunitarias no disponen de instrumentos para controlar la política financiera de los distintos Estados de la zona euro. El euro es una moneda única que integra a economías muy diferentes, sin una política económica, financiera y exterior común. Los economistas, en su mayoría norteamericanos, ya señalaron que en estas condiciones no podía funcionar. Pese a que el éxito de la moneda común es innegable -les va peor a los que se han quedado fuera, como queda patente en Reino Unido-, el que se haya puesto de manifiesto que el euro no es inmune a la crisis exige que se siga adelante en el proceso de integración económica y política para salvar una moneda cuya desaparición sería una catástrofe.

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