Chile es un país estresado
El sismo alteró el ritmo de vida de la población
Carlos Vergara, Corresponsal en Chile
Episodios de irritabilidad extrema, insomnio, crisis de pánico y un constante temor a nuevas réplicas telúricas.
Esos son sólo algunos de los efectos secundarios del implacable sismo de 8,8 grados en la escala de Richter que hace un mes sacudió gran parte de Chile y que provocó 342 muertos, cientos de heridos y 30.000 millones de dólares en daños materiales. El terremoto ha dejado secuelas más solapadas, que alteran el ritmo de vida de la población y causan graves trastornos, pero que recién comienzan a ser detectadas.
¿Qué fue lo que pasó en Chile después de la catástrofe del 27 de febrero? ¿Cómo definirlo? Elianita, una niña de 4 años, comenzó a repetir durante los últimos días que tiene "una rana en la garganta". Pocas veces se ha oído una mejor definición para algo que no encuentra palabras suficientes para ser explicado: una especie de sentimiento de fin del mundo, de miedo perpetuo a algo que nadie sabe qué es ni cuándo llegará; de vulnerabilidad permanente; un llanto sin lágrimas, prolongado y doloroso.
Un estudio realizado por la Sociedad Chilena de Medicina del Sueño (Sochimes) evaluó cómo duermen los chilenos después de la catástrofe. Los resultados son contundentes: desde el 27 de febrero, se duplicó la frecuencia de insomnio en la población, específicamente las tipificadas como "sueño no reparador" y "despertarse varias veces por la noche".
Según la Sochimes, la mitad de los encuestados reconoció síntomas de trastornos del ánimo, angustia y ansiedad. Un 19% reveló haber comenzado a sufrir pesadillas después del sismo, con una frecuencia inusual, varias veces a la semana, particularmente entre los jóvenes. La explicación es sencilla: es la generación que no vivió el último gran terremoto, de 1985, el cual, en términos prácticos, significó para los chilenos lo que la Guerra de Vietnam fue para los norteamericanos.
"Quienes consigan superar esta etapa, seguramente quedarán más fortalecidos para eventos posteriores. Pero aquellos que no se traten serán, evidentemente, más vulnerables", explicó a LA NACION el presidente de la Sochimes, Leonardo Serra.
Los expertos que trabajan en el terreno afirman que el 20% de la población de las zonas afectadas quedará con secuelas psicológicas permanentes. Hay otros factores directos: el cambio en la fisonomía de las ciudades y la cercanía del mar también provocan una abrupta sensación de desolación.
Las soluciones por las cuales han optado los chilenos son tres: no hacer nada, acudir a Dios o automedicarse. De los primeros, el grupo mayoritario (69%), está lleno en las calles de Santiago y en todo Chile. Son los que, incapaces de sobrellevar los embotellamientos propios del mes de marzo, abusan de los bocinazos y de los insultos sin reparo alguno.
"Desde el día del terremoto que nos acostamos todos juntos, mi mujer y mis dos hijos, en la misma cama. No duermo nada, preocupado de que todo esto vuelva a sacudirse, de que les pueda pasar algo a ellos. Al día siguiente, por supuesto, estoy a primera hora en el trabajo, pero ando de mal humor, tomando café todo el día para seguir despierto", comenta Rodrigo, ejecutivo bancario.
Al mismo tiempo, las farmacias se llenan: una quinta parte de la población (19%) se automedica con ansiolíticos, relajantes musculares, antidepresivos, antialérgicos, medicamentos contra la hipertensión o fármacos naturales, mientras que las consultas a psicólogos, psiquiatras y neurólogos subieron casi un 25%.
La Iglesia ha sido otro de los escapes. "Claro, ahora se acuerdan de Dios", dice un ebrio, apostado en las afueras de la parroquia San Alberto Hurtado, de Quilicura, la comuna capitalina más afectada por los cortes de energía eléctrica, los saqueos y la psicosis colectiva.
"Acá, la gente está hipersensible. Apenas reabrimos la parroquia, comenzó a llegar gente que nunca había visto antes. Algunos, con preguntas más de fondo: «¿Dios nos quiere decir algo con esto?». ¿Qué responder a ello? Otros tienen huracanes, sequías, pestes o guerras civiles. Bueno, nosotros tenemos terremotos", dice a LA NACION el sacerdote Jerónimo Walker.
No sólo cambiaron las costumbres, sino también las prioridades. La selección chilena de fútbol, dirigida por el argentino Marcelo Bielsa, suspendió sus encuentros preparatorios para la Copa del Mundo de Sudáfrica y nadie pareció darse cuenta. En tanto, el torneo local de fútbol, histórica válvula de escape social, reformuló su campeonato y aún no se sabe si los equipos del sur del país participarán.
Obligaciones casi religiosas, como el pago de patentes e impuestos, son postergados sin razón y el atraso en el pago de alquileres ya es algo normal, al tiempo que los comercios agotan sus stocks de linternas y radios de pilas de todo el año en pocos días. Ya nadie quiere correr el riesgo de quedarse a oscuras y desinformado ante un hipotético nuevo apagón.
Cines vacíos
Todos temen a los espacios cerrados. Las cadenas de cine contraatacaron con inusuales promociones de entradas a mitad de precio. Sin embargo, los galardones de Vivir al límite , ganadora del Oscar, y los efectos especiales de Avatar han sido insuficientes para convencer al público de volver a una sala completamente cerrada.
El mercado inmobiliario también se reordenó por completo y hoy nadie quiere saber nada de "departamentos con linda vista", antes tan codiciados por los clientes. "Hoy día, es muy difícil alquilar del octavo piso hacia arriba. Por una cuestión psicológica, la gente tiene miedo a las alturas", apunta el dirigente nacional de la Asociación de Corredores de Propiedades de Chile (Coproch), Carlos Carrasco.
Carlos Vergara, Corresponsal en Chile
Episodios de irritabilidad extrema, insomnio, crisis de pánico y un constante temor a nuevas réplicas telúricas.
Esos son sólo algunos de los efectos secundarios del implacable sismo de 8,8 grados en la escala de Richter que hace un mes sacudió gran parte de Chile y que provocó 342 muertos, cientos de heridos y 30.000 millones de dólares en daños materiales. El terremoto ha dejado secuelas más solapadas, que alteran el ritmo de vida de la población y causan graves trastornos, pero que recién comienzan a ser detectadas.
¿Qué fue lo que pasó en Chile después de la catástrofe del 27 de febrero? ¿Cómo definirlo? Elianita, una niña de 4 años, comenzó a repetir durante los últimos días que tiene "una rana en la garganta". Pocas veces se ha oído una mejor definición para algo que no encuentra palabras suficientes para ser explicado: una especie de sentimiento de fin del mundo, de miedo perpetuo a algo que nadie sabe qué es ni cuándo llegará; de vulnerabilidad permanente; un llanto sin lágrimas, prolongado y doloroso.
Un estudio realizado por la Sociedad Chilena de Medicina del Sueño (Sochimes) evaluó cómo duermen los chilenos después de la catástrofe. Los resultados son contundentes: desde el 27 de febrero, se duplicó la frecuencia de insomnio en la población, específicamente las tipificadas como "sueño no reparador" y "despertarse varias veces por la noche".
Según la Sochimes, la mitad de los encuestados reconoció síntomas de trastornos del ánimo, angustia y ansiedad. Un 19% reveló haber comenzado a sufrir pesadillas después del sismo, con una frecuencia inusual, varias veces a la semana, particularmente entre los jóvenes. La explicación es sencilla: es la generación que no vivió el último gran terremoto, de 1985, el cual, en términos prácticos, significó para los chilenos lo que la Guerra de Vietnam fue para los norteamericanos.
"Quienes consigan superar esta etapa, seguramente quedarán más fortalecidos para eventos posteriores. Pero aquellos que no se traten serán, evidentemente, más vulnerables", explicó a LA NACION el presidente de la Sochimes, Leonardo Serra.
Los expertos que trabajan en el terreno afirman que el 20% de la población de las zonas afectadas quedará con secuelas psicológicas permanentes. Hay otros factores directos: el cambio en la fisonomía de las ciudades y la cercanía del mar también provocan una abrupta sensación de desolación.
Las soluciones por las cuales han optado los chilenos son tres: no hacer nada, acudir a Dios o automedicarse. De los primeros, el grupo mayoritario (69%), está lleno en las calles de Santiago y en todo Chile. Son los que, incapaces de sobrellevar los embotellamientos propios del mes de marzo, abusan de los bocinazos y de los insultos sin reparo alguno.
"Desde el día del terremoto que nos acostamos todos juntos, mi mujer y mis dos hijos, en la misma cama. No duermo nada, preocupado de que todo esto vuelva a sacudirse, de que les pueda pasar algo a ellos. Al día siguiente, por supuesto, estoy a primera hora en el trabajo, pero ando de mal humor, tomando café todo el día para seguir despierto", comenta Rodrigo, ejecutivo bancario.
Al mismo tiempo, las farmacias se llenan: una quinta parte de la población (19%) se automedica con ansiolíticos, relajantes musculares, antidepresivos, antialérgicos, medicamentos contra la hipertensión o fármacos naturales, mientras que las consultas a psicólogos, psiquiatras y neurólogos subieron casi un 25%.
La Iglesia ha sido otro de los escapes. "Claro, ahora se acuerdan de Dios", dice un ebrio, apostado en las afueras de la parroquia San Alberto Hurtado, de Quilicura, la comuna capitalina más afectada por los cortes de energía eléctrica, los saqueos y la psicosis colectiva.
"Acá, la gente está hipersensible. Apenas reabrimos la parroquia, comenzó a llegar gente que nunca había visto antes. Algunos, con preguntas más de fondo: «¿Dios nos quiere decir algo con esto?». ¿Qué responder a ello? Otros tienen huracanes, sequías, pestes o guerras civiles. Bueno, nosotros tenemos terremotos", dice a LA NACION el sacerdote Jerónimo Walker.
No sólo cambiaron las costumbres, sino también las prioridades. La selección chilena de fútbol, dirigida por el argentino Marcelo Bielsa, suspendió sus encuentros preparatorios para la Copa del Mundo de Sudáfrica y nadie pareció darse cuenta. En tanto, el torneo local de fútbol, histórica válvula de escape social, reformuló su campeonato y aún no se sabe si los equipos del sur del país participarán.
Obligaciones casi religiosas, como el pago de patentes e impuestos, son postergados sin razón y el atraso en el pago de alquileres ya es algo normal, al tiempo que los comercios agotan sus stocks de linternas y radios de pilas de todo el año en pocos días. Ya nadie quiere correr el riesgo de quedarse a oscuras y desinformado ante un hipotético nuevo apagón.
Cines vacíos
Todos temen a los espacios cerrados. Las cadenas de cine contraatacaron con inusuales promociones de entradas a mitad de precio. Sin embargo, los galardones de Vivir al límite , ganadora del Oscar, y los efectos especiales de Avatar han sido insuficientes para convencer al público de volver a una sala completamente cerrada.
El mercado inmobiliario también se reordenó por completo y hoy nadie quiere saber nada de "departamentos con linda vista", antes tan codiciados por los clientes. "Hoy día, es muy difícil alquilar del octavo piso hacia arriba. Por una cuestión psicológica, la gente tiene miedo a las alturas", apunta el dirigente nacional de la Asociación de Corredores de Propiedades de Chile (Coproch), Carlos Carrasco.