Análisis: Días oscuros en Wilstermann
José Vladimir Nogales
El día a día es algo sustancialmente distinto de la historia, tanto de la antigua como de la reciente. Bolívar venció el sábado en un campo que le ha sido ampliamente redituable en el último par de años, con un equipo y un juego que no registrarán ninguno de los historiadores celestes. El fútbol de gusto -basado en el toque y la triangulación inteligente, capaz de sorprender y crear situaciones bellas, a la par que efectivas- y el complementario escudero que supone el sudor, tan sólo se vivió en Charles y Ovando. Wilstermann, huérfano de la inspiración indisciplinada y aún no encajada del todo en sus recientes fichajes, se batió sobre el fango, mostrándose nítidamente inferior, y terminó derrotado, como era predecible.
Wilstermann perdió más de lo que ganó la versión poco académica de este Bolívar, al que sólo le quedan ciertos rasgos de altivez que camuflan fallos tácticos clamorosos, como el no saber aprovechar la fragilidad de la defensa en las bandas de los rojos para, al menos, intentar darle un puntazo de navaja.
Wilstermann salió desnortado -por sus aflicciones laborales- y apabullado -por dramas tácticos y el negado desbalance de la plantilla-, dejándose vencer en su trabajo por unos intrusos. Con el correr del juego, el suyo se transformó en un caso de impotencia por los costados. Amilcar Sánchez y Andrada (quien fue desinflándose en la medida que el cotejo consumía minutos) ponían tanta voluntad como inoperancia, lo que demandaba de los laterales incorporación contínua al ataque, labor escasamente atentida por Zabala y Vargas, repercutiendo fatalmente en la escuálida faceta productiva, donde básica resulta la necesidad de asociarse coordinadamente para abastecer a los definidores. En consecuencia, Wilstermann daba zarpazos, pero como un viejo león pulgoso rodeado de lobos, porque Bolívar -sin necesidad de asumir la iniciatiava- tenía el juego controlado por su actitud, por su presión y, sobre todo, por su ilusión. Aunque también por la mejor calificación de su personal.
Para trabajar en ofensiva, Wilstermann tiene poco. La mayoría son jugadores livianos, sin excesiva pegada, más de tocar las maracas que de cantar los boleros, y eso le convierte en un equipo muy expuesto, incapaz de cerrarse cuando busca. Como tampoco cuenta con un delantero centro fiable (Raimondi no lo es), su vida se desarrolla entre susto y susto.
El de Villegas es un equipo frágil, estructuralmente descompensado, con un estado de ánimo cambiante: se siente fuerte para atacar empresas comprometidas, pero frágil para remontar situaciones adversas.
Errores
Bolívar -pese a embarcarse en un proceso de reconstitución- era un equipo asequible: extremadamente aseado en el juego, pero blando en la defensa; de ésos que buscan el choque en su afán de replicar, y a los que se puede arrinconar a poco que se añada electricidad al partido. Si no, a base de buscar, encuentra petróleo. Y el gol, tan inesperado como clamoroso, le retrató a la perfección: disparo a cobro de falta (de las muchas e innecesarias que los rojos terminan lamentando), un desvío en la trayectoria que dejó en evidencia a una defensa atornillada y a un arquero amitad de camino, pensando en las comodidades de su nuevo departamento.
Wilstermann -que no encuentra un funcionamiento- se había fundido con el gol, como si el marcador se le hubiera caído encima y le hubiese aplastado. Su problema es constante: le falta elaboración y remate. Los indomables de la campaña estival, Machado y Sanjurjo, son apenas un holograma de aquella época. Ninguno encuentra su sitio y, generalmente, van en sentido contrario a los pases. Trabajan, buscando su lugar, y les luce menos que nunca. Y se desesperan y se pierden.
De poco le valía a Wilstermann el compás de Veizaga y el arrojo de Andrada -que volvía, falto de físico, tras una lesión-, los dos abastecedores permanentes del fútbol. Todo se muere en el área por inanición, por desubicación. Y los jugadores se desesperan. Y el equipo se cae. Ni siquiera empuja con ese carácter al que apelan los inferiores.
Trama causal
¿Falla el sistema o fallan los jugadores? La utilidad de ningún sistema está en discusión, mientras se disponga de los jugadores adecuados. ¿Wilstermann los tiene? Analicemos. Para activarse ofensivamente (sosteniendo un solitario punta), el dispositivo 4-4-1-1 necesita de recursos más comunes y banales para manejar los partidos, tales como la laboriosidad de la segunda línea, la movilidad de los volantes o la llegada de laterales y extremos por las bandas. Si los volantes no se suman al ataque, los puntas quedan irremediablemente solos, abandonados a su suerte. Y si, adicionalmente, los atacantes no detentan la suficiente calidad para aguantar el balón, será muy difícil que los volantes puedan incorporarse al ataque, transmitiendo la sensación de equipo defensivo, al pasarse más tiempo corriendo detrás de la pelota que en posesión de ella, o uno incompetente, por no saber qué uso darle. ¿Tiene, Wilstermann, volantes con manejo y desborde, capaces de sumarse criteriosamente al ataque? ¿Puede, Raimondi, aguantar la pelota para permitir el masivo arribo de los centrocampistas? Ni lo uno ni lo otro. ¿Y Sanjurjo? Sin movilidad, carece de protagonismo, aunque debe resultarle muy difícil tener el balón y verse rodeado por inmoviles pinos de bowling. ¿Cómo esperar, entonces, que exista funcionamiento?
Sin volantes con manejo, capaces de desequilibrar por la banda, asociados o individualmente, es imposible tener juego, consecuentemente utópica resulta la posibilidad de ofrecer suministro a los atacantes. Por esta razón, Wilstermann exhibe una desproporcionada relación entre el tiempo que maneja la pelota y las situaciones que genera. Siendo así, cabe preguntarse por qué el comando técnico se aferra a un dispositivo táctico sin disponer de idóneos intérpretes. Pura convicción (aún errada en su formulación) quizá, si su elección no linda con un desestabilizador capricho.
Sistema
Entendiendo que el módulo 4-4-1-1 es el más adecuado, prudente sería evaluar el perfil del personal alterno (los emergentes) para determinar si existen recursos técnicos para sostenerlo. De no ser así, la sensatez indica que debe buscarse otro dibujo, uno más balanceado, resolutivo, aplicable. Mas, no parece ser ésa la ruta que Wilstermann transitará en los días por venir al señalar su adiestrador que mantendrá el sistema por imperio de la carencia de atacantes. Tal excusa -esencialmente retórica- carece de procedencia. No puede el responsable del reclutamiento de personal quejarse de carencias, en todo caso causadas por su probidad selectiva. Si faltan atacantes calificados, él es el único responsable, tanto como del desbalance observado en la plantilla (compartida por la dirigencia, que dio curso a sus demandas sin hacer objeciones). Sossa estuvo a prueba y el adiestrador dio su visto bueno, de igual modo cabe en su responsabilidad el despilfarro de un cupo extranjero, fichando un defensa (habiendo otros por él solicitados), cuando eran otras las necesidades (volantes con manejo o atacantes). Cierto es que nada tiene que ver con la situación de Emanuel Reynoso (fuera del equipo a estas horas), a quien no recomendó y, quizá, por eso no lo quiere, con la excusa de su lesión.
¿Y los dirigentes? Ocupados en disputas internas, entregaron demasiada libertad a Villegas para el diseño de la plantilla, sin objetar el tipo de fichajes que solicitaba, eso más allá de incurrir en el sempiterno error de traer jugadores contratados, desconociendo su calidad. Mas, lo que preocupa es el monto de la planilla salarial que, dicen, está presupuestado. ¿Tiene el club capacidad de generar mensualmente esa cifra? Suponemos que, en sus cálculos, ese flujo monetario no procede de la impredecible taquilla. Entonces, ¿cuáles son sus fuentes? ¿Serán capaces de asegurar que no se registrarán desestabilizadores conflictos laborales por haberes devengados? ¿Habrán calculado una merma en la taquilla si, por el envión derrotista que trae el equipo, los resultados se oscurecen?
El día a día es algo sustancialmente distinto de la historia, tanto de la antigua como de la reciente. Bolívar venció el sábado en un campo que le ha sido ampliamente redituable en el último par de años, con un equipo y un juego que no registrarán ninguno de los historiadores celestes. El fútbol de gusto -basado en el toque y la triangulación inteligente, capaz de sorprender y crear situaciones bellas, a la par que efectivas- y el complementario escudero que supone el sudor, tan sólo se vivió en Charles y Ovando. Wilstermann, huérfano de la inspiración indisciplinada y aún no encajada del todo en sus recientes fichajes, se batió sobre el fango, mostrándose nítidamente inferior, y terminó derrotado, como era predecible.
Wilstermann perdió más de lo que ganó la versión poco académica de este Bolívar, al que sólo le quedan ciertos rasgos de altivez que camuflan fallos tácticos clamorosos, como el no saber aprovechar la fragilidad de la defensa en las bandas de los rojos para, al menos, intentar darle un puntazo de navaja.
Wilstermann salió desnortado -por sus aflicciones laborales- y apabullado -por dramas tácticos y el negado desbalance de la plantilla-, dejándose vencer en su trabajo por unos intrusos. Con el correr del juego, el suyo se transformó en un caso de impotencia por los costados. Amilcar Sánchez y Andrada (quien fue desinflándose en la medida que el cotejo consumía minutos) ponían tanta voluntad como inoperancia, lo que demandaba de los laterales incorporación contínua al ataque, labor escasamente atentida por Zabala y Vargas, repercutiendo fatalmente en la escuálida faceta productiva, donde básica resulta la necesidad de asociarse coordinadamente para abastecer a los definidores. En consecuencia, Wilstermann daba zarpazos, pero como un viejo león pulgoso rodeado de lobos, porque Bolívar -sin necesidad de asumir la iniciatiava- tenía el juego controlado por su actitud, por su presión y, sobre todo, por su ilusión. Aunque también por la mejor calificación de su personal.
Para trabajar en ofensiva, Wilstermann tiene poco. La mayoría son jugadores livianos, sin excesiva pegada, más de tocar las maracas que de cantar los boleros, y eso le convierte en un equipo muy expuesto, incapaz de cerrarse cuando busca. Como tampoco cuenta con un delantero centro fiable (Raimondi no lo es), su vida se desarrolla entre susto y susto.
El de Villegas es un equipo frágil, estructuralmente descompensado, con un estado de ánimo cambiante: se siente fuerte para atacar empresas comprometidas, pero frágil para remontar situaciones adversas.
Errores
Bolívar -pese a embarcarse en un proceso de reconstitución- era un equipo asequible: extremadamente aseado en el juego, pero blando en la defensa; de ésos que buscan el choque en su afán de replicar, y a los que se puede arrinconar a poco que se añada electricidad al partido. Si no, a base de buscar, encuentra petróleo. Y el gol, tan inesperado como clamoroso, le retrató a la perfección: disparo a cobro de falta (de las muchas e innecesarias que los rojos terminan lamentando), un desvío en la trayectoria que dejó en evidencia a una defensa atornillada y a un arquero amitad de camino, pensando en las comodidades de su nuevo departamento.
Wilstermann -que no encuentra un funcionamiento- se había fundido con el gol, como si el marcador se le hubiera caído encima y le hubiese aplastado. Su problema es constante: le falta elaboración y remate. Los indomables de la campaña estival, Machado y Sanjurjo, son apenas un holograma de aquella época. Ninguno encuentra su sitio y, generalmente, van en sentido contrario a los pases. Trabajan, buscando su lugar, y les luce menos que nunca. Y se desesperan y se pierden.
De poco le valía a Wilstermann el compás de Veizaga y el arrojo de Andrada -que volvía, falto de físico, tras una lesión-, los dos abastecedores permanentes del fútbol. Todo se muere en el área por inanición, por desubicación. Y los jugadores se desesperan. Y el equipo se cae. Ni siquiera empuja con ese carácter al que apelan los inferiores.
Trama causal
¿Falla el sistema o fallan los jugadores? La utilidad de ningún sistema está en discusión, mientras se disponga de los jugadores adecuados. ¿Wilstermann los tiene? Analicemos. Para activarse ofensivamente (sosteniendo un solitario punta), el dispositivo 4-4-1-1 necesita de recursos más comunes y banales para manejar los partidos, tales como la laboriosidad de la segunda línea, la movilidad de los volantes o la llegada de laterales y extremos por las bandas. Si los volantes no se suman al ataque, los puntas quedan irremediablemente solos, abandonados a su suerte. Y si, adicionalmente, los atacantes no detentan la suficiente calidad para aguantar el balón, será muy difícil que los volantes puedan incorporarse al ataque, transmitiendo la sensación de equipo defensivo, al pasarse más tiempo corriendo detrás de la pelota que en posesión de ella, o uno incompetente, por no saber qué uso darle. ¿Tiene, Wilstermann, volantes con manejo y desborde, capaces de sumarse criteriosamente al ataque? ¿Puede, Raimondi, aguantar la pelota para permitir el masivo arribo de los centrocampistas? Ni lo uno ni lo otro. ¿Y Sanjurjo? Sin movilidad, carece de protagonismo, aunque debe resultarle muy difícil tener el balón y verse rodeado por inmoviles pinos de bowling. ¿Cómo esperar, entonces, que exista funcionamiento?
Sin volantes con manejo, capaces de desequilibrar por la banda, asociados o individualmente, es imposible tener juego, consecuentemente utópica resulta la posibilidad de ofrecer suministro a los atacantes. Por esta razón, Wilstermann exhibe una desproporcionada relación entre el tiempo que maneja la pelota y las situaciones que genera. Siendo así, cabe preguntarse por qué el comando técnico se aferra a un dispositivo táctico sin disponer de idóneos intérpretes. Pura convicción (aún errada en su formulación) quizá, si su elección no linda con un desestabilizador capricho.
Sistema
Entendiendo que el módulo 4-4-1-1 es el más adecuado, prudente sería evaluar el perfil del personal alterno (los emergentes) para determinar si existen recursos técnicos para sostenerlo. De no ser así, la sensatez indica que debe buscarse otro dibujo, uno más balanceado, resolutivo, aplicable. Mas, no parece ser ésa la ruta que Wilstermann transitará en los días por venir al señalar su adiestrador que mantendrá el sistema por imperio de la carencia de atacantes. Tal excusa -esencialmente retórica- carece de procedencia. No puede el responsable del reclutamiento de personal quejarse de carencias, en todo caso causadas por su probidad selectiva. Si faltan atacantes calificados, él es el único responsable, tanto como del desbalance observado en la plantilla (compartida por la dirigencia, que dio curso a sus demandas sin hacer objeciones). Sossa estuvo a prueba y el adiestrador dio su visto bueno, de igual modo cabe en su responsabilidad el despilfarro de un cupo extranjero, fichando un defensa (habiendo otros por él solicitados), cuando eran otras las necesidades (volantes con manejo o atacantes). Cierto es que nada tiene que ver con la situación de Emanuel Reynoso (fuera del equipo a estas horas), a quien no recomendó y, quizá, por eso no lo quiere, con la excusa de su lesión.
¿Y los dirigentes? Ocupados en disputas internas, entregaron demasiada libertad a Villegas para el diseño de la plantilla, sin objetar el tipo de fichajes que solicitaba, eso más allá de incurrir en el sempiterno error de traer jugadores contratados, desconociendo su calidad. Mas, lo que preocupa es el monto de la planilla salarial que, dicen, está presupuestado. ¿Tiene el club capacidad de generar mensualmente esa cifra? Suponemos que, en sus cálculos, ese flujo monetario no procede de la impredecible taquilla. Entonces, ¿cuáles son sus fuentes? ¿Serán capaces de asegurar que no se registrarán desestabilizadores conflictos laborales por haberes devengados? ¿Habrán calculado una merma en la taquilla si, por el envión derrotista que trae el equipo, los resultados se oscurecen?