Terremoto / "Un minuto eterno"
En el momento en que comenzó a temblar en Santiago estábamos en la cama, como la mayoría del país. Eran las 3:30 de la mañana del viernes, acabábamos de llegar a casa y nada hacía presagiar que no sería un fin de semana más del final del tranquilo verano Santiaguino.
Llegó de repente, con un remezón fuerte en la cama, como una sacudida o una turbulencia de un avión. Casi instantáneo se siente el rugido de la tierra, un sonido seco y frío, que puede confundirse con un vecino moviendo una mesa bruscamente. Quedas quieto, atento, esperando que pase. Esta vez no pasó...
Comienza el movimiento, la cama aumenta su contoneo, se va pareciendo cada vez más a una travesía en bote. Sientes el ruido en toda la casa. Las botellas chocan, los cuadros caen, las puertas tiemblan, las mesas avanzan. Te levantas, miras a tu alrededor y de repente todo se queda a oscuras. Ahora tu oído se agudiza y se intensifica el sonido de las cosas cayendo. El suelo tiembla a tus pies y tienes que agarrarte a las paredes para no caer. Es coincidente el instinto de los padres de ir a buscar a los hijos. Uno tiende a agruparse y a permanecer juntos, sólo queda esperar.
Los chilenos, que tienen mucha calma y asumido que el suyo es el país más sísmico del mundo, no salen a la calle. Aconsejan aguantar el envite estoicamente bajo el marco de una puerta. Aunque el terremoto en Chile haya sido 50 veces más intenso que el de Haití y los analistas digan que se trata del sexto más grande de la historia. Así lo hicimos, y a nuestro alrededor seguía cayendo todo. Los edificios en Chile en su mayoría aguantan, están diseñados para no colapsar, están construidos para poder cimbrar. Esa elasticidad hace que no caigan, pero también hace que uno sienta que está en una coctelera.
Poco más de un minuto que parecieron horas, sólo esperábamos que todo se hundiera. Te da tiempo a pensar, a imaginar como será. Cuando todo ha terminado llega el silencio, y la casa, si todavía se mantiene en pie parece un campo de batalla. No puedes creerlo. Suenan las alarmas de las casas de alrededor. Salimos a la calle, descalzos, en camisón, aterrados. Todos quieren comunicarse con el resto de la familia. Los padres, los abuelos, los hijos que estaban veraneando... Porque aunque en Chile no sorprende la llegada de un terremoto, nadie está preparado para que el suelo se hunda a tus pies.
Llegó de repente, con un remezón fuerte en la cama, como una sacudida o una turbulencia de un avión. Casi instantáneo se siente el rugido de la tierra, un sonido seco y frío, que puede confundirse con un vecino moviendo una mesa bruscamente. Quedas quieto, atento, esperando que pase. Esta vez no pasó...
Comienza el movimiento, la cama aumenta su contoneo, se va pareciendo cada vez más a una travesía en bote. Sientes el ruido en toda la casa. Las botellas chocan, los cuadros caen, las puertas tiemblan, las mesas avanzan. Te levantas, miras a tu alrededor y de repente todo se queda a oscuras. Ahora tu oído se agudiza y se intensifica el sonido de las cosas cayendo. El suelo tiembla a tus pies y tienes que agarrarte a las paredes para no caer. Es coincidente el instinto de los padres de ir a buscar a los hijos. Uno tiende a agruparse y a permanecer juntos, sólo queda esperar.
Los chilenos, que tienen mucha calma y asumido que el suyo es el país más sísmico del mundo, no salen a la calle. Aconsejan aguantar el envite estoicamente bajo el marco de una puerta. Aunque el terremoto en Chile haya sido 50 veces más intenso que el de Haití y los analistas digan que se trata del sexto más grande de la historia. Así lo hicimos, y a nuestro alrededor seguía cayendo todo. Los edificios en Chile en su mayoría aguantan, están diseñados para no colapsar, están construidos para poder cimbrar. Esa elasticidad hace que no caigan, pero también hace que uno sienta que está en una coctelera.
Poco más de un minuto que parecieron horas, sólo esperábamos que todo se hundiera. Te da tiempo a pensar, a imaginar como será. Cuando todo ha terminado llega el silencio, y la casa, si todavía se mantiene en pie parece un campo de batalla. No puedes creerlo. Suenan las alarmas de las casas de alrededor. Salimos a la calle, descalzos, en camisón, aterrados. Todos quieren comunicarse con el resto de la familia. Los padres, los abuelos, los hijos que estaban veraneando... Porque aunque en Chile no sorprende la llegada de un terremoto, nadie está preparado para que el suelo se hunda a tus pies.