Inquietantes síntomas en Wilstermann
José Vladimir Nogales
Los rojos llegaron el domingo a Quillacollo (al duelo de práctica con San José) afectados por dramas internos. Vacíos, sin ideas. El problema estriba en que esta situación amenaza con transformarse en endémica para el conjunto de Eduardo Villegas. Ocurre que, desde que Wilstermann lograra escaparle a la guadaña del descenso, desapareció la filosofía de la austeridad y la mesura, tanto como el culto a la humildad. Desde entonces, el club se ha puesto metas cada vez más altas. Se ha metido presión él solito sin pararse a pensar que quizá no tenga plantilla para satisfacer los desbocados sueños de una afición espoleada desde la presidencia (“éste año será diferente”, reza el slogan marketinero difundido por el club, en alusión a los padecimientos del pasado curso).
Cabe preguntarse, según lo observado en Quillacollo y su correlato con el desestabilizador brote insurreccional, cuán diferente será el proyecto 2010 que, sugestivamente, exhibe peligrosa analogía con los destructivos acontecimientos de la agónica campaña precedente.
Los problemas entre dirigentes (existe una diáspora), la falta de pago a los jugadores (porcentajes de primas y la concreción de algunas mejoras salariales exigidas) y la ausencia de una política coherente, se transmiten al equipo. Por eso el cuadro no jugó a nada. O sí, cuando se convierte en “Deportivo Sanjurjo” cada vez que el enganche argentino se conecta y le da un poco de electricidad a un Wilstermann ciclotímico, sin ideas, sin espíritu.
Desacomodado como está el equipo, falto de plan o de intérpretes que ejecuten la idea del técnico, a Wilstermann le cuesta llevar la iniciativa, atacar con malicia, rendir al rival. Pequeño como se ha quedado, necesita de recursos más comunes y banales para manejar los partidos, tales como la laboriosidad de la segunda línea, la movilidad de los volantes o la llegada de los laterales por las bandas, especialmente por el ala izquierda, donde las cuencas lucen su sequedad. El equipo se transmuta en un diestro fundamentalista que juega como si no existiese el otro flanco. Pero mientras Villegas insista con su esquema, concentrando excesivo personal en tareas de destrucción, poco importa. El saldo siempre será deficitario. Sobre todo si el inquilino de la derecha (Olivares) resulta tan improductivo como inocuo se muestra Amilcar Sánchez en la orilla opuesta, incapaz de adaptarse a la coyuntura, explorando nuevos territorios.
Nada por la derecha, nada por la izquierda. Wilstermann juega sin orillas y eso lo convierte en un atacante muy previsible. Sobre todo si el rival se defiende con cinco, como planteó San José, que cerró así el grifo. Como quedó dicho, los dos laterales y extremos elegidos por Villegas (Zabala-Sánchez por izquierda y Olivares-Torrico por derecha) son incapaces de combinarse y alcanzar la línea de fondo para centrar. Así que se limitan a esperar, tirar pelotazos para Raimondi o intentar internadas imposibles, en inferioridad numérica. Y tiene que ser una pieza de orfebrería, como pases entre líneas, alguna preciosa diagonal, la que rompa la defensa contraria. Lo que ocurre es que a veces eso no basta si no hay nadie más que se incorpore desde la segunda línea como sucede ahora. Wilstermann desconoce de esas herramientas por la rigidez de su esquema o la errada elección de los intérpretes.
Villegas comprendió, con llamativa demora, la falaz unilateralidad derechista de su equipo (y la infecunda productividad inherente a la falta de oficio del ejecutor): quitó a Olivares (infectado de imprecisión y promotor del desorden) para agregar a Jehanamed Castedo como punta, pero sin acompañar tal decisión con un rediseño del módulo de generación (un medio campo con más juego). La consecuencia, previsible, fue el extravío de los puntas dada la pobreza del suministro y la estructural carencia de volumen en su fútbol.
Con el sistema 3-4-1-2 (y la inclusión de Salaberry como carrilero derecho), Villegas buscó mejorar la dotación técnica, favoreciendo el manejo. Sin embargo, Wilstermann siguió atenazado, falto de movilidad para conjugar las respuestas individuales. Si Salaberry sirve de descarga, aportando poco desborde, el juego se lateraliza en demasía porque él, pasador como es, necesita interlocutores para dialogar, para elaborar con balón controlado. Y como nadie se ofrece, el fútbol se ralentiza, acentúa su rumiante horizontalidad, haciéndose previsible. El uruguayo no contribuyó a mejorar este aspecto, ni el de la verticalidad. Pasó por el partido de puntillas, sin dejar otro detalle que algún centro inocuo.
A esta altura, a días de la puesta en largo de la competencia oficial, el proyecto 2010 de Wilstermann exhibe inquietantes interrogantes. Con un escuálido promedio pesando como una loza, la temporada amenaza con montarse, peligrosamente, en un tobogán similar al del calamitoso 2009. Luego de un ilusionante torneo estival (que sedujo por los resultados antes que por el nivel de las exposiciones), saltaron a la luz muchas incoherencias. La primera, y más nítida, tiene que ver con la política de fichajes. ¿No supone mayúsculo riesgo que los jugadores foráneos lleguen directamente contratados, sin previa evaluación en campo? Esta grosería no es privativa de la actual administración, ocurrió antes (con López y Pereira) con irremediables daños. El más costoso (por su gravitación futbolística más que por su consecuencia monetaria) fue el caso 2009, que dejó al equipo desvalijado y sin personal calificado para afrontar la amenaza del descenso.
Buena parte de los actuales refuerzos llegaron por recomendación (o exigencia) del técnico Villegas, alegando que es gente que conoce y que sirve para su proyecto. ¿Cuál es ése proyecto? Obviamente, eludir el descenso y reposicionar a los rojos en la zona noble de la clasificación. ¿Y cuál es la idea futbolística para que tal proyecto se plasme? Villegas es un técnico de perfil conservador, que privilegia la seguridad ante todo, minimizando los riesgos. De ahí que el sistema 4-4-1-1 tenga un corte esencialmente defensivo (nótese que, a falta de Andrada, en la línea de cuatro volantes coexisten tres hombres de marca) y que colectivamente a Wilstermann le cueste asumir una inciativa productiva cuando la coyuntura impone un rol protagónico. De no ser así, ¿por qué, con la libertad que tuvo para elegir, no fichó gente que sustente técnicamente el sistema elegido? Es decir, ¿por qué no buscó volantes con manejo y desborde por las bandas si la idea era sostener a Raimondi como solitario punta? De la forma en que juega, el lungo punta uruguayo es el más sacrificado. No constituye referencia de área al ser involucrado en eslabones intermedios de la cadena productiva, cuando su función está en el último, el de la definición, con el área como hábitat. Buscando balones a los costados, pierde gravitación, mucho más si nadie ocupa los espacios que abandona en el centro. ¿Villegas eligió el sistema 4-4-1-1 convencido que es el más adecuado para explotar las características de sus jugadores o decidió que ése es el esquema adecuado y los jugadores deben adaptarse a él? Si está convencido que el 4-4-1-1 es lo más conveniente, ¿por qué trajo tanto defensa (Miltao, Candia, Melgar, Ortiz) si, presuntamente, su idea difiere del defensivismo a ultranza? Por ahora, son preguntas sin respuesta.
El reciente motín develó que la actividad gremial ante la incoherente gestión del club (incumplimiento en la efectivización de pagos por concepto de premios, primas y ajustes salariales) será un incordio. Y ese incordio podría remitirnos a un depresivo escenario como el de 2009, cuando se marcharon los extranjeros y el equipo quedó desvalijado, hundido en la mediocridad, casi descendido.
Los rojos llegaron el domingo a Quillacollo (al duelo de práctica con San José) afectados por dramas internos. Vacíos, sin ideas. El problema estriba en que esta situación amenaza con transformarse en endémica para el conjunto de Eduardo Villegas. Ocurre que, desde que Wilstermann lograra escaparle a la guadaña del descenso, desapareció la filosofía de la austeridad y la mesura, tanto como el culto a la humildad. Desde entonces, el club se ha puesto metas cada vez más altas. Se ha metido presión él solito sin pararse a pensar que quizá no tenga plantilla para satisfacer los desbocados sueños de una afición espoleada desde la presidencia (“éste año será diferente”, reza el slogan marketinero difundido por el club, en alusión a los padecimientos del pasado curso).
Cabe preguntarse, según lo observado en Quillacollo y su correlato con el desestabilizador brote insurreccional, cuán diferente será el proyecto 2010 que, sugestivamente, exhibe peligrosa analogía con los destructivos acontecimientos de la agónica campaña precedente.
Los problemas entre dirigentes (existe una diáspora), la falta de pago a los jugadores (porcentajes de primas y la concreción de algunas mejoras salariales exigidas) y la ausencia de una política coherente, se transmiten al equipo. Por eso el cuadro no jugó a nada. O sí, cuando se convierte en “Deportivo Sanjurjo” cada vez que el enganche argentino se conecta y le da un poco de electricidad a un Wilstermann ciclotímico, sin ideas, sin espíritu.
Desacomodado como está el equipo, falto de plan o de intérpretes que ejecuten la idea del técnico, a Wilstermann le cuesta llevar la iniciativa, atacar con malicia, rendir al rival. Pequeño como se ha quedado, necesita de recursos más comunes y banales para manejar los partidos, tales como la laboriosidad de la segunda línea, la movilidad de los volantes o la llegada de los laterales por las bandas, especialmente por el ala izquierda, donde las cuencas lucen su sequedad. El equipo se transmuta en un diestro fundamentalista que juega como si no existiese el otro flanco. Pero mientras Villegas insista con su esquema, concentrando excesivo personal en tareas de destrucción, poco importa. El saldo siempre será deficitario. Sobre todo si el inquilino de la derecha (Olivares) resulta tan improductivo como inocuo se muestra Amilcar Sánchez en la orilla opuesta, incapaz de adaptarse a la coyuntura, explorando nuevos territorios.
Nada por la derecha, nada por la izquierda. Wilstermann juega sin orillas y eso lo convierte en un atacante muy previsible. Sobre todo si el rival se defiende con cinco, como planteó San José, que cerró así el grifo. Como quedó dicho, los dos laterales y extremos elegidos por Villegas (Zabala-Sánchez por izquierda y Olivares-Torrico por derecha) son incapaces de combinarse y alcanzar la línea de fondo para centrar. Así que se limitan a esperar, tirar pelotazos para Raimondi o intentar internadas imposibles, en inferioridad numérica. Y tiene que ser una pieza de orfebrería, como pases entre líneas, alguna preciosa diagonal, la que rompa la defensa contraria. Lo que ocurre es que a veces eso no basta si no hay nadie más que se incorpore desde la segunda línea como sucede ahora. Wilstermann desconoce de esas herramientas por la rigidez de su esquema o la errada elección de los intérpretes.
Villegas comprendió, con llamativa demora, la falaz unilateralidad derechista de su equipo (y la infecunda productividad inherente a la falta de oficio del ejecutor): quitó a Olivares (infectado de imprecisión y promotor del desorden) para agregar a Jehanamed Castedo como punta, pero sin acompañar tal decisión con un rediseño del módulo de generación (un medio campo con más juego). La consecuencia, previsible, fue el extravío de los puntas dada la pobreza del suministro y la estructural carencia de volumen en su fútbol.
Con el sistema 3-4-1-2 (y la inclusión de Salaberry como carrilero derecho), Villegas buscó mejorar la dotación técnica, favoreciendo el manejo. Sin embargo, Wilstermann siguió atenazado, falto de movilidad para conjugar las respuestas individuales. Si Salaberry sirve de descarga, aportando poco desborde, el juego se lateraliza en demasía porque él, pasador como es, necesita interlocutores para dialogar, para elaborar con balón controlado. Y como nadie se ofrece, el fútbol se ralentiza, acentúa su rumiante horizontalidad, haciéndose previsible. El uruguayo no contribuyó a mejorar este aspecto, ni el de la verticalidad. Pasó por el partido de puntillas, sin dejar otro detalle que algún centro inocuo.
A esta altura, a días de la puesta en largo de la competencia oficial, el proyecto 2010 de Wilstermann exhibe inquietantes interrogantes. Con un escuálido promedio pesando como una loza, la temporada amenaza con montarse, peligrosamente, en un tobogán similar al del calamitoso 2009. Luego de un ilusionante torneo estival (que sedujo por los resultados antes que por el nivel de las exposiciones), saltaron a la luz muchas incoherencias. La primera, y más nítida, tiene que ver con la política de fichajes. ¿No supone mayúsculo riesgo que los jugadores foráneos lleguen directamente contratados, sin previa evaluación en campo? Esta grosería no es privativa de la actual administración, ocurrió antes (con López y Pereira) con irremediables daños. El más costoso (por su gravitación futbolística más que por su consecuencia monetaria) fue el caso 2009, que dejó al equipo desvalijado y sin personal calificado para afrontar la amenaza del descenso.
Buena parte de los actuales refuerzos llegaron por recomendación (o exigencia) del técnico Villegas, alegando que es gente que conoce y que sirve para su proyecto. ¿Cuál es ése proyecto? Obviamente, eludir el descenso y reposicionar a los rojos en la zona noble de la clasificación. ¿Y cuál es la idea futbolística para que tal proyecto se plasme? Villegas es un técnico de perfil conservador, que privilegia la seguridad ante todo, minimizando los riesgos. De ahí que el sistema 4-4-1-1 tenga un corte esencialmente defensivo (nótese que, a falta de Andrada, en la línea de cuatro volantes coexisten tres hombres de marca) y que colectivamente a Wilstermann le cueste asumir una inciativa productiva cuando la coyuntura impone un rol protagónico. De no ser así, ¿por qué, con la libertad que tuvo para elegir, no fichó gente que sustente técnicamente el sistema elegido? Es decir, ¿por qué no buscó volantes con manejo y desborde por las bandas si la idea era sostener a Raimondi como solitario punta? De la forma en que juega, el lungo punta uruguayo es el más sacrificado. No constituye referencia de área al ser involucrado en eslabones intermedios de la cadena productiva, cuando su función está en el último, el de la definición, con el área como hábitat. Buscando balones a los costados, pierde gravitación, mucho más si nadie ocupa los espacios que abandona en el centro. ¿Villegas eligió el sistema 4-4-1-1 convencido que es el más adecuado para explotar las características de sus jugadores o decidió que ése es el esquema adecuado y los jugadores deben adaptarse a él? Si está convencido que el 4-4-1-1 es lo más conveniente, ¿por qué trajo tanto defensa (Miltao, Candia, Melgar, Ortiz) si, presuntamente, su idea difiere del defensivismo a ultranza? Por ahora, son preguntas sin respuesta.
El reciente motín develó que la actividad gremial ante la incoherente gestión del club (incumplimiento en la efectivización de pagos por concepto de premios, primas y ajustes salariales) será un incordio. Y ese incordio podría remitirnos a un depresivo escenario como el de 2009, cuando se marcharon los extranjeros y el equipo quedó desvalijado, hundido en la mediocridad, casi descendido.