¿Cómo educar en tiempos de inteligencia artificial?

Todos parecen concordar en que esas las tecnologías transformarán nuestras vidas, y lo que se debate es acerca de la velocidad del cambio y cómo evitar costos sociales negativos

Infobae

¿Hay una manera correcta de educar? La pregunta la hicieron los griegos hace más de dos milenios y medio y todavía no tenemos una sola respuesta, aunque al menos en lo que llamamos Occidente, desde entonces, cada generación y cultura han tratado de encontrarla, lo que no ha sido fácil, ya que incluso los propios griegos no se decantaron por una fórmula, desde el momento que sus ciudades-Estado nos legaron al menos dos caminos, Atenas y Esparta.


Desde hace algún tiempo se discutía cuán cerca estábamos de la inteligencia artificial (IA), pero el año pasado irrumpió no solo como algo cercano, sino también como parte de nuestras vidas cotidianas, por lo que, repentinamente, la respuesta que se empieza a buscar tiene la urgencia de coincidir con un cambio de enormes proporciones. No es la primera vez, ya que, en la Revolución Industrial, con tecnologías como el vapor, los seres humanos pudieron multiplicar el poder de sus músculos, pero ahora, se nos dice que estamos en los albores de una evolución mucho más potente, la amplificación del poder de los cerebros.

Todos parecen concordar en que esas nuevas tecnologías transformarán nuestras vidas, y lo que se debate es acerca de la velocidad del cambio y cómo evitar costos sociales negativos. Los optimistas nos aseguran que en la suma histórica no hay nada en el pasado, que nos permita afirmar que existirán menos empleos como consecuencia de estos avances, ya que junto con aquellos que se destruyen aparecen los nuevos que se crean, tal como ocurrió con la internet. Sin embargo, los pesimistas contraargumentan que la revolución de la inteligencia artificial es distinta a las anteriores, ya que el cambio será tan rápido y en tantos sectores, que esta vez la desaparición de empleos superará a la capacidad de la sociedad para crear nuevos.

El debate no es nuevo, y en años anteriores he publicado libros sobre este tema (1). La verdad es que cada vez que han existido revoluciones tecnológicas han aparecido debates semejantes, ya que las nuevas tecnologías irrumpen con la promesa de generar un mundo más diverso y con grados más altos de libertad personal, aunque ahora se nos dice que los controladores del sistema podrían tener en sus manos un grado de poder inédito y una información sin precedentes, acerca de cualquier persona en el mundo entero, con un agregado, que en las revoluciones tecnológicas la contrarrevolución no existe, a diferencia de lo que siempre se da en las revoluciones sociales.

El tema parece estar en todas partes, con preguntas para las cuales no tenemos todavía respuestas adecuadas. La primera es cómo se adapta el empleo y la rapidez con las que se modifican las competencias necesitadas por quienes se incorporan al mundo laboral. La segunda es una pregunta política en el mejor sentido de la palabra, cómo se regula la inteligencia artificial sin que al mismo tiempo se perjudique la innovación.

Por otro lado, las noticias son incesantes. Así, en EEUU a fines de agosto la primera dama presentó una iniciativa que busca introducirla desde edades tan tempranas como los cuatro años, además de la responsabilidad que se les pide a los padres en relación con sus hijos. En esos mismos días, su esposo invitaba a la Casa Blanca a algunos de los principales magnates de la inteligencia artificial (IA), incluyendo a aquellos cuyas empresas lo censuraron en su primer periodo, afrenta que parece olvidada en esta verdadera alianza que se ha establecido entre ellos, ya que lo que está detrás es demasiado importante, desde el momento que en este campo se decidirá la lucha entre China y EEUU acerca de cuál predominará como la gran superpotencia del mundo, batalla de la cual figuran como solo incidentes los aranceles, las limitaciones mutuas a la venta de chips avanzados y la disponibilidad de tierras raras. De hecho, paralelamente, de IA también habló Xi Jinping al recibir en China a importantes líderes como Putin y Modi de la India.

En el campo de la
En el campo de la IA también se decidirá la lucha entre China y EEUU acerca de cuál predominará como la gran superpotencia del mundo (REUTERS/Florence Lo)

Las preguntas no se detienen allí, y una trascendente es si corresponde hablar de “inteligencia” y para lo que está teniendo lugar, quizás debiéramos usar otro término o desarrollar un concepto más adecuado, que refleje la diferencia entre máquinas y seres humanos. De hecho, en los albores de la masificación de la computación, también se usó el término “inteligencia artificial” para que después fuera abandonado (2). En otras palabras, la invitación es a preguntarnos si puede pensar una máquina o tenemos que usar un término o concepto distinto.

De lo que no hay duda, es que vivimos un verdadero cambio cultural, de aquellos que definen a toda una época, cambios históricos que prefiero llamar de “historia larga”, para diferenciarlo de un simple suceso noticioso, la “historia corta”. Lo digo para entender mejor lo que está pasando, ya que, si debiéramos buscar denominadores comunes para diferenciar épocas históricas, probablemente diríamos que en Occidente los factores teológicos definieron a la Edad Media de la Europa cristiana, los factores jurídicos a la Roma antigua y los cánones estéticos a la Grecia clásica, pero hoy es el rol de la ciencia y de la tecnología lo que define a nuestra cultura.

El problema que confrontamos es que, aunque ya lleva algún tiempo este rol de la ciencia y la tecnología, no hay ninguna evidencia que la educación se esté adaptando con la velocidad requerida. Al respecto, no creo que la solución pase por enseñar más de lo mismo, sino por recobrar la visión de conjunto en el proceso educativo, esta vez con un enfoque crítico.

De hecho, los sistemas educativos tampoco se adaptaron del todo al cambio promovido por la computación, el internet y la sociedad digital. Aun antes, a principios del siglo XX la historia intelectual trajo consigo una novedad, la especialización, promovida esencialmente desde el sistema universitario. Con anterioridad, hasta fines del siglo XVIII se buscaba el conocimiento general, no el particular, y la filosofía estaba íntimamente ligada a la ciencia.

De hecho, la aparición de la computación y del teléfono inteligente quebraron el rol que había adquirido el profesor, equivalente al del Consejo de Ancianos de la sociedad primitiva, es decir, el de guardián del conocimiento, ya que era el anciano el que acumulaba conocimientos cual archivo, lo que fue traspasado al profesor en el aula. Sin embargo, ya a partir de la segunda mitad del siglo XX, los acumuladores más informados de conocimientos habían dejado de ser humanos, quienes cedieron su lugar a seres electrónicos.

Que la acumulación de conocimientos pudiera ser mecánica y externa al homo sapiens ya fue un cambio cultural, aunque no fuera así percibido inmediatamente. Estoy convencido de que eso fue un hecho relevante para la llamada IA, en el sentido de que el futuro de la educación podría encontrarse en el pasado, ya que al menos a mí me muestra una tendencia, la pérdida de importancia de los especialistas y el renacimiento de los generalistas, es decir, que la educación debe preparar personas cultas, y no solo aquellos que repiten las 10 líneas que sobre un tema han leído en su celular, proporcionándoles la falsa idea de “saber” y conocer, ya que todos estamos conscientes del enorme daño que causa la mezcla de arrogancia e ignorancia, mostrada por aquellos muchos que opinan sin saber.

Por ello, que tengamos más preguntas que respuestas no es malo, por lo que debe continuar el debate sobre si el teléfono inteligente debe ser desterrado de las aulas, y no repetir lo que ocurriera hace solo unas décadas, cuando no se continuó discutiendo si tenía importancia que las calculadoras de bolsillo reemplazaran en las aulas a la educación matemática basada en las operaciones básicas, sin embargo, esta desapareció de muchos lugares antes que se respondiera cuán bueno o malo era lo que estaba ocurriendo.

No hay ninguna evidencia que
No hay ninguna evidencia que la educación se esté adaptando con la velocidad requerida (Imagen Ilustrativa Infobae)

La pregunta hoy, desde el nivel básico al universitario, es si sirve preparar personas más especializadas cuando la información está disponible, y desde hace tiempo, al alcance de nuestros dedos o, por el contrario, debiéramos en vez de etapas cada vez más arbitrarias, buscar o intentar entender el mundo en que vivimos. Por lo mismo, es probable que haya más consenso en que sea más provechoso invertir más en el nivel básico que el universitario, ya que las diferencias de oportunidades realmente se marcarán al inicio de la formación más que al final de esta.

Son demasiadas las preguntas importantes para las que no tenemos respuesta. Por ejemplo, ¿Qué mecanismos son aquellos que nos hacen pensar? Si una máquina nos dice que está pensando, ¿le vamos a creer o no? Hay tantas cosas acerca de las cuales no tenemos suficiente seguridad de que poseemos la respuesta, partiendo por ¿Qué es la inteligencia? Las respuestas que tenemos siguen siendo tentativas, ya que lo que hacemos es medirla más que entenderla, a veces aparece incluso como una versión acomodaticia que se encontró en el siglo XX para reemplazar a la craneometría del siglo XIX.

A veces la inteligencia aparece como espejo invertido de la habilidad, y nos encontramos así con distintos tipos de inteligencia, verbal, matemática, espacial, pero también se encuentra en la música y en el cuerpo, cuando uno piensa en los deportistas de élite, que también utilizan procesos de razonamiento para sus desplazamientos. Más aún, muchas veces es difícil separar a la inteligencia de sus raíces culturales, además de que distintos tipos de inteligencia han sido valorados de manera diferente a través de la historia.

Con el tiempo ocurre algo semejante, un reloj puede medirlo, pero no nos acerca a una definición precisa, carencia que puede extenderse también a la información, ya que sabemos cómo manipularla y procesarla, pero no sabemos cuál es la diferencia precisa entre ella y el conocimiento, como tampoco qué la separa del simple dato.

Y ahora a las sociedades les corresponde enfrentar los desafíos que trae consigo la IA. El primero es lograr que el aprendizaje (lo nuevo) supere al entrenamiento (lo conocido). Un segundo es que la educación vaya más allá de la mera instrucción para proponerse formar buenos ciudadanos, siendo el tercer desafío, replantearnos qué es lo básico, qué es lo fundamental, ¿lo es una base mínima de conocimientos o ciertos valores fundamentales?

En otras palabras, cómo se educa mejor, si enseñando de todo o enseñando lo más importante, lo que a su vez está vinculado a cómo se compatibiliza la cultura visual con lo que aportan los libros, en el sentido de una alfabetización diferente que integre dos mundos que hoy parecen ir por caminos opuestos y alternativos. Por un lado, pantallas que proporcionan información en forma permanente durante toda la vida, pero unido a lo que Humberto Eco ha explicado en su defensa del libro (“Nadie acabará con los libros”, con Jean-Claude Carrière, 2010), que es insustituible para entender y dar sentido en una sociedad sobresaturada de datos, que además tiene la sensación creciente de que se está desinformando en vez de culturizarse. El error, lo que no ha funcionado hasta el momento es que no debe hacerse en días alternados, sino en simultáneo.

Al aparecer la IA, un cuarto desafío para la educación es cómo enseñar a procesar y manejar la información, no a acumularla. La razón es que ningún sistema educativo puede transmitir aun en toda una vida, lo acumulado en tan solo una especialidad, por lo que el verdadero objetivo del sistema es enseñar a entender, a explicar, a comprender, por lo que más que imponer verdades únicas, en la época de la llamada IA, siguen siendo seres humanos concretos, de carne y hueso, los que deben aprender a valorar y jerarquizar la información recibida.

No es tarea sencilla, ya que solo recientemente nos hemos preguntado cuánto saben los seres humanos al nacer, para así poder realmente entender cuánto le podemos enseñar y cómo se puede instruir en un sistema de educación formal, sin que se castre esa maravillosa aptitud para absorber información como una esponja que se tiene en los primeros años, ya que difícilmente en la vida adulta en un lapso similar, se volverá a aprender tanto como lo logrado en los primeros años.

Más aún, toda reorientación del proceso educacional necesita avanzar aún más en un mejor conocimiento del cerebro, en la distinción entre el hemisferio derecho y el izquierdo, entre las habilidades racionales y la imaginación e intuición, y a falta de ello, seguimos hablando en términos de etapas, de preescolar a superior, lo que parece ser aún más arbitrario en el contexto de las potencialidades que trae consigo la IA, sobre todo, en la necesidad de que la educación recupere el rol de formadora que tuvo durante tantos siglos en vez del de capacitadora laboral que es mucho más reciente.

En otras palabras, para formar adecuadamente a los estudiantes del siglo XXI, todo currículo debiera proporcionar unidad, saltarse las barreras artificiales de la especialización disciplinaria, enseñando a motivarse, a buscar los porqués más que los cómo. Solo en esta unidad veo la posibilidad de que mucha gente deje de sentirse sobrepasada por la complejidad de la vida que les ha tocado vivir, y esa sensación de crisis permanente que agobia a demasiadas personas que no son capaces de darle coherencia a la información que han recibido, por lo que un quinto y último desafío es lograr una capacidad mínima de generalización, para poder darle coherencia a la multiplicidad de información que se ha recibido.

Por todo ello, con relación a la pregunta de los griegos creo que toda política educacional debe tener dos pilares, el primero es la diversidad, abandonando toda rigidez, y el segundo, es que el sistema educativo debe educar, no necesariamente acreditar profesionalmente, lo que obliga a replantearse la idea de universidad que ha predominado durante tanto tiempo, ya que la profesión en época de IA pasa a ser una opción y no una obligación.

Lo que se vive es parte de un proceso imposible de detener, redes que se convierten en autopistas, respecto de las cuales la educación no puede bajarse o salirse, ya que son el mínimo necesario para vivir, trabajar y prosperar. Tenemos la obligación de mirar el futuro con optimismo. Hemos logrado avances enormes desde la última glaciación, doce a quince mil años que constituyen el registro civilizador de nuestra especie, y nuestra generación vive más segura y protegida que ninguna otra en el pasado, debido a lo cual no debiéramos dejarnos avasallar por la sensación falsa de crisis inmanejable.

Una doctora utiliza inteligencia artificial
Una doctora utiliza inteligencia artificial para realizar un diagnóstico médico (Imagen Ilustrativa Infobae)

¿Qué falta?

Entender que vivir, trabajar o prosperar no es ni puede ser la única meta de la educación, ya que hay un campo vital para el ser humano donde la tecnología es de secundaria importancia, la actitud crítica, es decir, lo que permite el avance y el descubrimiento de nuevas ideas, lo que no debe ser visto como una chispa repentina sino como una actitud, una forma de ser, que debe ser fomentada y pulida por el sistema educacional.

Desafortunadamente, hoy a la ciencia se la percibe como distante, por lo que no debemos perder de vista a las personas, respecto de las cuales, Reuven Feuerstein enseñó que “nada es más estable en el ser humano que su capacidad de cambiar”, y si el ser humano es modificado y se auto modifica constante y regularmente, ¿Por qué entonces no debiera hacerlo ahora? Al respecto, la pregunta para el sistema de educación formal es si va a colaborar o a dificultar ese cambio, por lo que el nuevo paradigma debiera ser enseñar a cambiar la inteligencia, siendo un postulado básico que, si la inteligencia es modificable, debiera ser un derecho, por lo que también inteligente es aquella persona que tiene capacidad de cambio al interior de un sistema educacional que debe ser un sistema continuo y abierto de aprendizaje.

Para mejor educar, un campo fértil sería tener una actitud crítica frente al modelo vigente de ciencia, a través de una pregunta, si el cambio ha sido tan rápido y en tantos sectores, ¿Por qué entonces no debiera afectar también a esa actividad conocida como ciencia? Es decir, ¿es que aquí no estamos también en presencia de un cambio de paradigma?

La ciencia no es la única forma de conocer, es -sin embargo- la única que define a la ignorancia como su gran enemiga, desde el momento que interesa más lo que no se sabe que aquello que se sabe. No es solo una actividad competitiva e internacional, sino también una que obliga a cambiar de opinión si se descubren nuevos hechos que modifican el consenso anterior.

Sin embargo, su principal enemigo es interno, y se hace ver cuando la hiperespecialización impide la visión global, cuando se impone la equivocada visión de que el todo se explica por el estudio aislado de las partes. En momentos que irrumpe la inteligencia artificial, la pregunta de la educación debe ser si el modelo vigente de ciencia es capaz de explicar en forma coherente y no fragmentada al mundo que nos ha tocado vivir.

1) En 1982 publiqué mi primer libro “Un Mundo Cercano: el impacto político y económico de las nuevas tecnologías”, fundamentalmente, lo relacionado con la computación y el internet que en esos días se abrían camino (Santiago, Instituto de Ciencia Política, Universidad de Chile, 189 pp). La velocidad de los cambios fue tal que no hubo segunda edición, dada la rapidez con la que llegó lo que se esperaba para un futuro más distante.

El segundo libro se tituló “Educación, Ciencia y Tecnología. Reflexiones de Fin de milenio” (Santiago, Lom Ediciones. 1998, 139 pp.), colección de ensayos.

2) En el libro de 1982 hay un capítulo dedicado al tema (“Inteligencia Artificial”), donde se concluye que “La máquina pensante, con un nivel de inteligencia similar o superior al ser humano, sigue perteneciendo al terreno del laboratorio. No existe evidencia que contemos con ella” (p.70) 

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