El fin de los tratados nucleares revive temores de una posible guerra atómica entre Estados Unidos y Rusia
Expertos advierten que el deterioro de la cooperación entre las dos potencias eleva los riesgos en un escenario global cada vez más peligroso
Ese pacto fue abandonado en 2019, cuando Washington decidió retirarse. Y este martes, Moscú confirmó el fin de las restricciones autoimpuestas relacionadas con ese acuerdo. Solo queda en pie un último tratado bilateral entre ambas potencias: el Nuevo START, cuyo futuro es incierto y que, en cualquier caso, expirará en febrero de 2026.
Aunque la disolución de estos acuerdos no implica necesariamente un conflicto, “ciertamente no la hace menos probable”, advirtió Alexander Bollfrass, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
Ambos países continúan siendo parte de tratados multilaterales de no proliferación, pero el progresivo deterioro de sus vínculos y el desmantelamiento del marco regulatorio han encendido las alarmas.
Desde Hiroshima, donde este miércoles se conmemoran 80 años del bombardeo atómico, los sobrevivientes manifestaron su decepción por el respaldo cada vez mayor de los líderes globales a las armas nucleares como herramienta de disuasión.
Una historia de tratados firmados y abandonados
El arsenal nuclear mundial ha disminuido significativamente desde los años 80. En 1986, la Unión Soviética poseía más de 40.000 ojivas nucleares, mientras que Estados Unidos tenía más de 20.000, según datos de la Federación de Científicos Estadounidenses.
Gracias a diversos tratados, esos números se redujeron. En marzo de 2025, la federación estimó que Rusia cuenta con 5.459 ojivas nucleares (entre desplegadas y almacenadas) y Estados Unidos con 5.177, lo que representa cerca del 87% del total global.
La cooperación en materia de control nuclear tuvo su punto de partida en 1972 con el tratado SALT I, que puso límites a la cantidad de misiles, bombarderos y submarinos con capacidad nuclear. Ese mismo año también se firmó el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM), que restringía los sistemas defensivos para interceptar ataques.
Años después, en 1987, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firmaron el INF, que prohibía misiles con un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros.
Estados Unidos se retiró de ese pacto durante el primer mandato de Donald Trump, alegando violaciones por parte de Rusia —que el Kremlin negó— y una desventaja estratégica frente a China e Irán, países no firmantes pero con cientos de misiles de ese tipo, según Washington.
En un primer momento, Moscú aseguró que mantendría su compromiso con el acuerdo, pero esta semana revirtió esa postura. De hecho, ya en noviembre había probado un nuevo misil hipersónico de alcance intermedio —el Oreshnik— en Ucrania. El presidente Vladímir Putin aseguró que ese armamento será desplegado en Bielorrusia antes de fin de año.
Otras iniciativas tampoco prosperaron. El START I de 1991, que redujo significativamente los arsenales nucleares, ya ha expirado. El START II nunca entró en vigor. Y en 2002, tras los atentados del 11-S, George W. Bush retiró a Estados Unidos del tratado ABM, argumentando que limitaba su capacidad defensiva ante países como Irán o Corea del Norte. Rusia se opuso firmemente, advirtiendo que eso podría socavar su capacidad de disuasión.
El último tratado, en la cuerda floja
El Nuevo START, firmado en 2010, sigue vigente. Establece límites a las armas nucleares desplegadas, regula sus sistemas de lanzamiento y contempla inspecciones en el terreno. Sin embargo, está “muerto en la práctica”, según Sidharth Kaushal, del Royal United Services Institute.
Rusia suspendió su participación tras la invasión a Ucrania, lo que paralizó las inspecciones. Aun así, el Kremlin afirmó que respetará los límites del tratado respecto al tamaño de su arsenal.
Una dinámica global más compleja
Para los expertos, la desaparición de tratados como el INF o el Nuevo START no solo eleva el riesgo bilateral, sino que también refleja un creciente interés por los misiles convencionales de alcance intermedio. Estados Unidos planea desplegar este tipo de armas en Europa y el Pacífico, y su uso ha sido central en los recientes conflictos entre Israel e Irán.
En este nuevo escenario, las perspectivas de firmar acuerdos bilaterales entre Washington y Moscú son escasas. “Altamente improbables”, señaló Kaushal, dado que ya no existe la confianza mínima para negociar ni cumplir un pacto.
Además, Estados Unidos ha comenzado a mirar hacia otras amenazas. Las administraciones de Bush y Trump se retiraron de tratados con Rusia en parte porque no incluían a potencias emergentes como China, cuyo creciente arsenal nuclear podría detonar una “espiral competitiva”, forzando a Washington a expandir su propio arsenal para contrarrestar a Pekín, advirtió Kaushal.
Ese mismo impulso podría llevar a Rusia a responder con una acumulación paralela de armamento.
Y aunque los tratados de la Guerra Fría se desmoronan, la lógica de esa época sigue presente: la doctrina de la destrucción mutua asegurada continúa imponiendo límites, incluso sin acuerdos formales.