Con un golazo de Ángel Di María, Rosario Central le ganó a Newell's y se quedó con el clásico

Con un golazo de Ángel Di María, Rosario Central le ganó a Newell's y se quedó con el clásico

Gonzalo Suli, Olé

Valía la pena esperar. Cómo que no iba a valer. Fueron 18 años, tres meses y 16 días de ausencia en el clásico para que todo el peso específico que Ángel Di María consiguió a través de su gloriosa carrera se posara sobre esa pelota que ya está en la historia. Un tiro libre implacable, frontal, a unos 25 metros del arco que no fueron un impedimento para que el zurdazo de Fideo vuele en una parábola perfecta y se cuele en el ángulo del arco de un Newell’s armado para sostener un clásico bravo, pero nunca listo para prevenir semejante genialidad. Y que firmó el definitivo y justo 1-0 de Rosario Central en el superclásico rosarino.


Fue esa la razón de una victoria que se explica por un segundo tiempo con actitud de equipo protagonista, pero sin el brillo necesario para imponerse antes de esa jugada que quedará en el recuerdo eterno de la historia del clásico rosarino al cual la paridad acostumbrada de otros tiempos ya le dio paso a un predominio canalla que a esta altura es inocultable.

Esos antecedentes que le hicieron sacar una ventaja de más de 20 partidos en el historial dan cuenta también de la actualidad de ambos equipos, situados en lugares bien opuestos que explican la postura inicial de cada uno de ellos en el partido. Porque mientras Holan planteó un armado a la altura de la jerarquía de Di María, Fabbiani apostó a una receta bien suya para tratar de imponer lo único a lo que este Newell’s puede aspirar en estos sufridos días de vuelo bajo y clásicos sufridos: luchar, neutralizar al rival y tratar de imponerse a partir de la experiencia de muchos de sus jugadores.

Fue con esa impronta que el primer tiempo pareció latir más a favor del visitante que del conjunto del muchachito de la película. Porque ese Central de un sólo hombre de marca en la mitad de la cancha (Ibarra), que encima jugó amonestado desde los 15 minutos salió a jugar con Malcorra, Campaz, Véliz y la presencia de Copetti para acompañar a Angelito en pos de cumplir con esa escena que soñó durante cada tramo de sus años como futbolista. Y de alguna manera, la oposición de fuerzas les dio a un prolijo Banega y dos laderos cumplidores como Luciano Herrera y el uruguayo Fernández el manejo del mediocampo en esa etapa. Aunque, claro, sin profundidad, algo propio de un equipo sin ambiciones que se dedica a paliar riesgos en cada movimiento.



Ya para el complemento (y sin necesidad de cambios), el local fue inclinando la cancha a fuerza de buenas intenciones y de la jerarquía de sus anchos repatriados: además de Fideo, un Véliz que en cuanto encontró espacios, se lució y fue casi que el de espadas. A esa altura, la experiencia de una defensa leprosa con presencia y altura trabajaban junto al arquero Espínola no más que para sostener el cero y llevarse algo del Gigante de Arroyito.

Un Gigante de Arroyito que también soñó todos esos años con la explosión que vivió a ocho minutos del final. Aunque pareciera una imagen sacada de contexto, en un trámite que se diluía en la intrascendencia, ese instante mágico en el que Di María fue al encuentro de la pelota estaba escrito. Y por eso todo fluyó naturalmente. Y justificó la espera, la demorada vuelta a casa que se daría cuando se tuviera que dar. Y que en este clásico le dio a Central algo más que tres puntos.


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