Boca, un club sin Consejo y sin cabeza
Perdido, Riquelme recurrió a un acto de populismo y echó al Consejo. Es un gesto hacia una Bombonera que corre peligro de incendio. ¿Qué cambia? Nada.
Sin embargo, es todo una enorme apariencia. Para quienes creen que esto es una buena noticia -la desaparición del Consejo como tal-, tengo una mala nueva: no sirve de nada. No va a cambiar nada, además de las caras. Nunca el Consejo hizo nada por determinación propia, siempre fue por cuenta y orden de JR. Desde matar a Tevez públicamente, desgastándolo hasta marcarle la puerta de salida, hasta menospreciar a gente valiosa como Nicolás Burdisso, echar a Izquierdoz porque manejaba el vestuario, entregarle la cinta a Rojo -el antiprofesional-, boludear a tipos de pasado europeo y de selección como Toto Salvio, contratar luminarias (Orsini, Briasco, Valdez, Roncaglia o Janson entre decenas de casos), despedir en una estación de servicio a Battaglia, dinamitar las Inferiores hasta este estado calamitoso, condenar a la desaparición al departamento de captación de talentos, pelearse con casi todos los pibes salidos del club que huyen espantados, anunciar la salida de todos los demás técnicos que pasaron por la gestión, desconocer el huso horario de Paraguay (no de Singapur) y anotar fuera de tiempo los refuerzos... Y no quisiera olvidarme de que encubrieron a un abusador como Jorge Martínez: sobre ellos pesa aún la denuncia. Seguro hay miles de otros hechos destacables, pero como muestra estos bastarían, parece.
Todo eso, además de echar o esconder gerentes de carrera probadísimos, mentir sobre la Bombonera y otras yerbas que no son competencia del Consejo, lo hizo Riquelme. Y él seguirá haciendo las cosas con el que llegue a reemplazar a estos buenos muchachos. Llámese Navarro Montoya, Márcico o Pekerman. El primero ya se rajó una vez de su cargo como coordinaror de Inferiores -o sea que es en parte responsable de su destrucción, por acción u omisión-, otro espera una condena de la Justicia por una causa complicadísima del orden económico y el único de los tres que por prestancia, conocimientos, prestigio y experiencia merecería el cargo de mánager es José. Lamentablemente, no cumple con las normas (NO) ISO 9001 del estándar riquelmeano. El tipo no es un inservible como la mayoría de los que contrara sino un crack, un maestro conocedor de cada estamento del fútbol. Eso sí, Pekerman tiene 75 años. Habrá que ver cuánta energía y cuántas ganas tiene de meterse en este quilombo fenomenal que te envejece diez veces más rápido que lo normal.
Cuando le digan que tiene que contratar a Quinteros, quien finalmente se dio el gusto de ser campeón en la Argentina -su país de nacimiento- luego de una larga carrera en Bolivia -está nacionalizado-, habrá que ver si está de acuerdo. Sobre todo porque es un tipo que no pudo controlar en Vélez un quilombo de vestuario con ¡Elías Gómez! O habría que ver si José se imagina, como Román, a una Bombonera gritando "que de la mano/de Orsi-Gómez/todos la vuelta vamos a dar". No lo veo, aunque la dupla ya haya tenido contactos con el presidente, quien empezó con el operativo desgaste de Russo. ¿O no fue llamativo que Miguel saliera a hablar de la nada cuatro días antes del partido con Racing? ¿Quiso acaso mostrar que sigue en el cargo?
El Consejo es historia. De la peor, pero historia al fin. Su salida responde más un acto de populismo para entregarle dos cabezas a la gente, la de Cascini y Serna (Delgado se queda a cebar mate) que a una modificación real y de fondo. Una forma de apaciguar a una Bombonera inflamable.
Sea quien fuere el próximo elegido, se hará cargo de echar a Russo. Esa será su primera tarea (órdenes superiores) y la segunda será elegir al nuevo DT que casualmente será el mismo que elegiría el presi. Vale la pena que tengan claro -perdón por lo repetitivo- que en el fútbol de Boca manda y mandará Román, el hombre que se cree más grande que el club y que, protagonista de su profecía autocumplida, está haciendo todo para que su relato se vuelva realidad. Boca es cada vez más chico. Y él es, cada vez, el más grande. El más grande de los culpables.