Sergio Ramos, un líder en extinción

El defensa entra al vestuario como si el Real Madrid le perteneciera y al campo como si hubiera inventado el fútbol

Jorge Valdano
El País
En peligro. Yo era jugador y estaba en Bogotá concentrado con la selección argentina. En el lobby del hotel hablaba animadamente con un amigo que, de pronto, enmudeció con la vista clavada en una escalera. “Mirá a Daniel”, me dijo, “nadie baja las escaleras como él”. Capitán de la primera selección argentina campeona del mundo, Daniel Passarella expiraba una autoridad de capo mafioso. Quedan muy pocos de esta especie, ninguno como Sergio Ramos. Los grandes líderes tienen una seguridad que, de un modo que desconozco, la mente le transmite al cuerpo. Sergio entra al vestuario como si el Real Madrid le perteneciera y al campo como si hubiera inventado el fútbol. El club le acusa de mandar en exceso y los rivales de pegar en exceso. Pero cuando los normales se esconden, él desafía al mundo con un Panenka. Su manera de decirnos que el líder, ese ideal remoto como un animal mitológico, aún existe.


Fútbol tóxico. Hay jugadores que gritan los goles como si cumplieran con un deber, otros como si coronaran una cumbre, los menos como si se vengaran del mundo. En este último grupo entra Gonzalo Higuaín, que juega con el peso de haber fallado goles en partidos que duran toda la vida: las finales. Gonzalo elevó el miedo escénico a pánico existencial en San Siro. La Juve lo cedió al Milan para hacerle sitio a Cristiano, de modo que el Milan-Juve era la ocasión perfecta para vengar la afrenta. Gonzalo falló un penalti, sufrió un gol de Cristiano y cuando el árbitro le sacó una tarjeta amarilla en los últimos minutos, enloqueció hasta ganarse la roja. No sabemos cuánta tensión, humillación en forma de memes y deseo de venganza frustrado había en esa reacción. Pero habiendo llegado adonde siempre soñó, hay que preguntarse: ¿qué espera para sentirse feliz?

Cuando ganar no alcanza. Ganan partidos los equipos con menos posesión y, como Francia ganó el Mundial, se habla de tendencia. Francia fue legítimo campeón por la calidad y el imponente talento físico de sus jugadores. También por la táctica al servicio del mínimo riesgo. No tengo contraprueba, pero creo que siendo más osados, habrían llegado al mismo lugar con más admiración general. El Barça de Guardiola produjo un contagio. Se tuviera o no los jugadores, se dieran o no las condiciones, había que salir tocando y había que llegar tocando. Un movimiento paralelo buscó antídotos ante semejante máquina de jugar. Mourinho fue su profeta con un fútbol especulativo y sacrificado que necesita de un ejército sin fisuras. La semana pasada se enfrentaron en la Premier con una clara diferencia de valoración en los análisis. Mourinho necesita ganar para tener razón. Guardiola, ganar y jugar muy bien. Cuestión de expectativas.

Más o menos. Me divierte Klopp, proveniente de un país que llegó a potencia desde la disciplina y el orden; me gusta Sarri, que viene de un fútbol amigo del cálculo; me interesa Guardiola, que creció viendo que fútbol se escribía con F de Furia. Me encanta comprobar, en fin, que en todos lados surge gente que no se toma a broma el coraje y la belleza. Honor a Menotti, a Sacchi, a Cruyff, pioneros de un juego que aspira a la grandeza (al triunfo cultural antes que al triunfo sin más) y que nunca morirá. Respeto, por supuesto, el fútbol con menos posesión, más sistematización, más balón parado. Más contención del sentido natural de aventura que tiene todo futbolista. Más envíos largos, más segunda jugada, más contragolpe. Más área, menos campo. Dicen que más interesante. Creo que, tratándose de un juego, es menos interesante lo que es más aburrido.

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