La historia del mítico rey de la favela

Nem da Rocinha, líder narcotraficante en Río de Janeiro hasta 2011, cuenta su trayectoria en una entrevista realizada en una cárcel de máxima seguridad, donde cumple 96 años

Gil Alessi
Porto Velho, El País
"Peón E2 para E4", grita Antônio Bonfim Lopes, 41 años, desde dentro de su celda de siete metros cuadrados mientras mueve una pieza de papel sobre un tablero hecho a mano. El termómetro llega a los 30 grados y el día es tan húmedo que es necesario secarse las manos constantemente. Segundos después, la respuesta llega como un eco desde el otro lado del pasillo: "Caballo B8 para C6". Así, jugando al ajedrez a distancia con otro preso, el que fuera uno de los reyes del narcotráfico en Río de Janeiro, alias Nem (niño), pasa buena parte de sus días en la moderna prisión de máxima seguridad construida en Porto Velho (Brasil), en medio de la selva amazónica.


Del reinado al frente de una de las mayores favelas de América Latina, la Rocinha, a un duro régimen carcelario que incluye 22 horas al día dentro de una celda individual sin televisión y apenas dos en el patio. Matar el tiempo —"y los mosquitos"— es fundamental, dice Nem. Por eso juega al ajedrez y lee desde Maquiavelo a John Grisham, o una biografía de Catalina la Grande. También pidió otra de Stalin, pero la cárcel la vetó.

EL PAÍS visitó a Nem da Rocinha, una leyenda en Río, en la cárcel donde cumple penas que suman más de 96 años por tráfico de drogas, organización criminal y blanqueo de dinero. Allí cuenta su historia, que "daría para una película", dice. Una historia que comenzó cuando un trabajador pobre se vio sin dinero para costear el tratamiento médico de su hija y decidió recurrir a los narcotraficantes.

Dirigente de una de las facciones criminales de Río, Amigos dos Amigos, Nem fue el amo de la Rocinha desde 2004 hasta su detención, en 2011, durante una torpe tentativa de huir en vísperas de que la policía se hiciese con el control de la favela.

El período en que estuvo al mando del narcotráfico en la comunidad es considerado por sus 100.000 habitantes, y hasta por algunos policías, como una época de relativa tranquilidad. "¡Incluso hoy aún preguntan a mi madre cuándo voy a volver!", bromea. Resume su filosofía de pacificación de la favela con una frase simple: "Siempre pregunté a mi personal: 'Tú qué quieres, ¿andar a tiros con la policía o divertirte en el baile? Porque si quieres andar a tiros, no habrá baile, la policía sube para aquí y cierra todo'. Y, claro, ellos siempre preferían el baile". Con Nem al mando, la Rocinha acaparó buena parte del tráfico de drogas en Río, con ingresos mensuales de unos 15 millones de reales (3,5 millones de euros).

Aún con el recuerdo fresco de la partida de ajedrez, Nem filosofa: "Cuando estaba en la Rocinha la gente me veía como una especie de rey. Pero yo nunca me comporté como un rey, siempre me consideré más un peón, nunca quise ostentar, andaba con chanclas y camiseta del Flamengo [un equipo de fútbol]; mi preocupación era ayudar a la gente".

Se detiene un rato a pensar y completa: "Siempre iba con collar y reloj, pero nada caro". La metáfora del ajedrez, con reyes y peones, también la aplica a su visión sobre la maquinaria del tráfico de drogas. Nem se considera, en cierta medida, víctima de la injusticia. A pesar de admitir que "no es un santo", para él las autoridades "con el apoyo de los grandes medios" usan al traficante "de la favela, negro y pobre" como chivo expiatorio, cuando es solo parte de un engranaje más complejo.

Cita como ejemplo de desigualdad en el tratamiento ante la ley un caso muy conocido en Brasil, el de un helicóptero propiedad de la familia de un senador aprehendido en 2013 con media tonelada de cocaína. Solo el piloto fue detenido. "¿Y el hijo de la juez?", insiste en referencia a otro caso en que el acusado quedó libre tras ser sorprendido con 100 kilos de marihuana y munición.

Nem huye del estereotipo del delincuente arrepentido. "¿Si me arrepiento? Claro que no. ¿Qué padre no haría lo que yo hice para salvar la vida de su hija?", se pregunta. Corría 1999 cuando dejó su trabajo como supervisor de equipos de la empresa de televisión por cable NET para adentrarse en el mundo del narcotráfico. Un bulto del tamaño de un huevo comenzó a crecer en el cuello de su hija Eduarda, de nueve meses. La enfermedad de la pequeña sumergió a una familia pobre, cuya vivienda no era más que una habitación en una casa compartida, en una espiral de deudas que llegó a 20.000 reales (5.000 euros). Padre y madre tuvieron que dejar sus trabajos.
"¿Y tú qué harías en mi lugar?"

Para afrontar los costes, pidió un crédito a la única empresa dispuesta a dar dinero a un parado residente en la favela: el narcotráfico. Para saldar la deuda, puso su experiencia laboral al servicio de Luciano Barbosa da Silva, alias Lulu, entonces jefe del tráfico de drogas en el barrio. "¿Y tú qué harías en mi lugar?", insiste. Desde ese momento, Antonio pasó a ser Nem.

Su historia podría haber sido diferente si no se hubieran cruzado unos policías corruptos. Tras la muerte de Lulu, en 2004, Nem vislumbraba una salida del crimen. "Dije: 'Bueno, no tengo por qué continuar en esa vida, ya pagué mi deuda'. Y salí. Tenía un coche que iba usar para trabajar de taxista, era mi plan, iba a dejar atrás todo eso", afirma.

Pero en Brasil las cosas no son tan simples. Según él, sectores de la policía no vieron con buenos ojos su salida: Nem era garantía de estabilidad en la Rocinha y de voluminosos sobornos para los agentes corruptos. "Mi madre fue amenazada por la policía. Fueron hasta su casa. 'O vuelves [al tráfico de drogas] o ella va a acabar mal', me dijeron. No tuve opción", cuenta.
“Para acabar con las drogas hay que legalizarlas”

"¿Tú crees que los políticos no saben cómo resolver el problema de la violencia en Brasil?". Se responde: "El problema es que saben que no serían reelegidos si hicieran eso. Saben que exige inversión en educación y políticas sociales, que no tiene retorno en las urnas a corto plazo, que es algo para dentro de 10 o 15 años. Pero su preocupación es mantener el puesto, no resolver nada".

Nem tiene una posición poco ortodoxa para alguien cuyo negocio dependía de un comercio ilegal. "Además de invertir en educación, si quieres acabar con el narcotráfico tienes que legalizar las drogas. ¿Quieres sacarle todo el poder al traficante? Es solo legalizar", afirma, con una salvedad: "Es preciso hablar en las escuelas. Enseñar desde muy pronto lo que es la droga". A pesar de la larga condena, aún piensa en una nueva vida: "El día que salga, no quiero saber nada del tráfico [de drogas]. Quiero estar con mis hijos, ir a la playa, al teatro, aprovechar la vida". Dejar atrás Nem da Rocinha para volver a ser Antônio Bonfim.

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