Adolescentes centroamericanos en Estados Unidos: atrapados entre las maras y la deportación

Los miembros de las violentas pandillas y sus víctimas viven en las mismas comunidades, van a las mismas escuelas y muchos ingresaron al país como niños solos. En la lucha contra la MS-13 en Long Island muchas veces los que sufren no son mareros

Infobae
Entre 2014 y 2016 más de 120.000 menores de El Salvador, Honduras y Guatemala llegaron a los Estados Unidos sin sus padres y sin papeles. Dejaron América Central debido a la violencia de las maras: los tres países están entre los 10 que tienen las tasas de homicidio más altas del mundo (El Salvador es el número 1).


En los puestos fronterizos las autoridades permitieron que los niños y adolescentes ingresaran, para que se reunieran con sus familias, pero a la vez iniciaron sus procedimientos de deportación. Por eso cuando los menores se instalan con los parientes que los esperan se encuentran pronto entre dos fuegos: las maras también son poderosas en las comunidades de inmigrantes y las autoridades los persiguen.

En un artículo publicado en The New Yorker Jonathan Blitzer contó la tragedia de una de esas comunidades, Brentwood, en Long Island, donde "muchas de las víctimas de la MS-13 [Mara Salvatrucha] son inmigrantes, y un gran número de ellos llegaron a los Estados Unidos como menores solos". Describió: "Los pandilleros y sus víctimas viven en los mismos pueblos, van a las mismas escuelas y compiten por los mismos empleos; sus vidas están totalmente enredadas".

Juliana (no es su nombre verdadero, aclaró el autor) cruzó varias fronteras desde El Salvador, traficada por coyotes. La historia de ese viaje había comenzado cuando ella tenía tres años y vio el asesinato de su padre, que se había negado a pagar el impuesto de la MS-13 al negocio de comidas que operaba desde la casa.

A los 8 años se quedó con una tía: la madre escapó a los Estados Unidos tras un intento de asesinato de la misma pandilla. Al poco tiempo, para extorsionar a su madre a distancia, la secuestraron y violaron durante semanas. Cuando su madre logró sacarla del país y llegó a Brentwood, en Long Island, dos mareros se le acercaron en la escuela. No hablaba inglés, no tenía amigos, no sabía qué hacer.

Le dijo a una de sus maestras, quien no pudo hacer nada porque la MS-13 la obligaría a perder su puesto en la escuela. Otra maestra le aconsejó que los ignorase: si las cámaras de seguridad la mostraban hablando con ellos, la dirección creería que ella era una pandillera. La madre se quejó pero, dado que no tenían documentos, no hicieron una denuncia.

En mayo de 2017 la policía de Brentwood —donde la pandilla asesinó a Kayla Cuevas y Nisa Mickens, cuyos padres asistieron al primer discurso del Estado de la Unión del presidente Donald Trump— identificó a 89 miembros de la MS-13 que eran inmigrantes ilegales, 39 de los cuales habían llegado como menores para reunirse con sus familias. En total, en el condado de Suffolk, al que pertenece la localidad, hay unos 400 integrantes de la Mara Salvatrucha.

"Allí donde haya una población centroamericana grande, habrá una fuerte presencia de la MS-13", dijo a The New Yorker un especialista en pandillas. En Brentwood, casi el 70% de la población es hispano. "Si se quiere explotar la retórica anti-inmigrante que existe, es fácil", observó Steve Bellone, titular administrativo de Suffolk. El comisionado de la policía del condado, Timothy Sini, considera que ese es un obstáculo a su labor: "Si el departamento quiere extirpar a las pandillas, las víctimas tienen que sentir la confianza de denunciar".

Pero aunque contrató intérpretes para ir casa por casa a explicar a los residentes que la policía limita su cooperación con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), y que su trabajo era perseguir criminales, no personas sin residencia, su trabajo no mejora. Desde fines de 2017 las organizaciones locales de derechos humanos han denunciado que entre los más de 300 presuntos mareros que la policía y ICE han detenido hay muchos que no lo son, sino que son inmigrantes indocumentados.

Blitzer cita que cuatro estudiantes de Suffolk, llegados como menores solos desde América Central, fueron suspendidos de sus escuelas porque se creyó, erróneamente, que eran de la MS-13. La base de la acusación contra uno de ellos era que había llevado a la escuela una camiseta de los Chicago Bulls, y los mareros suelen identificarse con los cuernos de la insignia del equipo; una adolescente fue detenida por migraciones luego de que las autoridades escolares encontraran marihuana en su armario y de haberla visto hablando con "conocidos miembros de la MS-13". Cuando el juez la exoneró, no se atrevió a regresar a la escuela; de todos modos, el procedimiento de su deportación continuó.

"En qué consiste ser miembro es algo nebuloso", escribió el periodista. "ICE identifica a alguien como un integrante de una mara si reúne al menos dos criterios de una lista que incluye 'tener tatuajes de pandillas', 'frecuentar una zona notoria por las pandillas' y 'usar ropa de pandillero'". En esa nebulosa los que más sufren no son los integrantes de la Mara Salvatrucha, detalló, sino los inmigrantes en general.

Los mareros cambian su estilo de ropa, por ejemplo. "En las semanas siguientes a los homicidios de Mickens y Cuevas, los pandilleros en la escuela cambiaron sus zapatillas Nike Cortez por Adidas. Se burlaron de la policía por ser lenta para comprenderlo", según The New Yorker. Y los adolescentes inmigrantes que no pertenecen a las maras no siempre saben qué ropa evitar, ya que las escuelas no lo especifican.

Otras razones que Blitzer encontró entre las demandas judiciales por confusión de un adolescente sin papeles con un criminal de la Mara Salvatrucha son: "Estar en presencia de miembros de la MS-13 en una cancha de fútbol; ser vistos en la escuela o en un automóvil con pandilleros conocidos; faltar a clase; escribir el número 503, el código de país de El Salvador para llamas internacionales, en un cuaderno escolar".

El temor de las comunidades es que, dado que sólo la tercera parte de los menores solos que ingresan obtienen asilo, los demás sean deportados con el peligroso estigma de haber pertenecido a una organización violenta que, por otra parte, sigue infiltrando las comunidades de inmigrantes. Y de la cual, en primer lugar, escaparon al abandonar sus países de origen.

Angel Melendez, agente especial de ICE para investigaciones de seguridad interior, reconoció ante The New Yorker que la agencia "abre procesos de deportación de personas como forma de perturbar los intentos de la MS-13". Cuando el autor del artículo le preguntó por la adolescente a la que el juez exoneró de cargos, Melendez le respondió que seguía en trámite para su expulsión.

Según los 32 casos que se disputan ante los tribunales, para la gran mayoría de los menores que no obtienen asilo pero que salieron de América Central para escapar de la MS-13, el resultado es similar. Y puede significar más que una paradoja: una amenaza de muerte.

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