Macron irrita a Italia con sus maniobras políticas y económicas

La nacionalización de unos astilleros acaba con la paciencia de Roma, molesta ya por la negociación libia

Silvia Ayuso
Daniel Verdú
París / Roma, El País
Las ancas de rana son una delicatessen francesa. Pero lo que Italia se ha tragado esta semana son varios sapos, todos de procedencia gala. La decepción con el presidente francés, Emmanuel Macron, ya no es ningún secreto. Sus últimos movimientos respecto a la situación de Libia, a la crisis migratoria y, finalmente, sobre la nacionalización temporal de los astilleros de Saint-Nazaire, a cuya mayoría accionarial aspiraba la compañía italiana Fincantieri, han irritado enormemente a Roma. El Elíseo intenta calmar los ánimos, pero no lo va a tener fácil.


La gota que colmó el vaso la sirvió Bercy. Desde la sede del Ministerio de Economía, el titular de esta cartera, Bruno Le Maire, confirmaba el jueves lo que hasta entonces era un rumor in crescendo: el Gobierno de Macron, más bien liberal en materia económica, ha decidido nacionalizar —aunque evitó usar esa palabra— temporalmente los astilleros STX de Saint-Nazaire, para “defender los intereses estratégicos de Francia” evitando que la mayoría de las acciones pasen a manos italianas.

Roma ve en la medida el final de un pacto negociado en su día con el ejecutivo del socialista François Hollande. Pero Macron quiere revisar las condiciones y que los italianos acepten un reparto al 50% entre Fincantieri y los accionistas franceses. “Esa propuesta fue rechazada por el gobierno (italiano), pero sigue sobre la mesa”, explicó Le Maire al anunciar la decisión de asumir las riendas del astillero, la primera nacionalización de un grupo industrial en Francia desde la ola de nacionalizaciones del socialista François Mitterrand en 1981.

El ministro de Economía francés anunció que viajará a Roma el martes próximo para “retomar las negociaciones”. Pero la opinión pública italiana tacha ya a Macron y su gobierno de “soberanista” y “trumpista”. Las lecciones sobre europeísmo, deslizan fuentes diplomáticas italianas, se han terminado. “El nacionalismo y el proteccionismo no son bases aceptables sobre las que regular las relaciones entre dos grandes países europeos. Para proyectos compartidos hace falta confianza y respeto recíproco”, señalan desde el Gobierno.

Una advertencia que no preocupa a París. La nacionalización temporal “no está hecha contra nuestros socios italianos sino para defender los intereses estratégicos e industriales de nuestro país”, afirmó este viernes el portavoz del Gobierno, Christophe Castaner, que también rechazó cualquier presión de Roma. La vía prioritaria, dijo, es buscar una solución con los socios italianos. “Pero si no es el caso, el Estado francés buscará otras soluciones”, advirtió.

El malestar comenzó el 12 de julio en la cumbre trilateral que celebraron Macron, Paolo Gentiloni y Angela Merkel en Trieste. La cara del primer ministro italiano al escuchar de nuevo a su homólogo francés diferenciar entre refugiados “políticos” y “económicos” fue el punto de inflexión de las relaciones entre ambos países. Ese día, los líderes de Francia e Italia se habían reunido junto a Angela Merkel para tratar el tema de la inmigración y ofrecer algún tipo de respaldo al país transalpino, que hasta ese momento soportaba completamente solo el peso de la crisis y había reclamado sin éxito la apertura de puertos en países vecinos como España y Francia para la llegada de refugiados. Macron dejó bien claro que no se ocuparía de aquellos que llegan a Europa en busca de un trabajo. Y lo volvió a reiterar esta semana.

Pero Italia sí tiene que lidiar ahora mismo con ambas categorías y no ve ninguna solución clara. De hecho, alrededor del 90% de los 200.000 migrantes que llegaron el año pasado —este año se espera a un 20% más— no recibieron la calificación de refugiado. “Aquello fue algo extraño, pero veníamos de un momento de insolidaridad todavía mayor y no se le dio importancia”, señalan fuentes diplomáticas italianas, que en todo momento intentan restar importancia a los desencuentros y creen que se solucionarán. Gentiloni, sin embargo, replicó aquel día las palabras de Macron exhortando a no ignorar el problema.

La confirmación de la distancia llegó con la celebración de la cumbre entre Francia y los dos hombres fuertes de Libia: Fayez Serraj, el primer ministro del Gobierno de unidad nacional apoyado por la ONU, y el comandante Jalifa Hafter. Pese a que Italia ha sido el único país en reabrir su embajada en Libia y es el Estado que más sufre las consecuencias del caos que atraviesa el país africano, no fue invitada al encuentro. Más, consideran, teniendo en cuenta que Francia fue uno de los causantes del caos en Libia tras la intervención que impulsó Nicolas Sarkozy en 2011. “Ha sido una sorpresa, algo decepcionante la verdad. Pero pensamos que es el resultado de un trabajo en el que Italia se ha comprometido enormemente estos meses”, aseguraban fuentes diplomáticas a EL PAÍS.

París afirma que los contactos con Roma han sido en todo momento “estrechos”. Pero Francia volvió a la carga el jueves con la propuesta de abrir centros de registro de demandas de asilo en Libia, que también fue contestada frontalmente por el ministro de Exteriores, Angelino Alfano. “No se pueden llevar a cabo ocurrencias improvisadas”, advirtió.

Macron llamó el jueves a Gentiloni para serenar los ánimos tanto en el tema libio como para “disipar cualquier malinterpretación” de la decisión sobre los astilleros, según el Elíseo. Tendrán ocasión de seguir hablando, esta vez cara a cara, el 28 de agosto, cuando ambos se encontrarán en Francia junto a España y Alemania para seguir discutiendo sobre cuestiones europeas, como confirmó el viernes el Elíseo.

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