Trump ultima su varapalo al castrismo con Cuba y el exilio en vilo

El presidente de EE UU desvelará este viernes en Miami las medidas con las que pretende que el régimen cubano disminuya la represión política

Pablo de Llano
Miami, El País
Donald Trump desvelará este viernes en Miami su política sobre Cuba. Se prevé que busque restringir los flujos de viajes y comerciales de Estados Unidos a la isla hasta que La Habana dé pasos hacia el respeto a las libertades políticas, según avanzó el martes el Secretario de Estado Rex Tillerson. “No queremos seguir dando apoyo financiero a un régimen que no ha hecho ningún cambio en su comportamiento”, dijo. Obama abandonó el modelo tradicional de mano dura y apostó por el contacto bilateral con la idea de dinamizar la economía y la sociedad cubanas, pero Trump considera que fue un “mal trato” que favorece al aparato sin democratizar al país y volverá a aplicar medidas de presión.


Cuba no se ha pronunciado oficialmente en vísperas del anuncio. En enero el presidente Raúl Castro expresaba su voluntad de “proseguir el diálogo”, aunque en marzo criticó “el proteccionismo extremo y egoísta” de la Administración de Trump y en mayo una carta del jefe de la Casa Blanca a los cubanos en la que se refería “al despotismo cruel” en Cuba soliviantó a La Habana, que calificó la misiva de “ridícula”. Trump empezó a indicar que corregiría la política de acercamiento de Obama en la recta final de su campaña, y ya como presidente electo definió a Fidel Castro tras su muerte como un “brutal dictador” y aseveró: “Si Cuba no se muestra dispuesta a ofrecer un mejor acuerdo para los cubanoamericanos y para el pueblo estadunidense en general, liquidaré el acuerdo”.

La vuelta a una suerte de tempo tenso con Washington podría resultar oportuna para el Gobierno cubano en la coyuntura actual, según el análisis del historiador Rafael Rojas, que sostiene que el hormigueo liberalizador del deshielo provocó una contrarreforma dentro del régimen en la que los comunistas conservadores retomaron posiciones ante los posibilistas. “Creo que Trump no adoptará medidas severas, y una pequeña marcha atrás con respecto al ambiente reformista desatado con la apuesta de apertura de Obama se acomoda a la demanda de mayor lentitud en el proceso político interno que existe entre la élite del poder cubano”. Cuba está preparando la sucesión presidencial de Castro en 2018, con el vicepresidente Miguel Díaz-Canel, de 57 años, como previsible sustituto.

El periodista exiliado Juan Juan Almeida, hijo del fallecido comandante y vicepresidente Juan Almeida, opina que una revisión de la política bilateral con un cambio de mando en la isla a la vuelta de la esquina es “prematuro”. “No sabemos lo que va a suceder en Cuba en un año, y lo más seguro es que después de la sucesión se tengan que redefinir de nuevo las relaciones”. Con todo, el general Raúl Castro, de 86 años, tiene intención de continuar hasta 2021 como primer secretario del Partido Comunista, que es la última instancia de poder en Cuba.

Habiendo entrado en recesión en 2016 y con Venezuela, su baluarte financiero, cayendo en picado, cabe esperar que La Habana, aún tras el previsible palo de Trump, trate de mantener en lo posible la nueva dinámica económica con EE UU. Esta semana altos funcionarios del gobierno han resaltado el buen paso del deshielo publicando datos positivos de la corriente de visitantes americanos a la isla: entre enero y mayo de este año 284.000, la misma cifra que en todo 2016. La cadena CNN ha afirmado que un cargo cubano de alto nivel le ha confiado la disposición del régimen a renegociar con Trump después de su anuncio. El sábado pasado en España, Mariela Castro, hija del presidente, decía: "El mundo hace chistes con Trump, pero en Cuba nos preocupa mucho".

Mientras tanto, los cubanos dentro y fuera de la isla aguardan en vilo el discurso del imprevisible inquilino del Despacho Oval, que este lunes, según dijo un portavoz de la Casa Blanca a El Nuevo Herald, todavía no se había leído siquiera las recomendaciones de sus asesores.

Si bien se da por hecho que mantendrá las relaciones diplomáticas y que no habrá castigos muy rigurosos, cuanto más se trabe la llegada de dólares más se agravará la carestía en Cuba. “Los cubanos normales sentirán los efectos y los supuestos destinatarios de estas acciones [el gobierno] no lo van a sentir”, afirma Michael J. Bustamante, politólogo de la Universidad Internacional de Florida (FIU). “Limitar viajes y remesas afectaría de manera desproporcionada a los más necesitados de la isla, que dependen de la ayuda de sus familias”, lamenta Giancarlo Sopo, director de CubaOne, una ONG de Miami que lleva a jóvenes cubanoamericanos a conocer la isla.

La proximidad del anuncio de Trump ha motivado desde hace semanas un revuelo de mensajes reclamándole que mantenga los lazos con la isla, desde generales retirados y senadores demócratas y republicanos en EE UU hasta esta semana desde Cuba un grupo de 55 emprendedoras que ha enviado una carta a Ivanka Trump, hija del presidente, pidiéndole su apoyo como “exitosa empresaria” para que no se produzca “un retroceso en las relaciones que traería consigo la caída de muchos de nuestros negocios”. ONG como Amnistía Internacional o Human Rights Watch han pedido que prosiga la distensión porque una vuelta a las hostilidades “iría en detrimento de los avances en el escrutinio independiente de la situación de los derechos humanos en Cuba”, según la primera, y porque el modelo de las sanciones, según la otra, “dañaba a los cubanos corrientes sin generar ningún avance en derechos humanos”.

Los opositores dentro de Cuba, por su parte, respaldan el giro de Washington. El líder de la Unión Patriótica de Cuba, José Daniel Ferrer, que fue partidario del deshielo impulsado por Obama, ha escrito en una misiva a Trump que pasados dos años sus esperanzas de cambio no se han cumplido –“Se ha triplicado el número de prisioneros políticos y nuestros presos son sometidos a golpizas y torturas en un grado superior”– y ha concluido que “es el momento de revertir al máximo unas políticas que solo benefician al régimen castrista”. El disidente Guillermo Fariñas espera que las medidas vayan dirigidas “directamente a la yugular del régimen, al poder económico de los militares”.

Se especula que se restringirán los negocios con compañías controladas por Gaesa, el conglomerado de las Fuerzas Armadas, que maneja un 60% de la economía de la isla. Un veto a las relaciones con la corporación militar sería una barrera considerable al comercio con Cuba. Por ella pasan en la isla casi todos los hilos del capital. El lobby anti-embargo Engage Cuba ha calculado que esta decisión le costaría a la economía de EE UU 6.600 millones de dólares. Airbnb informó la semana pasada de que sus actividades en Cuba han dejado desde 2015 unos 40 millones de dólares a particulares. Google, que ya ofrece servicios de Internet en la isla, ha manifestado su deseo de que se mantenga “una política que permita a las compañías de telecomunicaciones trabajar en Cuba”.

Dos republicanos cubanoamericanos han presionado a Trump para que sea estricto con el régimen, el senador Marco Rubio y el congresista Mario Díaz-Balart. Rubio forma parte de la comisión del Senado que investiga las relaciones del presidente con Rusia y Díaz-Balart ha votado en el Congreso a favor del desmantelamiento de la política asistencial sanitaria de Obama –siendo representante del cuarto distrito con más beneficiarios–. Rubio ha tuiteado este viernes: "Las pácticas económicas que benefician a los militares cubanos a expensas del pueblo cubano se acabarán pronto".

“Está claro que Trump ha buscado la lealtad de dos legisladores. Cuba se ha vuelto otra vez una ficha de la política doméstica”, dice Bustamante, que contrapone el discurso de Trump sobre los derechos humanos en Cuba con su decisión de eliminar la partida de 20 millones de dólares que dedicó en 2016 la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID) para, entre otros propósitos, apoyar la democratización de la isla. La supuesta alianza con la dupla cubanoamericana podría rendirle recursos de fontanería política interna a Trump, pero la retórica de la Guerra Fría ha dejado de ser un activo electoral. En 2016 un 70% de los cubanoamericanos de Miami apoyaban la normalización y su apoyo al embargo había bajado a un 37% desde un 84% en 1990. A nivel nacional, según un sondeo de The New York Times de 2016, un 62% de los americanos estaba de acuerdo con el enfoque de Obama.

Trump hablará en Miami en el corazón del anticastrismo, el barrio de la Pequeña Habana. El lugar elegido ha sido el Teatro Manuel Artime, nombrado en honor del líder cubanoamericano del desembarco de Bahía de Cochinos.

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